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|| leña al mono, que es de goma ||

Motomamis, gilipapis y cervezas frías

LOS CEPORROS que no sabemos ni de música ni de cine tendemos a leer a los críticos profesionales para ver qué opinan de tal disco o cual película. A veces, incluso, les hacemos caso y de repente nos vemos viendo ante el televisor truños tan indigestos como Madres paralelas, el último largometraje del hipervalorado Pedro Almodóvar (¿de verdad es normal que Penélope Cruz optase a un Oscar por semejante pestiño?), o escuchando, con cara de lelos, el último disco de Rosalía, que al parecer es una joya de dimensiones cósmicas. Si así lo afirman todos los comentaristas especializados, que en las últimas semanas han calificado Motomami de obra maestra indiscutible que cambiará para siempre el devenir de la música, a ver quién es el guapo que pone alguna pega a semejante gloria.

Uno de los pocos que lo hizo fue el presentador televisivo Ramón García -señaló que el disco le parecía directamente “una mierda”- y le cayó tal chaparrón en las redes sociales que se vio casi forzado a salir de nuevo a la palestra para matizar sus declaraciones y bajar el tono de su calificativo inicial.

Seguramente el veterano periodista pudo ser algo más fino a la hora de comentar el trabajo de la nueva reina de la música española, pero es un hecho que en este santo país cada vez escasean más los críticos independientes capaces de hablar con honestidad, y por supuesto sin ataduras, de lo que ven y oyen. Solo así se entiende ese fervor desbordado, incomprensible y hasta infantiloide que ha despertado Motomami, un disco de sonido machacón que se caracteriza básicamente por estar plagado de canciones muy pesadas y de letras incomprensibles (algunos han tenido los santos bemoles de compararlas con los escritos de Valle-Inclán o Góngora).

Hombre, para gustos se hicieron los colores, pero semejantes raciones de pasteleo sin mesura resultan guan pelín chocantes, sobre todo cuando van acompañadas, como es el caso, de consideraciones que nada tienen que ver con el talento musical a través de los típicos clichés progresistas, inclusivos y resilientes. Ufff, qué cansino es todo.

No sé, posiblemente algunos carcas sabineros nos hemos quedado colgados en el pasado, like a rolling stone, y somos incapaces de entender las vanguardias, pero entonces tampoco sabríamos apreciar lo que hacen algunos artistas jóvenes que, a nuestro torpe entender, dan mil vueltas a todos los rosalíos, rosalías, tanganas, bandinis y triunfitos que pululan por ahí cosechando críticas excelentes a golpe de ritmos machacones y textos que, en algunas ocasiones, podría haberlos escrito el tarugo más memoncio de la clase de 1 de Primaria.

QUERIDA NINA. Entre esos músicos valiosos e independientes destaca, por ejemplo, la cantante y compositora del grupo madrileño Morgan, que recientemente ofreció un concierto magistral en el Auditorio de Galicia (ningún crítico oficial debió verlo y su trascendencia mediática fue, por eso, escasa o nula). Carolina de Juan, nombre auténtico de Nina, tiene una voz personalísima, sus letras están cargadas de poesía y cuando canta sola al frente del piano todo a su alrededor enmudece. Y si está arropada por su magnífica banda, ella permanece sentada en una banqueta, cierra los ojos y a veces mueve las manos como esos cantaores de flamenco que parecen entrar en trance. Seguramente nadie en España había logrado transmitir tantas sensaciones desde que Antonio Vega, el chico solitario, se piró al barrio de Marga con su abrigo ochentero y las manos quemadas por miles de cigarrillos, pero que nadie espere un despliegue de alabanzas similar al que cosechan otros artistas expertos en vender filfa a quienes manejan las tendencias en moda, música, literatura y cine.

Gracias a ellos, aquí estamos metidos hasta el cuello en un laberinto infernal dominado por el reguetón, las películas con mensaje social, los libros insustanciales y el arte trivial. Ellos se lo guisan y ellos se lo comen mientras vigilan que nadie se salga del patrón marcado por los amos de la mediocridad, que controlan ya hasta los más importantes festivales y certámenes artísticos que se celebran en todo el mundo (hasta los Oscar parecen estar amañados para satisfacer al club de lo políticamente correcto).

Por cierto, Rosalía actuará el 29 de julio en A Coruña y la mayoría de las entradas prácticamente volaron nada más ponerse a la venta pese a costar hasta 350 pavos, lo cual demuestra que, efectivamente, la artista catalana es una diosa indiscutible. De hecho, algunos solo pagaríamos ese dineral para volver a ver a David Gilmour en Pompeya.

Disfruten, pues, de Motomami. Algunos gilipapis, mientras tanto, llamaremos al amigo que tenemos en Balay para que nos arregle el frigoabueli. No es un planazo, pero al menos podremos tomar las cervezas frías, que es lo único que realmente nos importa en este insulso siglo XXI.

16 may 2022 / 00:00
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