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Música y política en torno a un caso real

Cuando suena el órgano de la catedral, sea en acto litúrgico o en eventual concierto, fluyen espontáneas notas, acordes y arpegios. Un mundo de sonoridades que ya sean en adagio, en allegretto o en presto vivace, dejan imborrable recuerdo y ganas de volver al templo.

No es el órgano el instrumento referencial gallego. Donde se ponga una gaita sobra el resto. No seré quien, entre tanta armonía, contribuya a un cisma inexistente hasta hoy. Ambos instrumentos se adaptan a lo que sea. Una muestra reciente: la ejecución de la Salve, con gaita y órgano, al inicio de este Xacobeo.

Más que hablar del órgano compostelano, lo idóneo es escuchar in situ sus armonías y a quienes les dan vida. Una de esas personas, hace más de dos centurias, tuvo un peregrinaje -incluso calvario- que da mucho que pensar y sigue siendo actual.

Se trata de Ramón Cuéllar y Altarriba (Zaragoza, 1777-Santiago, 1833). A los 10 años era infante de la seo de Zaragoza donde tuvo como maestro a G. Fajer, un grande XVIII. Formó a los seises y, al perder la voz -5 años después- se instruyó como contrabajista. A los 18 fue nombrado organista en la catedral de Roda. A los 21 era segundo organista de la basílica del Pilar. Con 22 ya maestro de capilla de Huesca. A los 35, maestro de capilla del Pilar y a los 40, de la de Oviedo. No está nada mal este periplo profesional.

¿Es extraño? En absoluto. En la España del XIX los músicos iban de un lado a otro sin reparo. No cambiaban por capricho sino por las presiones -directas o indirectas- que sufrían de los gobiernos liberales o progresistas, no ajenas al clero ni las autoridades locales.

Y es que música y política formaron siempre un binomio casi inteligible para quienes intentan ver la música en estado puro o al margen de su entorno, cuando realmente eso no suele suceder. Salvo que nos refiramos al canto de los pájaros hay que asumir que la mano del hombre está por medio, condicionada por sus creencias, ideologías o tendencias.

Cuéllar tuvo serios problemas en Oviedo para desarrollar su cargo pese a que él, por los escritos que lo documentan, se lo tomó con fina ironía y tiró adelante. A todo esto, importa un dato: era sacerdote desde 1805, lo cual le proporcionó ventajas y oprobios en una época convulsa como fue la España previa a la Desamortización de Mendizábal.

Lo acontecido en la capital ovetense lo narra él mismo en una carta que le honra. Está fechada el 16 de febrero de 1828 y dirigida a un miembro del cabildo de Santiago. Es larga y, diría, socarrona.

Cuéllar alude a sus méritos concluyendo que por las credenciales podrían, dice, colocarme en los altares, o a lo menos reponerme en mi destino.

Reconoce que su delito fue haber puesto música para los liberales: nada de palabras, nada de acciones, nadie me acusa, nadie me reprende, conservo la libertada... y con estupor y buen talante...

Y razona: ¿Sr. Podrá creerme que se tache de delito un hecho tan ineludible? (...) siendo único compositor en el pueblo, ¿a quién han de acudir todos los que quisieran música (...), acaso al herrador? (...) Sr, si se busca una orquesta ¿no bastará lo sea brillante y tenga una conducta ejemplar? La virtud y la ciencia ¿no serán suficiente título para entrar en la iglesia y pulsar un teclado? Si fuera para un ministerio o una cátedra de pública enseñanza, yo lo entendería, ¿pero para músico? ¿Y exigir que nunca se haya engañado en materias políticas? ¿Dónde está nuestra instrucción?, ¿dónde nuestros talentos?

El pleito iniciado en Oviedo estalló al haberse declarado compositor y director de música progresista. Hasta le atribuyeron la autoría del Himno de Espartero, luego de Riego y de las dos repúblicas previas a la guerra del ’36.

Fue admitido en 1828 como organista en Compostela, aunque asumió el magisterio de capilla varias veces. El grueso de sus obras se halla entre Zaragoza y Santiago y otras hay en archivos diseminados por España. La pena es que no pocas fueron destruidas en razón de las convicciones y represalias que sufrió.

Sus obras se interpretaron en Compostela todo el XIX hasta que el Motu Proprio de 1903 hizo inviable su ejecución, por su gran orquesta, su modernidad, más cercana a lo teatral que al sentimiento religioso. Eso no ensombrece una composición de admirable técnica.

Como apunta uno de sus estudiosos: Fue un liberal exaltado en la mejor línea de gran parte de los músicos del primer romanticismo, ahí están si no Beethoven, Schuman, Chopin, etc. (E. Casares, 1980). Buen resumen, que lo eleva a suprema cima.

Compuso una pieza en español, Apóstol santo, en loor de Santiago y dedicada al Cabildo compostelano. Al escucharla ¿le daríamos la venia como compositor o nos cebaríamos con él por transgresor y avanzado a su época?

¡Vuelta al archivo en busca de otra partitura para hacerla sonar!

25 oct 2021 / 01:00
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