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Nochebuena en soledad frente a San Martiño Pinario

{relinchar de política}

Aborregado sobrino, este año no podré ir a pasar las fiestas navideñas a las islas Feroe, como suelo hacer, y ya estoy preparado para sobrellevarlas en absoluta soledad mientras mi examada Marie Louise retoza en el lejano oriente con el pesado poeta hindú del que a veces te hablo, un tontaina cursi al que algunos tarugos desean convertir en una especie de Tagore moderno. Yo intenté leer hace poco un libro suyo y no pude hacer más que bostezar durante horas, como si me hubiese tomado un tarro entero de Valiums, aunque un día de estos se lo pasaré a mi crítico literario de cabecera, don Ubaldo Rueda, para ver si le apetece hacer una crítica objetiva del mismo cuando la organización de la XV edición del Premio de Novela Europea le deje un rato libre. A mí, en honor a la verdad, la poesía me aburre bastante y prefiero leer libros como el que acaba de editar mi buen amigo José Luis Teófilo, nada menos que la traducción al italiano de la estupenda novela Un dedo manchado de tinta, del profesor Manolo Portas. Me gustó tanto que al acabar no pude evitar la tentación de entonar Torna a Surriento con depurado estilo napolitano. Como te comentaba, este año no vendrá a verme ni siquiera mi tía Gretel, que teme contagiarse con el bicho si abandona la suerte de búnker en que ha transformado su casona de la Baja Sajonia, y mis hijos han encontrado, gracias al coronavirus, la excusa perfecta para librarse de mi compañía, aunque seguro que alguno aparecerá con el único fin de pedirme dinero. Como voy a estar más solo que la una, en Nochebuena pediré a la díscola Gladys que me cocine un muslo de pavo y me lo iré a tomar, dentro de mi carruaje, frente a la fachada de San Martiño Pinario mientras escucho a Bach. Ya sé que parece un plan desolador, pero es lo que me apetece hacer. Y así podré cambiar impresiones largo y tendido con mi fiel caballo, míster Petrus, que al menos tiene la decencia de no relinchar de política.

{bien de interés cultural}

Si he elegido el entorno de San Martiño Pinario para pasar la Nochebuena es con el fin de brindar conmigo mismo por su reciente declaración de Bien de Interés Cultural, reconocimiento más que merecido tanto por su antigüedad y belleza como por el papel fundamental que ha desempeñado, durante muchos siglos, en la historia jacobea Todavía no he tenido tiempo, dadas mis múltiples ocupaciones, de mandar sendos telegramas de felicitación al conselleiro de Cultura, don Román Rodríguez, y a mi viejo amigo Carlos Álvarez Varela, rector del histórico inmueble, pero voy a ordenar de inmediato a mi escribiente, el caraja irlandés McGregor, que se encargue del asunto y, ya de paso, que me consiga una invitación para visitar de nuevo el impresionante interior del monasterio de origen benedictino. Seguro que no sabes que es el segundo más grande de España, solo por detrás de El Escorial, así que toma nota por si quieres quedar de ilustrado ante los borregos que tienes por amigos. Por cierto, en el espacio cultural que funciona en el Seminario Mayor pude disfrutar hace un par de años de la excelente representación de la ópera Madama Butterfly a cargo de la soprano patria Laura Alonso, que lleva ya muchos años triunfando a lo grande en Alemania y otros muchos países. Tú, que solo escuchas reguetón y música coreana de dudoso gusto, seguro que sientes repelús por el mundo de la lírica, pero los que tenemos cierta cultura no podemos entender cómo la perdida juventud actual desprecia con tanta ligereza lo clásico para echarse en brazos de composiciones demoníacas. No sé, Damián, vivimos tiempos cada vez más oscuros y mediocres.

{BELÉN QUE HAY QUE VER}

Otra de las citas que tengo pendientes antes de Nochebuena figura visitar el belén de Conxo, tradición que cumplo encantado todos los años por gentileza de don Paco Otero, autor de ese impresionante montaje sobre el nacimiento de Jesús. Una vez intenté contar todas las figuras que lo componen y perdí la cuenta cuando iba por la setecientos y pico, así que el número total debe sobrepasar con mucho el millar. Yo, la verdad sea dicha, no suelo mostrar gran devoción por los belenes debido a un trauma que arrastro desde la niñez, pero el de Conxo es algo totalmente diferente que te animo a contemplar si tu ateísmo de sustrato leninista te lo permite. Dicho trauma fue debido a que, durante una representación navideña organizada por el colegio donde estudiaba, a mí me encomendaron el papel del ángel que anuncia a los pastores del lugar la buena nueva del nacimiento de Jesucristo, pero me embarullé un poco y en vez de decirles que “hallaréis al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” les exigí con urgencia que me hicieran un sitio junto al fuego, porque la función era al aire libre y hacía un frío del copón. Total, que me senté con ellos frente a la hoguera y me quedé allí, totalmente callado y frotándome las manos, hasta que el director del colegio, abochornado, mandó parar la representación por falta de continuidad argumental. Yo alegué, en mi defensa, que el disfraz de ángel no abrigaba nada y que en vez de alas me tendrían que haber puesto una capa de borreguillo, pero la bronca fue monumental. No sé, sobrino, la gente tiende a ser muy maleducada.

{PESADILLAS CON PUIGDEMONT}

En cuanto al Fin de Año, he de confesarte, Damián, que eso de comer las doce uvas al son de las campanadas me pareció siempre una supina ridiculez. Además, me dan ardor de estómago y luego me paso la noche entera sufriendo pesadillas en las que aparecen Irene Montero, Cayetana Álvarez, Gabriel Rufián y hasta Puigdemont largándome sermones inconexos, lo cual no es una buena forma de empezar el año. He de llamar al doctor Enrique Domínguez para preguntarle si me permite cambiar las uvas por conguitos o almendras garrapiñadas, aunque ya me estoy temiendo la respuesta. Te dejo, gestiones de toda índole requieren mi atención.

14 dic 2020 / 00:00
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