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ENTREVISTA
RAMÓN LÓPEZ MERA, OSNABRÜCK Diseñador de producto

Picheleiros por el mundo: “Los alemanes no son tan perfectos”

“Acabé aquí gracias al alcalde. Porque él no quería perder el convenio conseguido así que llamó a la empresa para hacer un trato”

El nombre de la ciudad resulta difícil de pronunciar y tampoco es sencillo escribirlo. Unas características que para este picheleiro, de corazón a la par compostelano y vigués, comparten también muchos de los alemanes a los que se ha encontrado en sus seis años de aventura laboral y vital. Lo que más echa de menos es la cercanía de las personas, incluso de las desconocidas. Él, igual que muchos de los que han vivido fuera, saben que solo con subir a un autobús uno ya puede saber si está o no “na casa”.

Ramón quería ejercer la profesión para la que tanto se había preparado y las oportunidades laborales, como tantas veces ocurre, se antojaron mejores fuera de España. Echa de menos el calor, echa de menos los planes improvisados, echa de menos la facilidad del día a día. Sin embargo, de momento, no se plantea volver.

¿Por qué Alemania? ¿Qué te ofrecía que aquí fuese más difícil tener?

Allí nació, por así decirlo, el diseño de producto. Fue la cuna. Yo estudié diseño en Santiago, en la Mestre Mateo. Ya tenía una idea que me rondaba la cabeza desde hace tiempo de irme a Alemania. Estaba estudiando el idioma y tenía la curiosidad de formarme allí. Y justo cuando estaba planteándome esa posibilidad surgió un convenio de la universidad de Vigo con la universidad de aquí, e incluía el intercambio de estudiantes.

Sin embargo, por poco se te trunca el plan. ¿Cómo puede ser que fuese el alcalde de Osnabrück el que hizo que te pudieses ir?

De repente, un jueves tenía que viajar a Alemania y el martes anterior me dijeron que no fuese. La empresa ya no tenía sitio para otro estudiante en prácticas más pero el que iba a ser mi jefe habló con un amigo suyo. Claro, este pensó que le estaban vendiendo al peor de todos y le dijo “¿tú crees que quiero al último practicante del Erasmus?”. Total, la empresa en la que trabajo hace productos de merchandising y los jefes dijeron que si les iba bien una venta para hacer productos para el ayuntamiento, yo podía entrar y quedarme. Acabé aquí gracias al alcalde. Porque él no quería perder el convenio conseguido así que llamó a la empresa para hacer un trato. De hecho, el alcalde vino a los seis meses. Fue un éxito porque siguen comprando nuestros productos.

¿Te costó integrarte?

El idioma es lo más complicado. Yo sabía lo básico pero el primer mes llegaba a casa y mi cabeza no daba para más. Tardé un mes en acostumbrarme al idioma. Por el resto, me integré bien. Al fin y al cabo, yo soy español y tengo facilidad. Pero somos muy diferentes los gallegos y los alemanes la verdad.

¿Qué te llama más la atención de los alemanes?

No son tan perfectos como nos parece a los extranjeros. Son muy cuadriculados tanto para bien como para mal. Son como hormiguitas ante cualquier cosa que les dicen, por ejemplo, ante una orden política. Yo creo que los españoles somos algo más pícaros, nos enfrentamos a los problemas de otra manera, tenemos otra forma de buscarnos la vida. Los alemanes no son capaces de improvisar, todo es muy protocolario. Por ejemplo, lo que se escribe en un mensaje en el trabajo, en un correo electrónico, va a misa. No hay forma de que salgan de ahí, de hacer un cambio. Si se ha dicho algo en un mail, el proyecto tiene que ir como cuenta ese correo sí o sí.

¿Y en el día a día, a nivel más personal, cómo es el trato con ellos?

Yo vivo solo pero tengo amigos de todos lados y muchos son alemanes, y me siento muy bien. Pero siempre les digo que se suelten un poco a la hora de hacer planes. Después hay algo muy paradójico, hacen quedadas que son solo para beber y no les importa emborracharse delante de todos y hacer tonterías. Al día siguiente se ríen con quien sea y me resulta muy curioso teniendo en cuenta lo correctos que son en general. Y, por ejemplo, son muy pudorosos pero las saunas son como una religión y no les importa estar desnudos delante de todos. Ahí, en saunas gigantescas del tamaño de un polideportivo, no tienen pudor. Pero una chica alemana nunca estaría en la playa sin la parte de arriba del bikini.

¿Lo que más echas de menos es, precisamente, la forma de ser de la gente?

A mi familia y la gastronomía, pero después sí, la gente: cómo es la gente, cómo te mira la gente. En el norte somos cerrados pero en Alemania mucho más. No hay contacto visual con las personas en un bus, por ejemplo. Es impensable hablar con un desconocido en un bar.

“Me gustaría ser docente pero sabiendo de lo que hablo, con experiencia”

Para cualquier emigrado, es pregunta obligada el retorno. A él le prima lo laboral e insiste en que si quiere tener el trabajo que desempeña en Alemania, con esas condiciones, en España sería más difícil. Por eso, su idea pasa por, de volver a España, convertirse en docente. “Pero me he hecho la promesa a mí mismo de no ser un profesor sin experiencia, quiero saber bien de qué estoy hablando con la conciencia tranquila de lo que explico”, reitera Ramón. Entre sus colegas de profesión, con los que ha estudiado en Galicia, hay muchos que han tenido que cambiar a otros campos. “Solo dos tienen una empresa en Santiago, el resto trabaja de otra cosa”, asegura.

También resulta difícil hablar con alguien que viva fuera sin preguntarle por el tema que está más de moda: la pandemia. Este diseñador cree que en Alemania se quiso dar una imagen de que todo estaba solucionado. En uno de sus viajes a Galicia, incluso le sorprendió que aquí todo el mundo llevase la mascarilla. “¿Cómo puede ser que en España estén más protegidos y haya más casos?”, se preguntaba.

23 nov 2020 / 00:00
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