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|| leña al mono, que es de goma ||

¿Qué hacer con el papel higiénico sobrante?

EN VERDAD OS DIGO, hermanos, que la gente se está poniendo pesadísima con la gilipollesca moda de plantar lacitos de colores, candados, pañuelos y otros objetos similares en un sinfín de infraestructuras públicas. El caso es que vas paseando por cualquier ciudad y lo normal es encontrarte con un puente entero, un banco o un portalón plagado de supuestos adornos dejados por turistas deseosos de inmortalizar, a base de pequeños cerrojos, mensajes o serpentinas, el momento en que llegaron a ese punto o manifestar el amor que sienten por su acompañante de turno. Luego, consumada la chorrada, se hacen un selfie delante de su obra, lo comparten con sus amiguitos en las redes sociales y siguen su camino dejando detrás un reguero de recuerdos antiestéticos.

En Santiago, hasta el momento, nos hemos salvado bastante de esta tendencia tan infantiloide y los peregrinos se limitan, por lo general, a colgar pequeños objetos en uno de los paneles que dan la bienvenida a la ciudad a la altura de San Lázaro. Lejos de molestar, la escena resulta curiosa y no perturba en absoluto el entorno, pero habrá que estar vigilantes para que la cosa no vaya a más. De hecho, en las últimas semanas ya han aparecido en los alrededores de la Catedral algunos altares conformados por camisetas sudadas, velas y otras monsergas por el estilo.

Mucho peor sentido de la estética tienen, de todas formas, quienes se dedican a colgar trozos de papel higiénico en los árboles y arbustos que jalonan la entrada a la ciudad, como denunció recientemente EL CORREO. El suceso no tiene entidad suficiente, ni mucho menos, para iniciar una investigación policial, pero algunos sabuesos aficionados tenemos la firme sospecha de que el autor de dichas acciones debe ser algún vecino que compró papel higiénico de más durante el obligado confinamiento domiciliario del pasado año y que, al no saber hacer con tanta mercancía sobrante, se está dedicando a deshacerse de los restos de esta forma tan original.

compras compulsivas. Como recordarán, muchas personas pensaron que el ataque del covid traería consigo el desabastecimiento casi total de muchos productos de primera necesidad y se lanzaron a comprar, a veces de forma compulsiva, artículos tales como el citado ante el temor que el canguelo provocado por una situación tan extraña y estresante les pillase en el retrete sin un vulgar rollo a mano.

Normal. A otros nos dio por llenar la despensa de cerveza, pistachos y galletitas saladas, y así criamos el panzón que desde entonces lucimos con escasa dignidad, mientras que mucha gente mayor pensó incluso en convertir las bañeras de sus casas en recipientes gigantes de aceite por si la escasez de víveres nos retrotraía a situaciones similares a las vividas durante la Guerra Civil y la dura etapa del racionamiento. Eso sí, a los glotones al menos no nos dio por colgar los botellines de Estrella Galicia de los árboles, aunque a lo mejor se trata de una fórmula desconocida de reproducción cervecera. Vayan ustedes a saber.

Decíamos que la tontaina moda de poner candados en los puentes y pañuelos en las pasarelas aún no ha cogido auge en Santiago, pero a cambio ha vuelto con fuerza la costumbre de escuchar música a toda pastilla con las ventanillas del coche abiertas. Muchos creíamos que tan absurda y molesta actividad estaba totalmente extinguida, pero no. De hecho, ha resurgido con tanta fuerza que ya resulta imposible dar una vuelta por el Ensanche al anochecer sin sufrir el acoso sonoro de quienes creen que todo el mundo está deseando compartir con ellos sus nefastos gustos musicales, por lo general cercanos al reguetón, al rap y a otros géneros de difícil digestión.

Mi perro, que tiende más a escuchar a Leonard Cohen y a Van Morrison, siempre se lanza como un fiera contra los coches de tan pesados conductores, pero como es de tamaño reducido, está ligeramente gordinflón y tiene la movilidad reducida a causa de los excesos culinarios del confinamiento, impone poco respeto y los reguetoneros siguen su camino sin inmutarse. Quizá sea el momento de comprar un pitbull o similar.

Hace bastantes años, allá por los 80´s y 90´s, era muy normal que los musicólogos de entonces se paseasen por ahí en vehículos tuneados de cuyo interior emanaban, a un volumen ensordecedor, canciones de Camela, Los Chichos o Las Grecas, todas ellas horripilantes, pero en comparación con las de ahora hasta parecen piezas clásicas con un cierto valor artístico, lo cual viene a demostrar que Darwin estaba confundido y que la especie humana, lejos de evolucionar, retrocede.

Seguramente lo mejor sería llenarles el coche de candados para que no puedan salir a dar la murga. Ahí queda la idea por si algún turista quiere aprovecharla.

13 oct 2021 / 01:00
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