Roca para cimentar la Iglesia

EN EL DISCURRIR normal de las sociedades de nuestro mundo, hay momentos en que algunos de sus miembros están en alza, y otros en los que quienes ostentan ciertos cargos caen en desgracia. En el pueblo creyente de Israel, en el que Dios busca “un pastor que cuide de su pueblo”, los pronunciamientos de ese pastor suelen proceder del mismo Dios, que los hace llegar de ordinario por uno de sus profetas. Este acostumbra a comunicar las decisiones divinas con palabras semejantes a estas: “Esto dice el Señor”, y siguen las palabras que intenta transmitir al pueblo. La 1ª lectura de la Misa de esta tarde y de mañana, tomada del Profeta Isaías, es un anuncio de la remoción que hace el Señor respecto de Sobna, el mayordomo de palacio, y su cambio por Eliacín. A este el Señor le promete vestir la túnica que antes endosaba Sobna, con los poderes anejos que eso llevaba consigo. De ese modo, se volcará el Señor con los habitantes de Judá. Del hombro de Eliacín colgará Dios la llave del palacio de David, de suerte que, lo que él abra, nadie pueda cerrarlo; y lo que él cierre, nadie pueda abrirlo. Es decir, le concede todo el poder, el de tener las llaves. El Evangelio de San Mateo recoge lo que aconteció entre Jesús y sus discípulos cuando iban por la zona de Cesarea interior, la que estaba bajo el mando de Filipo, el hijo de Herodes el Grande. Jesús les pregunta que quién creen ellos que es él. Simón Pedro se adelanta a responder: Tú eres el Mesías. Jesús ve que eso no se lo ha indicado ninguna otra persona, sino que procede del Padre Celestial. Entonces Jesús le cambia el nombre de Simón en Pedro, le dice que sobre esa “piedra” edificará su Iglesia, y que le dará las llaves del Reino de los Cielos, de suerte que lo que él haga estará bien hecho. San Pablo exulta hablando de Dios: nadie le ha aconsejado a la hora de crear el mundo; nadie tiene ascendiente sobre Él. Todo lo que existe, depende de Él. A Él corresponde la gloria por los siglos.