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Sacras Pasiones

Cuando se piensa en la Pasión de Cristo la cabeza se va a diferentes campos y visiones. Por ej., un músico recordará las pasiones de Bach, un cinéfilo reparará en el film de Mel Gibson, un clérigo meditará sus textos y un cofrade tendrá en mente procesiones y penitencias de semana santa.

En Compostela, mirando el Pórtico de la Gloria, es evidente la catequesis que ofrece al residente y al caminante. Ahí aparece Cristo rodeado de los cuatro evangelistas y los ángeles que portan diversos elementos hirientes. Estos pueden verse también en los policromados y esculturales Ángeles portando los instrumentos de la Pasión, obra de José Ferreiro, del Monumento del Jueves Santo de 1772. Durante el año se exponen en la Statio o antesacristía de S. Martín Pinario y, habitualmente, se trasladan durante el Triduo Sacro a la Capilla de la Comunión de la catedral.

Aun así, en Galicia, las “passio” como género litúrgico-musical no cuentan con una tradición muy antigua ni certera, al contrario de lo que pasa en otras regiones peninsulares. En Aragón o en Castilla, ya desde antes del reinado de los Reyes Católicos, hay literatura musical más abundante. Y, curiosamente, en Alemania, Francia, Inglaterra e Italia, más todavía. Todo pese a que el musicólogo y humanista José Vicente González Valle (1935-2019), dedicó su tesis doctoral a este tema: La tradición del canto litúrgico de la Pasión en España (Múnich, 1974).

Ahí señala que el más antiguo manuscrito de la Pasión que halló en la península es el de un Evangeliario del s. XI. En el medievo empezaron a proliferar estos cantos monódicos y desde el s. XV puede hacerse un seguimiento de la práctica polifónica del “cantus passionis”, transmitidos en fuentes manuscritas de gran riqueza y fecha relativamente tardía (ss. XVIII-XIX). La decadencia de las capillas de música catedralicias, junto con una lectura mal entendida del papel de la música en la liturgia tras el último Concilio, dieron por concluida esa tradición, a expensas de que surgieran novedades, como así ha sucedido.

No aconteció de igual modo en el ámbito de la música reformista de Lutero y seguidores. Basta ver que en las pasiones de J. S. Bach, las más conocidas, sobre todo la de S. Mateo, se incluye el texto evangélico al que se suman recitativos y arias de nueva creación y “corales” -muy inspirados en la pluma bachiana- que el pueblo conocía de memoria.

A modo de piezas singulares hay dos composiciones posteriores que tienen en común -y también en discrepancia- diversos aspectos. Son el Christus am Ölberge, Op 85, obra de Beethoven (1770-1827) que quedó como un islote en medio de un océano y otra pieza a la que le sucedió otro tanto: La pasión según S. Lucas de Penderecki (1933-2020).

No fueron creadas para la liturgia sino en formato de concierto y presentan un mismo rasgo: sus autores tuvieron un fuerte carácter, y vivieron entre dos épocas contrastantes. Beethoven, un germano sumergido en los tiempos de la Ilustración, y Penderecki, un polaco en un país comunista que sufrió una profunda transformación en las últimas décadas.

Fruto de tales músicos y de épocas conflictivas y cambiantes, no son obras ortodoxas, sino que incorporan elementos nada usuales.

Beethoven recurre a los clásicos, con Mozart y Haydn a la cabeza. La voz de un cantor junto a la orquesta, aporta un carácter que va creciendo en inquietud y dramatismo, pasando por muy pocos momentos de relajación en dúos, tríos y coros, aunque siempre dentro de un canon, sin estridencias.

Penderecki escribe en un lenguaje musical diferente -es atonal- para solistas, órgano, coros y una orquesta donde son protagonistas las sonoridades oscuras en sus dos partes, con voces que cantan a gritos y hacen bulla y estruendo. En conjunto, es difícil de digerir por un aficionado a la música clásica o romántica.

Sus estrenos tuvieron escaso éxito. Beethoven rehízo su obra estrenada en 1803. Penderecki, entre modernidad y vanguardia, prefirió componer otras piezas entrando de lleno en las tendencias del s. XXI.

Para ambos, la Naturaleza fue fuente de inspiración suprema, un medio en el que, sin pretenderlo, se imbuían de ideas que daban vida y fuerza a su música.

Fueron a contracorriente y, entrados en años, compusieron para sí mismos, con la libertad -y cierta prepotencia- que dan la experiencia y saber y sentirse dueños de su oficio.

Escuchar ambas, sin rehusar meditar la evangélica Pasión de Cristo, es buen ejercicio siempre. En formato musical, si ayudan a revivir lo que transmiten, son complemento a un acto, procesión o devoción, en el plan vacacional de ahora

Penderecki va más allá al declarar en 1966:

La pasión es el sufrimiento y la muerte de Cristo, pero es también el sufrimiento y la muerte en Auschwitz, la experiencia trágica de la humanidad a mediados del siglo veinte. En este sentido, debería (...) tener un carácter humanista universal.

Son ideas y palabras de ayer y hoy.

10 abr 2022 / 01:00
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