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Santiago tras la ‘cuarentuna’

    EL PASADO FIN DE SEMANA el corazón de Santiago volvió a latir a ritmo de guitarra, laúd y pandereta. El XXIV Certamen Internacional de Cuarentunas ha concentrado en la capital gallega la magia de una tradición que se suma a su monumentalidad, a su ambiente universitario, etc para hacer de esta ciudad una meta en la ambición turística tanto europea como mundial.

    Para los compostelanos, gallegos e incluso para los que somos de fuera y vivimos aquí, que siempre hemos tenido curiosidad por profundizar en el alma de esta icónica urbe, escuchar el lejano murmullo de la ronda entre la neblina del anochecer, acompasada por las notas de una guitarra bien templada, que sigue a una rítmica pandereta, mientras a cada encrucijada, en las plazas de entrerrúas, llega el grave sonido de varias voces que cantan al unísono las estrofas de una canción, es dar vida a las palabras con que Pérez Lugín presentó la vida de aquel madrileño de La Troya, que llegó taciturno a un lóbrego y lluvioso Santiago para terminar sus estudios de Derecho y acabó encontrando la alegría de vivir, no solo de la mano de la de Castro Retén, sino en el colorido calor del humor y la alegría, en el sentimiento que ofrece esta ciudad no antigua sino eterna, como la presentaba Valle-Inclán.

    Pasear por Compostela estos días atrás era viajar en el tiempo, disfrutar de una ciudad engalanada, aún no por luces de Navidad, sino por el destello lejano de coloridas becas rojas, amarillas, azules, violetas, naranjas, que lucían los antiguos estudiantes de Medicina, Farmacia, Derecho, Ingenierías, Filosofía, etc.

    Aquí y allá la tuna hacía batir palmas, bailar al son de lo antiguo, de una tradición que dotaba a Santiago de un carácter enxebre, propio de una época no muy lejana, en que las estudiantes sonreían desde detrás de los visillos de sus dormitorios, en los antiguos colegios mayores, entreviendo a los músicos que las rondaban desde las calles de piedra brillante al azote del orvallo. A lo lejos, La Berenguela acompañaba con la grave campanada de media noche el jolgorio estudiantil, que mantenía la vida en la ciudad, bajo el mortecino silencio de la madrugada.

    Ahora la tuna es un espejismo, un recuerdo del pasado, pero tan eterno como la propia Compostela, siendo los “Cuarentunos” los responsables de tan honrosa labor como es la de mantener viva una tradición que, como hemos podido ver este fin de semana, vive muy dentro del corazón de la Universidad, tanto compostelana como de las demás grandes universidades españolas. Tunos de Pamplona, Linares, Oviedo, Valencia, Salamanca, etc... han traído hasta nosotros la rítmica esencia de la vida universitaria que se conocía hasta hace pocas décadas.

    A ellos debemos agradecer que la juventud de la Universidad de Santiago de Compostela, los españoles y extranjeros acogidos en el abrazo de la urbe que es corazón de Galicia, hayan sentido cómo en lo más hondo de su alma brotaba el interés por saber más sobre esta noble y bella costumbre universitaria, un recuerdo que redescubrir y con el que las juergas del fin de semana tendrían un sentido más profundo que el grisáceo hábito de amontonarse, casi mecánicamente, en locales donde el volumen de la música, un sobresaturado aforo y el alcohol reducen la explosión de vida de la Universidad a la monotonía y la simplicidad.

    Vivimos en una ciudad conocida, querida y deseada en todo el mundo, cuya historia, monumentos, gastronomía y tradiciones han determinado su esencia, a lo largo de los siglos. Es nuestro precioso deber mantener esas costumbres, esas historias, vivirlas, desempolvarlas y disfrutarlas, devolviendo a las calles de Santiago un pedacito de la esencia canalla y divertida que siempre estuvo ligada a toda ciudad universitaria, como ésta, que tanto orgullo genera a los gallegos, españoles....y al mundo entero.

    04 dic 2021 / 01:00
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