Tu Dios se desposa contigo

EN NUESTRA SOCIEDAD es muy común el buscar pareja, para encontrar quien comparta con una persona su vida y sus problemas. Cierto que esa pareja es alguien de una condición semejante, que se siente a gusto con quien intenta compartir con ella o con él los diversos momentos de su existencia. Es esta una situación bien distinta de la del mundo de la Biblia, en la que es Dios quien le dice al pueblo por medio del profeta que el propio Dios se desposa con él.

La 1ª lectura de esta tarde y de mañana, del profeta Isaías, proclama una justicia y una salvación que resplandecerán en el pueblo creyente de Israel merced a la acción divina. Desde entonces no habrán de sentirse abandonados, ni considerar devastada a su tierra, pues a esta la desposará el Señor; y, como un marido se goza con su esposa, se gozará el Señor con el pueblo descendiente de Jacob.

Jesús realiza su primer signo en Caná de Galilea: en una boda en la que faltó el vino, Jesús hizo que el vino apareciera en lugar del agua de las tinajas que los judíos utilizaban para las abluciones. Antes de realizarse el cambio del agua en vino, intervino la madre de Jesús, pidiendo a los empleados que hicieran cuanto Jesús les dijese. Todos reconocieron que los novios habían reservado el vino bueno para el final. El Señor, con ese milagro, manifestó su gloria, pues con él llegaba una situación nueva, y creyeron en él sus discípulos.

El Apóstol San Pablo les dice a los Corintios que Dios interviene en todos los miembros de la Iglesia, de modo que su Espíritu suscita en cada uno los diversos carismas que se necesitan para el bien de todo el cuerpo. Así, a unos les da el don de la sabiduría y a otros el de inteligencia, de hacer milagros, o de profetizar; o bien el de hacer discreción de espíritus, para ver cuáles vienen de Dios y cuáles no. Es el Espíritu Santo el que considera la oportunidad de concederles estos dones a los unos o a los otros, siempre para el beneficio de todos.