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Volver al Monte Pedroso

    La panorámica que espera en la cumbre santiaguesa es motivo suficiente para una visita tan obligada como demorada. La otra tarde pululaba por la zona de las antenas de telecomunicaciones alguien de la ciudad que jamás había subido al Pedroso, y eso que se puede llegar con el coche. Nuestro punto de partida se sitúa en la zona reservada para un jardín botánico, proyectado hace casi treinta años. El agua del Sarela aromatiza de frescor el ambiente, mientras las piernas empiezan a desentumecerse suavemente por la pasarela, cuyos márgenes se han limpiado de vegetación. Tras bajar a los fantasmagóricos molinos, cruzar el río y compartir unos pasos con el Camino de Fisterra, comienza la subida empinada hasta un trozo de carretera, la cual debería poder evitarse, que te lleva a la parte baja de la Selva Negra. Su panel informativo reza Patrimonio de Compostela, un espacio que fue adquirido por el Consorcio de Santiago en 2007. Cruzada de sendas anchas y estrechas, la vía ascendente goza de un par de bancos en su recorrido para misericordia del andarín o paseante.

    La sombra y mascarillas acompañan hasta alcanzar la Granxa do Xesto, poblada de familias y parejas jóvenes. El chiringuito de madera está abierto y la memoria se me escapa a aquella merienda del cumpleaños de mi hija que habíamos hecho allí. Robles viejos, castaños con el verde erizo y algunos pinos protegen y adornan la extraordinaria área recreativa. Tras cruzarla, los nuevos ascensos alfombrados a la cima reciben a los valientes con acacias, alisos y algunos eucaliptos. El destino está cerca, pero aún hay que alcanzar el viacrucis y sufrir como corresponde. La llegada se revela con la visión del religioso monumento pétreo y una de las torres férreas plagadas de platos parabólicos.

    Ya en la cumbre –parece que estás en el cielo– se dibuja de norte a sur la maqueta de una ciudad ordenada, toda una lección de urbanismo. Y en su centro, la basílica y faro de peregrinos. Detrás, hacia la izquierda, se divisan la monumental mole de San Martiño Pinario y el convento de San Francisco. En un plano posterior, la inacabada Ciudad de la Cultura, obra del arquitecto neoyorquino Peter Eisenman, y como contrapunto geológico, el Pico Sacro, la otra montaña compostelana, residencia de Doña Urraca. Arriba me tropiezo con el veterano fotógrafo de esta misma cabecera, Antonio Hernández, que me explica cómo la luz natural que emerge cuando se encienden las primeras luces de la urbe regala al observador una inefable pátina de esta fachada urbana. Pero cualquier momento es bueno para venir a contemplarla. Siempre habrá una cita pendiente con el monte Pedroso.

    18 ago 2020 / 00:30
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