...Y Compostela se apagó a las seis

Todo aquel que en algún momento haya intentado hacer una fotografía de la praza do Obradoiro vacía sabe que la empresa resultaba complicada. Eso era en la vida prepandemia, cuando las calles de Compostela siempre tenían presencia de gente, aunque fuese de un pequeño grupo de estudiantes a golpe de noche de lunes. Por la plaza más importante de la ciudad siempre pasaba alguien y se paraba un rato a charlar o a contemplar la Catedral. Ahora, el empedrado del Obradoiro está más solitario que nunca.

Si Compostela era ya una ciudad triste desde que la pandemia alejó a sus principales visitantes, aparte de sus estudiantes, desde ayer lo es un poquito más. Los bares que ayer permanecían abiertos en el barrio de San Lázaro tenían una especie de cliente autómata: llego, pido y me voy. El café para llevar es ahora protagonista, pero ni siquiera se puede consumir en la calle donde la mascarilla tiene que estar siempre puesta. Pese a todo, son muchos los que apuran el vaso delante de los establecimientos aferrándose a la costumbre del bar como recuerdo de que algún día existió la vida social.

Dos trabajadores aguardaban ayer con su chaleco amarillo puesto el turno para recoger su pedido en el Orpheus de la avenida de Vilagarcía. Allí, a elegir, lomo al horno, paella, pasta, zorza o alitas de pollo. También el bar Rial abrió sus puertas y ofrecía cafés para llevar; como la cafetería Arena, que de nuevo sacó a la calle su cartel anunciando el precio del café. En cambio, el Tía Vicenta, en la calle San Pedro de Mezonzo, permanecía con su decorada persiana bajada. Y en la Gramola, en Cervantes, cambiaron el mobiliario de sus terrazas por el ya famoso ataúd de cartón que denuncia la situación de la hostelería.

En la capital gallega ya pocos se aventuran a pronosticar cuándo volverá la normalidad. Sometida al cierre perimetral y a los niveles más elevados de restricciones desde hace semanas, la puntilla ha llegado ahora, cuando al cierre de la hostelería se han sumado las limitaciones para el comercio. “Si no hay comercio, no hay ciudad”, la frase es del presidente de la asociación Compostela Monumental. El escaparate de la zapatería Pablo&Mateo Kids ya luce cartel con el nuevo, y corto, horario. Los comerciantes de la ciudad, como el histórico Deportes Cibeira o Nacho Jeans, cerraron así sus persianas a media tarde con resignación y con las cifras en la cabeza de las pérdidas que llevan acumuladas durante todo este tiempo.

El sector, que como contaba Ana Rey, de Joyería Alameda, no comprende las medidas, se ha resignado a acatarlas y a esperar a que lleguen las ayudas. Si en algo coinciden asociaciones como Compostela Monumental o Santiago Centro, que aúnan al comercio del casco histórico y del Ensanche, respectivamente, es que se ha puesto demasiado énfasis en la hostelería y poco en la situación del comercio. Ayer, sin tiendas a las que ir a echar un ojo, más allá de los supermercados, la estampa de las rúas de Compostela era de una desolación que se fundía con la niebla.

El contraste entre la tarde de ayer y la del pasado martes fue evidente en las calles. Si hace dos días las terrazas se llenaron para aprovechar el último brindis antes del cierre total de la hostelería, ayer las mesas y las sillas permanecían recogidas con la única compañía de los repartidores a domicilio que atravesaban las calles con sus motos. Los pocos que hacen deporte individual por parques como Galeras o la Alameda, los estudiantes que salen del Colegio Rosalía o quienes acuden a hacer un examen a Medicina son ahora los que arrojan algo de vida a una ciudad que ya ha olvidado el bullicio; y que nunca pensó en tener esta estampa en su primer Xacobeo en 11 años. De la ciudad que fue, ya solo queda la lluvia.