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Violencia de género

La vida cuando el agresor se salta la orden de alejamiento: "Me fui de España porque me aterraba"

Dos víctimas de violencia de género denuncian falta de protección tras interponer la denuncia

Víctimas de violencia de género denuncian desprotección.

Víctimas de violencia de género denuncian desprotección. / José Luis Roca

Elisenda Colell

"Protegida no estás en ningún momento: pones la denuncia y luego no pasa nada", cuenta Ingrid, una mujer que en 2012 denunció a su pareja, tras varias palizas, amenazas de muerte e insultos. Ella fue usuaria del sistema Atenpro (servicio telefónico que funciona con dispositivos móviles con geolocalización) que le permitía alertar a la policía cuando su agresor, en múltiples ocasiones, se saltaba la orden de protección. "Sin embargo, no me sentí segura hasta que me fui a vivir a Londres durante tres años". Igual que Cristina. "Yo me quedaba blanca, en 'shock', se me ponía la cara de todos los colores, temblaba... En ese momento sientes tanto miedo que no te acuerdas ni de que tienes un dispositivo", explica. Ambas sostienen que no se sintieron protegidas por el sistema después de denunciar. Una realidad que también corrobora Assumpta Rigol, voluntaria de la asociación Hèlia, que acompaña a mujeres supervivientes del machismo. "La desprotección es aún muy grande", expone la voluntaria, harta de ver cómo los acusados siguen acosando a las mujeres.

Ingrid vivió el maltrato de su pareja durante muchos años. "Yo sufría violencia física, psicológica, amenazas de muerte... pero aguantaba porque pensaba que cambiaría". La primera denuncia la puso en 2012, aunque la orden de protección no llegó hasta un año después. "Yo estaba embarazada de ocho meses. Él se presentó en mi casa, entró y me dio una paliza brutal". Madre e hija sobrevivieron, y fue desde aquel momento, y hasta 2018, que su expareja no pudo acercarse ella. Al menos eso era lo que decía el papel.

"Protegida no estás en nunca: pones la denuncia y no pasa nada, la policía aparece cuando él ya se ha ido"

— Ingrid. Víctima de violencia de género

"La realidad, sin embargo, es que muchísimas veces se la saltó. Durante un tiempo me dieron el dispositivo Atenpro, que llama al 112 cuando él rompe la orden, pero no sirve de nada. La policía aparece cuando él ya se ha ido, y te preguntan cómo es y qué deben hacer para encontrarlo", describe la mujer. Se lo encontraba en la escuela de la niña, por la calle, camino del trabajo... El acoso era constante. "Aprendes a vivir con dos móviles, porque te sientes totalmente indefensa. Todo el día estaba en alerta para defenderme, para reaccionar, para grabarlo, para poder tener una prueba". Cada vez que rompía la orden, ella terminaba cinco horas en sede judicial para contarlo. "Y él solo salía con una multa", se queja la mujer.

Al final, optó por irse de España. "Me aterraba la idea de que pudiera hacerle daño a mi hija". Vivió tres años en Londres, y regresó cuando supo que él se había ido a Alemania. Años después, entró en prisión por robo. "Cuando salió me envió un mensaje diciendo que iba a por mí, que me iba a matar". Sin embargo, un solo mensaje le sirvió para sacárselo de encima. "¿Quieres volver a entrar?", le dijo. Desde aquel día, no ha vuelto a saber de él.

"Todo el día estaba en alerta para defenderme, para reaccionar, para grabarlo, para poder tener una prueba"

— Ingrid

Cristina, por su parte, explica que solo se sintió segura en las casas de acogida donde ha vivido. Aún recuerda aquella primera noche en que se escapó con lo puesto. "Me tuvieron que dejar bragas, chaquetas, abrigos... Si hubiera hecho una mochila, él se habría enterado". Él también rompió la orden de alejamiento muchas veces, obligándola a mudarse varias veces de casa de acogida. "Dabas el aviso y eras tú quien se tenía que ir... Él no tenía ninguna consecuencia. Estamos hablando de una persona obsesiva", recuerda Cristina, quien aprendió a caminar con dos ojos en la nuca. En el gimnasio, la escuela, el supermercado... la lista de encuentros es muy largo.

Ella, al final, también se fue de Catalunya. Pero él la volvió a encontrar. "A veces, cuando fumo en mi casa desde la ventana, lo veo. O veo el coche delante de mi puerta. Pero ya no le tengo miedo, estoy segura de que no me hará nada. Está solo, no tiene a nadie, y sé que se consuela viéndome un rato". De alguna forma, ha aprendido a vivir con esto.

"Todavía hoy, cuando fumo en casa desde la ventana, lo veo. Pero ya no le tengo miedo, estoy segura de que no me hará nada"

— Cristina

No se trata, sin embargo, de dos casos aislados. "Mi experiencia de cuatro años de voluntaria acompañando a mujeres supervivientes de violencia machista es que hay mucha desprotección cuando denuncian", explica Assumpta Rigol, voluntaria de Hèlia. En sede judicial, recuerda el día que pidió un espacio aislado para que la víctima no viera al agresor, cansada de abogados de oficio que desconocen el estado del expediente y que no logran que los jueces concedan órdenes de alejamiento. Incluso recuerda en alguna ocasión cuando una abogada se olvidó de reclamar la orden de protección.

"En la mayoría de casos que he conocido, el agresor, a pesar de tener orden de alejamiento, la ha roto. Recuerdo una mujer que lo veía cada día en el coche aparcado delante de su casa y que un día se le tiró encima en plena calle. El problema es que muchas veces rompen la orden y no pasa nasa", se queja Rigol. "Las mujeres siguen teniendo mucho miedo, se sienten indefensas. Hay mujeres migrantes que sienten peligro incluso al pasar por una tienda cuyos dueños son de la misma nacionalidad que su agresor. La situación de peligro siempre está ahí", insiste la voluntaria.

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