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Amoríos entre sombrillas

A San Antonio / como es un santo / casamentero, /pidiendo matrimonio / le agobian tanto, / que yo no quiero / pedirle al santo / más que un amor sincero.

Eso dice el texto de un fragmento de una de las mejores zarzuelas de todos los tiempos: Luisa Fernanda de Federico Moreno Torroba, estrenada en Madrid en 1932. En la escena en la que se interpreta «La mazurca de las sombrillas», dejando a lo lejos la ermita de S. Antonio, entonces en fiesta, se canta esa coplilla tan pegadiza y resultona.

No sé si el santo se ve muy desbordado por tanta petición de personas en edad de contraer matrimonio. Hoy, para qué engañarse, eso de acercarse al altar para asumir un compromiso ya no se lleva demasiado. Está más extendido, en cambio, buscar citas a ciegas o apuntarse en una de esas páginas virtuales para solteros. San Antonio debe sentirse aliviado, aunque un tanto abandonado e incluso frustrado.

El santo portugués (de Lisboa era, aunque lo sitúen siempre en Padua) es además conocido como abogado de las causas perdidas y de las cosas imposibles. Otros prefieren a santa Rita y algunos -no muchos- a Judas Tadeo. Cuestión de gustos y costumbres y, admitámoslo, de los favores recibidos del cielo a través de tanta santa y santo milagrero.

Este mes de junio nos depara la celebración de tres grandes fiestas populares y religiosas a la vez: S. Antonio, S. Juan y S. Pedro. Además, no faltarán las consabidas bodas, bautizos y comuniones. Son el pistoletazo de salida de las fiestas de verano, cuando toda Galicia es una romería.

A San Antonio de Padua lo representan vestido con el hábito franciscano y con un niño en brazos. Una imagen chocante a primera vista que tiene justificada explicación.

Antonio, cuyo nombre de nacimiento era Fernando [De Bulloes y Taveira de Azevedo, ca. 1191-1195] no iba para monje. Tuvo la fortuna de formarse en el conocimiento de figuras señeras de la era patrística, siendo experto en su tiempo de las sagradas escrituras. Un hecho cambió el rumbo de su existencia. Estando estudiando en Coimbra, formando parte de los Canónigos Regulares de S. Agustín, la experiencia del martirio de los primeros franciscanos que habían derramado su sangre en Marruecos en 1220, le causó tal impresión que le llevó a querer continuar su labor en el norte de África.

Se hizo religioso franciscano y puso rumbo a Marruecos, pero una enfermedad le hizo cambiar de idea. Aun así, desarrolló una gran labor en su corta vida, tanto en Italia -donde conoció a S. Francisco de Asís- como en Francia.

En su lecho de muerte, para ser consolado de una tribulación, se le apareció el Niño Jesús. De ahí ese «crío» en su regazo. Falleció dejando tal estela que fue canonizado apenas un año después, siendo trasladados sus restos a Padua.

En la compostelana iglesia conventual de S. Francisco todavía se festeja este santo. Si por allí pasan y visitan sus retablos, verán el de S. Antonio con esta inscripción semioculta: Romae Anno Jubilei 1750. Al lado, un cartel sobre el «Pan de los Pobres de San Antonio» que en parte reza: A través de este «cepillo» se recaudan fondos destinados a socorrer a personas y familias que se encuentran en situación de dificultad. ¿Les suena? Si no, pregunten porque es de total actualidad.

En el extremo opuesto de la ciudad, en O Castiñeiriño, también celebran la fiesta de S. Antonio. Y, como no hay dos sin tres, lo mismo pasa en Fontiñas.

Estas zonas cercanas al casco histórico, fueron, no hace mucho, lugares periféricos. Hoy no son simples zonas de residencia de nueva cuña, ni ciudades dormitorio donde se va la gente para pagar menos que en el centro. Son arterias y núcleos que han generado, y generan, una singular cultura y que, a la vez, guardan esas costumbres -unos más que otros- tan valoradas como denostadas ya en tiempos pasados.

No tienen praderas, ni ermitas, ni ahí bailan mazurcas ni polonesas, al estilo de lo que muestran las estampas de las zarzuelas del XIX y principios del XX. Pero hay parques y columpios, césped, senderos, y algún destartalado edificio, vestigio de alguna fábrica o negocio que vivió tiempos mejores. Y cuando hay fiesta, no faltan banderitas y globos, ni rosquillas de toda la vida, ahora envasadas y vendidas como artesanas, aun con trazas de estar bien aliñadas.

¿Y la música? De aquella manera haberla hayla, aunque relucen más palcos de hormigón y espacios destinados a los «bailables» que las melodías populares. Tanto bafle e iluminación de alto voltaje, difícilmente encaja con sutiles exquisiteces sonoras.

Y es que vivimos a la inversa. Progresan las «afueras», pero a la hora de la verdad, para tomar un café, quedar bien y sentirse fetén, no habiendo impedimento mayor, se mira al casco antiguo, a nuestras céntricas rúas.

San Antonio, experto en causas perdidas, además de casamentero, a ver si devuelve el «amor sincero» a los barrios y consigue que se conozcan y valoren. ¡Que no son arrabales: guardan rica historia!

15 jun 2022 / 01:00
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