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|| nosotros y cía ||

Aquellos de antaño sí que eran buenos electrodomésticos

En casa estamos muy tristes, de luto tecnológico. La pasada semana enterramos a nuestro frigorífico tras la friolera, nunca mejor dicho, de más de 22 años refrigerándonos los alimentos.

¡Vaya campeón! Un auténtico Zanussi, de los de toda la vida. Sencillo, de diseño sobrio, por supuesto de color blanco y no hacía hielos ni disponía de ninguna historia rara. Lo más avanzado con que contaba era que tenía dos puertas, una arriba para el congelador, en el que apenas cabían dos pizzas, unas cubiteras, dos paquetes de guisantes y un pack de helados, y otra debajo para lo que era la nevera en sí.

Eso sí, no dio ni una tos en su feliz y familiar y acogedora vida. Y amor tuvo mucho, todo el que reclamaba y el que espontáneamente estuvimos dispuestos a darle, que no fue poco, no se crean.

Esta terrible pérdida me recordó otro duelo doloroso sobremanera, el de un vídeo VHS de marca Funai que soportó durante años con una entereza y fortaleza que para sí ya quisieran Arnold Schwarzenegger o Jason Statham miles de rebobinados, un número infinito de grabaciones, programaciones imposibles que realizaban mis hijos cuando eran niños.

Y ahí estuvo, años y años de visión impoluta, clara, grabaciones limpias y pausas sin molestas rayas gracias a su excelente tracking.

Esos eran electrodomésticos, de esos de los que sus eslóganes te prometían que te harían la vida más fácil.

¡Y era verdad!

No como ahora, que si life, que si de luxe, que si like, que si leches. Eso que llaman obsolescencia programada no solo terminó con una estirpe de aparatos del hogar que acaban siendo más queridos que algunos parientes, sino que terminó con nuestra paz, con nuestra tranquilidad, con nuestra paciencia.

Hemos aceptado como borregos la estafa que supone que nos vendan un dispositivo que ya de antemano tiene programada una vida y después..., después la nada.

Bueno, no es del todo cierto. Después..., después volver a pagar por el mismo producto programado para su muerte, una maquinaria que va a durar un tiempo limitado, corto, tanto que no nos dará tiempo ni a encariñarnos.

Les confieso que mi teléfono móvil –no sé cuántos llevo ya– aún funciona después de tres años, pero no vean cómo, casi hay que darle cuerda por la mañana para que coja el wifi de casa, tarda decenas de segundos en visualizar una página web y ya no les digo cómo se eterniza el tiempo si se le pide algo complicado.

Si Albert Einstein hubiera tenido un smartphone como el mío, un servidor habría adivinado cómo se le ocurrió lo del espacio-tiempo: esperando hasta el aburrimiento.

¿Recuerdan ustedes aquellos teléfonos de mesa de los años 60 y 70, con su teclado, su auricular a prueba de caídas, con su cable resistente a tirones impensables hoy en día, hechos a prueba de apisonadoras, sin duda?

Y las televisiones... Mire que entonces eran feas, unos armatostes increíbles que pesaban un quintal, pero que funcionaban todo lo que de emisión tenía el día durante los 365 días del año.

¡Qué manera de aguantar!

Si se iba la imagen en una esquina, venía el técnico y cambiaba una lámpara por aquí, movía un transistor por allá, o, sencillamente, le daba un golpe y todo solucionado.

Ahora si a la smart TV le da el sol, se le funden los circuitos; si no le da el sol, se acatarra, y aunque la cuides como a la niña de tus ojos, el que la fabricó ya sabe cuándo va a hacer puf.

Y así podíamos estar páginas y páginas, hablando de las lavadoras de antes, las batidoras de antes, del molinillo de antes; todos duros, recios, hechos en metal, sin apenas plásticos y una maquinaria a prueba de picos de tensión y otras zarandajas.

Pero esto de ahora..., ¿será lo que llaman nueva tecnología, nuevos tiempos, avances?

Lo dije antes, es un engaño, un timo, una estafa, una auténtica tomadura de pelo a la que ningún Gobierno ni tribunal pone coto ni saca, al menos, los colores a los fabricantes y productores.

Se ríen de nosotros en nuestra cara y, quizás, nos lo merecemos.

Sepan que aún tengo mi Macintosh Classic. Solo necesita una fuente de alimentación, pero funciona sin necesidad de actualizaciones.

¡Qué triste estoy, cuánto añoro a aquellos maravillosos electrodomésticos!

|| las claves una a una ||

1 ¡Por fin! Parecía mentira, pero al final se fue Donald Trump. ¿No tenían ustedes así como una sensación de que le íbamos a tener que aguantar de por vida? Pues no, ya juraron Joe Biden y Kamala Harris y EE. UU. enfila una nueva senda. Pero ojo, tampoco se vayan a pensar que esto va a ser ahora jauja. No olviden que tienen una peculiar forma de ver la vida. 2 Arrepentidos. Desde el pasado 1 de enero no dejan de aparecer colectivos británicos que muestran su más absoluto descontento con el brexit. Ahora sienten en sus carnes lo que es subsistir sin el enorme apoyo de una potencia como la Unión Europea. Pero lo cierto es que todo esto, y mucho más que está todavía por llegar, se veía venir.

3 ¡Muy mal! Menudo follón hay montado con lo de las elecciones catalanas del 14 de febrero, su aplazamiento al 30 de mayo por la COVID y el fallo provisional en contra de esta medida del TSJC. Mientras, José Félix Tezanos pesca en el río revuelto del descontrol estimaciones de victoria para el PSC y su candidato, Salvador Illa. ¿No les huele a chamusquina?

|| Lo mejor

bancos de alimentos. Con la excelente e inigualable labor que realizan, no solo ayudan a miles de familias a las que esta larga crisis castiga sin recursos, sino que además contribuyen a que cada año se aproveche el 50 % de la comida que agricultores, supermercados y otros establecimiento arrojarían al vertedero a pesar de estar en buen estado. Y evitan el efecto invernadero. ¡Qué más pedir!

Lo peor ||

el rubius. Es uno de esos influencers de las redes que pretende hacernos comulgar con ruedas de molino. Pero al fin y al cabo no es más que otro caradura más. Ahora traslada su residencia a Andorra para ahorrarse varios miles de euros en la declaración de Hacienda. Es decir, en España Hacienda somos todos, como rezaba el lema de los 80; menos para los más listos del corral.

La foto de la semana
¡Agua va! y mucha, pero a destiempo

Algo no va bien, o, al menos, no va cómo a mí me gusta. Les explico: según informó Meteogalicia, el pasado año fue el segundo más cálido desde hace nada menos que 60 años y además registró uno de los niveles más bajos de precipitaciones. Pero a pesar de ello muchos de nosotros no tenemos esa sensación, sino más bien de tiempete chungo. Les digo por qué: pues porque tras un julio de temperaturas casi de récord, agosto se presentó muy lluvioso, sobre todo en la segunda mitad, cuando entraba una borrasca apenas se había marchado la anterior. Y claro, se nos chafaron muchas de las expectativas que teníamos para las vacaciones tras el ansia de los duros meses de confinamiento y encierro. A ver si este año los dioses meteorológicos y los pandémicos nos son más propicios y nos permiten disfrutar de un chapuzón en condiciones en alguna paradisíaca playa.

24 ene 2021 / 00:00
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