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Armonía Somers: un mar de cuentos

A lo largo del pasado siglo, todo un elenco de brillantes narradores dejaba constancia del excelente momento de la narrativa uruguaya, sostenida sobre todo por maestros incontestables en el terreno de la narrativa breve: Horacio Quiroga, Felisberto Hernández, Mario Levrero y Juan Carlos Onetti y con ellos un amplio grupo encabezado por los exitosos Mario Benedetti y Eduardo Galeano. No faltaron tampoco narradoras de talla como María Inés Siva, Silvia Lago o Cristina Peri Rossi, precedidas por la rara y distinta figura de Armonía Somers, pseudónimo de Armonís Liropeya Etchepare (1914 – 1994), cuya narrativa se inicia en 1953 con los cuentos reunidos en El derrumbamiento y, con anterioridad, en la polémica e impactante novela La mujer desnuda. Pero fue Solo los elefantes encuentran mandrágora (1986) la más heterogénea e intensa de sus novelas, en la que el peso de la temática religiosa, que – entiende María Cristina Dalmagro – choca con la opuesta veta anarquizante en su obra, ambas de herencia familiar. En todo caso, la escritora acaba de recibir un importante impulso a su cuentística con la excelente y exhaustiva edición de sus Cuentos completos (Ed. Páginas de Espuma, 2021) donde se reúnen sus seis libros de narrativa breve y algunas piezas sueltas, con un buen comentario prologal de la citada A.M. Dalmagro, ya con carácter póstumo.

Los cuentos aquí abundantemente reunidos carecen, paradójicamente, de la brevedad a la que tienden los textos agrupados como cuentos. Las historias son muy amplias, pero de nuevo de forma paradójica lo son más por la amplitud descriptiva que por la intensa brevedad narrativa. En suma, la escritura se expande y arracima en una prosa de largos parágrafos, generosa en enumeraciones, símiles, sintagmas bimembres y trimembres, abundantes pausas y léxico profuso.

La mencionada prologuista capta con precisión la tendencia a la ruptura de paradigmas habituales del género, en especial de carácter técnico – formal, lo que hace de A. Somers una escritora rupturista y transgresora, de mirada desmitificadora y de voz narrativa “inquietante, desconcertante, ambigua” (p.11) que siempre caminó contracorriente, en constante actitud autocorrectora, forjadora de ficciones de muy perceptible carácter sombrío, opaco, de insólita rareza, por las que asoman lo transreal y suprarreal, los brotes de pesadilla y alucinación y, en los personajes, el onirismo freudiano concretado en la turbadora “vivencia desencadenante” del “yo individual”.

Son elementos reiterados de sus narraciones la recurrente potenciación epilogal de sus historias en función distorsionadora; el truncamiento de cualquier forma de linealidad de la trama y la permanente descomposición y fragmentación de la materia narrativa que se plasma en “hilachas” de soledad, angustia metafísica, funebrismo y frecuentación de motivos como el sexo, la violencia, la muerte, el caos y el absurdo.

Es esta (y así lo prueban los cuentos ejemplificadores) una escritora excéntrica, de compleja personalidad artística y de cosmovisión trágica, alejada de estéticas y escrituras sólidamente establecidas o pasajeras. Verbalmente pródiga, gusta del trabajo retórico brillante y sensorial, pero también de la exploración visionaria, subconsciente. Lo más hondo y secreto de su sensibilidad, su pensamiento y su imaginación se impone a lo largo y ancho de su obra, que posee vocación de tendencia minoritaria.

11 mar 2022 / 01:00
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