Averiguaciones sobre Hebe Uhart

yo había leído poco y ella –la singularísima argentina que fue Hebe Uhart– había escrito mucho. Le llamaban “la escritora oculta”, así lo dejó escrito quien fue su amiga, la prolífica Leila Guerriero, y el raro Fogwill la bautizó como la mejor en el ámbito del cuento argentino. Hija de emigrantes vascofranceses e italianos, se declaraba bonaerense “suburbana”, pues había nacido en el pueblecillo de Moreno. Ejerció de maestra y estudió Filosofía en la UBA, de la que fue profesora. Sus actitudes y comportamientos le dieron fama de loca, de chiflada. Amaba la alegría, el optimismo, la esperanza. Le gustaba el término medio y en su casa paterna solo había libros sobre la vida de Cristo.

Sobrevivió a toda su familia y fue gran viajera. Alternó literatura y periodismo y cultivó la crónica, el cuento y la novela. Comenzó a publicar a comienzos de los años sesenta en pequeñas editoriales. No le faltaron ni marginación ni descalificaciones a lo largo de sus cerca de cuarenta años de labor escrituraria con más de dieciséis títulos; sus libros, que ella llamaba sus “deberes”. Era de intimidad frágil, de vida solitaria y en su trayectoria de escritora tuvo la suerte de dar con la editora Adriana Hidalgo, donde en 2018 aparecieron sus Cuentos y Crónicas completos. Hoy, tras su muerte en el mismo 2018, su obra se sitúa entre lo más granado de las letras argentinas y críticos y estudiosos destacan formas de mirar y decir, su detallismo original enraizado en lo coloquial y sus raíces sencillistas, naíf; su fusión de dolor y placer en cuanto a cosmovisión. Como persona fue un ser difícil, fruto de una existencia que también lo fue. Leila Guerriero la ve como “una señora del barrio que escribe maravillosamente, una escritora en serio, de afirmada modestia, poseedora de un particular narrador incierto; tímida, retratista de gentes de nivel normal y corriente y visitante asidua de lugares y gentes perdidos, solitarios, que pasan desapercibidos”.

Lo último publicado (ya póstumo) es El amor es una cosa extraña (Adriana Hidalgo, 2020), “trilogía de las novelas inéditas”, en edición a cargo de Pía Bouzas y Eduardo Muslip, que son también autores de un Epílogo que igualmente gira sobre la vida y la obra de la escritora, fundida siempre con su mundo literario, con el lenguaje del mismo, con las raíces de la materia de sus ficciones muy compactas y fraguadas a través de elementos recurrentes de signo autobiográfico. Ciertamente esto es así, con absoluta constancia, en las tres narraciones (llamadas “novelas” injustificadamente) de las que sobresale con mucho la segunda, Leonilda. Es Leonilda una historia familiar en la que la mujer es fundamento del discurrir de una narración que conjuga y opone campo y ciudad, atraso y progreso, pasado estanco y presente donde la vida –entre dificultades, asperezas y rigores– evoluciona lenta, alternando sucesos, momentos, relaciones humanas ya positivos ya negativos.

Todo el peso narrativo lo guía y modula una sola voz, la de Leonilda, escindida entre su mundo interior y su proyección familiar con sus quebrantos, fracasos y sus pequeños alivios y hasta satisfacciones. El tejido textual de esta ficción tenuemente dolorosa, realista, encajable en el relato de autoformación o aprendizaje, es claro, como también sus variaciones en el plano humorístico (crudas, airadas, irónicas), el registro coloquial avulgarado y un radical antagonismo entre personajes masculinos (elementales, cerrados) y femeninos (sometidos, pero luchadores... aunque no todos). En el manejo firme y seguro de las palabras, en la mirada entre áspera y emotiva, en el ahondar en los resortes tanto de su mundo vital como literario tienen estas narraciones de escasa ficcionalización sus mejores referencias. De ellas, la titulada El tren que nos lleva resulta hondamente autobiográfica y roza de forma testimonial los trágicos años setenta–ochenta de la trágica dictadura del país que dejó huellas imborrables.