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Cómo los judíos afganos se redujeron a uno

gabriel vilanova

Santiago

Desde hace más de quinientos años vivieron en el país que conocemos como Afganistán comunidades judías, sobre todo en las regiones de Andhoi y Mazar-e-Sharif, situadas al norte del país. La mayor parte de sus miembros se dedicaban al comercio de pieles de oveja, de mantas, y a la importación de medicinas y otras mercancías de precio elevado. Como señalaba un documento de la época del dominio británico, “los judíos se han adaptado a las costumbres afganas. Comen lo mismo que los demás afganos y sus mujeres se ponen el velo, o purdah, cuando salen a la calle. Pero, a pesar de todo esto, los políticos afganos siempre los han considerado como diferentes”.

Los judíos vivieron más o menos en armonía con la población hasta el momento en el que se produjo la revolución rusa, y más concreto hasta el primer plan quinquenal (1928-1932), que, unido a las consecuencias de la guerra civil, los procesos de colectivización y las purgas políticas, provocó una serie de hambrunas que impulsaron a muchos judíos de la recién nacida Unión Soviética a refugiarse en Afganistán. A partir de este momento, y ante la llegada masiva de inmigrantes, la política afgana sobre los refugiados comenzó a endurecerse, especialmente contra los judíos.

La ideología nazi penetró en Afganistán en los años treinta del pasado siglo porque Alemania estuvo muy interesada en este país por razones estratégicas, al ser una zona situada entre la URSS y el Imperio británico de la India. Los ideólogos y propagandistas nazis convencieron a los dos grupos étnicos mayoritarios del país, los pastunes y los tayikos, de que eran arios.

Los arios, o indoeuropeos, fueron en efecto un grupo de pueblos, que iban desde Irlanda hasta la misma China, que hablaron lenguas pertenecientes a la misma familia: las lenguas célticas, germánicas, el latín, el griego, el persa y el sánscrito de los hindúes, y otras lenguas antiguas ya desaparecidas como el hitita y el mitanio. Los arios serían pueblos de pastores nómadas de la Edad del Bronce que habrían protagonizado una expansión que se iniciaría en la India para alcanzar la Europa atlántica, o bien, por el contrario, según los nazis, que habrían partido del noroeste de Europa hasta alcanzar la India. Pero fuese como fuese siempre fueron minorías de guerreros que dominaron a las poblaciones campesinas sedentarias, ya asentadas en sus zonas de conquista. Por eso los nómadas y belicosos pastunes y tayikos, hablantes en muchos casos de una lengua indoeuropea, el dari, dialecto del persa, se sintieron muy reconocidos por esa ideología.

Sin embargo el odio al judío no fue algo solo introducido por los nazis, sino que también estuvo inducido por los propios afganos. Desde los años treinta, cuando se produjo la llegada de los judíos soviéticos de Bukhara, tanto el gobierno del país como los gobernadores de la India británica difundieron la idea de que no eran más que agentes soviéticos infiltrados, lo que no obstaba para que, por otra parte, también se los considerase como agentes del capitalismo infiltrados para infundir el odio a la URSS. Se escogía una de las dos versiones según el momento y la conveniencia.

La sospecha de que los refugiados judíos eran agentes soviéticos hizo que creciese el antisemitismo y que se comenzase a odiar a la población judía. En los años treinta el gobierno afgano basó su política económica en la creación de un sistema de monopolios, y parte de ella fue la discriminación de las comunidades judías, impulsada por el Ministerio de Economía y el Banco Nacional de Afganistán, cuyo director era Abdul Majid Khan Zabuli, que fue un pastún arquitecto de la política del país y un gran admirador de la Alemania nazi.

La política económica de orientación autárquica se impulsó como un modo de limitar la influencia soviética en Afganistán, y benefició a la mayoría étnica y religiosa pastún. Clave de esa política fue excluir a los judíos y a otras minorías étnicas del ejercicio de la actividad comercial, con el apoyo entusiasta de las élites políticas, y sobre todo de la casa real pastún y los grupos de familias que se vieron beneficiadas por el acaparamiento de esos nuevos monopolios.

Los judíos, tanto autóctonos como refugiados, fueron aplastados por la presión estatal. Se les excluyó del comercio internacional, se les desterró de sus hogares en la zona norte del país, y se los confinó en zonas de asentamiento especiales en las regiones próximas a Kabul, Herat y Kandahar. La única profesión que les fue permitida fue la de limpiabotas y buhoneros; como señalaba en esos momentos la Jewish Telegraphic Agency (JTA) el sufrimiento de los judíos afganos eran mayor que el de los de la propia Alemania, hasta el punto de que su vida comenzó a hacerse insoportable.

Poco después el gobierno afgano decretó que todos los judíos debían abandonar el país, a la vez que les retiró sus pasaportes y documentos de identidad, lo que les impidió salir de él legalmente. En 1935 otro decreto les obligó a llevar un banda roja alrededor del pecho y una cuerda en torno a sus caderas. A los hombres se les obligó a dejarse la barba y se les prohibió ir a caballo, y a las mujeres se les prohibió llevar medias y salir a los lugares públicos.

Después de la II Guerra Mundial el gobierno afgano continuó persiguiendo a los judíos, que seguían llegando desde la URSS y Asia Central, y a los que residían confinados en torno a Herat y Kabul. Según el Jewish Chronicle, en 1942 11.000 judíos afganos estaban sometidos al toque de queda y solo podían trabajar dentro de sus guetos. Incluso en 1946 si un judío era sorprendido en la calle recibía 20 latigazos, no pudiendo jamás pisar la misma acera que un musulmán.

El primer motor del odio al judío fue el odio religioso, que los consideraba inferiores a los musulmanes. En segundo lugar, los pastunes próximos a la familia real estaban celosos de la capacidad comercial de los judíos. Desde hacía siglos, los judíos afganos controlaban el floreciente comercio de exportación e importación. Desde ese momento, ese estado afgano gobernado por los que se llamaban a sí mismos arios decidió matarlos con algodón, según la expresión dari, haciéndoles sufrir más al empobrecerlos progresivamente, pero sin tener la intención de matarlos directamente.

Desde el surgimiento del problema palestino, la situación de los judíos empeoró, porque el gobierno quiso que todos los judíos dejasen el país. Pero a la vez pensó que si los dejaba salir se irían todos a Palestina, y por eso decidió que no les iba a permitir irse. Dicho de otro modo: los judíos no podían ni quedarse ni irse, cumpliendo así el dicho afgano que dice “no pegues ni mates a un niño huérfano; quítale el pan”. El estado afgano ya les había quitado a los judíos casi todos los medios de ganarse el pan como resultado de su política económica autárquica. Los judíos no fueron ejecutados, pero sí conducidos a la muerte a través de la miseria, al prohibírseles que desempeñasen sus oficios propios y no dejarlos salir del país, hasta que por fin en el año 1950 salieron todos con destino a Israel.

Paradójicamente, el comunismo soviético no llegó a Afganistán con los judíos, sino con los pastunes, cuando comenzaron a matar a parte de su propio pueblo en los catorce años de terror, violencia y torturas que supuso el gobierno pastún bajo la hegemonía soviética. Fue en ese gobierno cuando los pastunes, de los que nacerían los talibanes, hicieron pagar un altísimo precio a todas las minorías étnicas y religiosas del país, especialmente a las mujeres y niños de esos grupos, que se vieron degradados, asesinados y silenciados, iniciando el camino de su desaparición.

Como resultado de todo este proceso, a día de hoy, todas las comunidades judías de Afganistán se han visto reducidas a una única persona: Zabulón Simintov, cuya vida merece ser contada.

(Continuará)

30 dic 2020 / 00:00
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