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De rajas y pantalones

Aprovecharé el camino abierto por mi anterior artículo ¡Vuelve el camisón! para darle una nueva vuelta de tuerca al tema del vestir; mas no ahora al de femeninas prendas como el camisón, sino al clásico pantalón varonil, hoy sin embargo desplazado a categoría unisex, pero elevado a jerarquía democrática, igualitaria y de género, que ahora se diseña con numerosas rajas, hilachas y boquetes en la zona de las perneras; eso sí, sin duda con función ventilatoria y efecto de aireación, pero a la vez con capacidad mostrativa y de exhibición. Como en materia de exhibir se nos va el corte con frecuencia, en algunos modelos se ve mucha más piel que tejido, para consiguiente regocijo visual del homo ibericus que entiende, no sin sólidas razones, que las piernas valen para mucho más que para andar, correr o mantener erguidas a las damas. En eso estaremos todos de acuerdo... o casi todos.

La aparición exitosa de la raja pantalonera es desde luego una palmaria manifestación de feísmo; esto es, una evidente degradación del gusto y un desafío al vestir convencional del que son responsables ciertos sectores de la acracia juvenil, aunque esto de las edades ha cambiado mucho, no crean, no es lo que fue. Pero es esta moda, sobre todo, una amarga paradoja para quienes, entre la tembladera del virus que no cesa y las inclemencias del paso del tiempo de prórroga existencial, navegamos amedrentados por la edad provecta. Pues no hace tantos años madres y abuelas se esmeraban, a mano o a máquina, en zurcir o coser toda clase de rotos o descosidos; en fijar toda suerte de botones; en fin, en restaurar todo aquello ponible que el uso y el tiempo hacían inevitable: el corte, la raja, el desgarrón y hasta las carreras en las medias o el desgaste de puños y cuellos en las camisas. Todo para mantener el decoro, el vestir digno y el aspecto limpio aunque modesto. Ahora, en tiempos de abundancia, las cañas se han vuelto lanzas y lo que antes era vergonzoso y repudiable... ahora se ha vuelto tendencia contestataria, aunque nada de ello vaya más allá de lo puramente epidérmico o superficial.

En no lejanos tiempos todo un nutrido cuerpo de censores (eclesiásticos o militares con particular empeño) se dedicaban a cubrir, tapar, u ocultar en la vida real o en los dominios del arte cualquier centímetro de epidermis a base de añadir mantillas, pañuelos, bufandas o estolas para anular escotes y algún que otro ángulo de provocativa visión (e incluso pintura si de cuadros se trataba). En esto late aquello que dijo don Miguel de Unamuno y que me recordaba mi profesor de Historia del Bachillerato, don José Leyra Domínguez: “En España no se tolera el desnudo; en cambio, el desvestido, sí”. ¡Qué bien hablaba don Miguel y qué bien nos conocía! El próximo día, si me atrevo, les hablo del Gobierno. A todo se llega.

09 abr 2021 / 00:01
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