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Diccionarios

Seguramente, no resulta predecible que para hablar de libros –el diccionario es, por excelencia, el libro de las palabras– haya que empezar aludiendo al problema crónico de la vivienda; y ello, en el aspecto concreto de su superficie, cada vez más raquítica hasta llegar a ridículos aspectos minimalistas. Una ministra de cuyo nombre no quiero acordarme intentó “arreglar” la cuestión a base de la invención de “soluciones habitacionales”, pero la cosa no cuajó. La ministra no predicaba precisamente con el ejemplo y el personal no estaba ni por la caja de cerillas ni por la lata de sardinas.

Pero es lo cierto que hoy, incluso entre gente culta y pudiente abundan los que ponen mala cara al libro, incluso si es regalado. Los metes en un apuro, no tienen espacio para semejantes objetos en su casa, tal vez en formato CD, en tarjeta informática, etc. Así, al ya clásico “no tengo tiempo” (para leer), ha sucedido el “no tengo espacio” (para los libros). El caso es aliviarse del peso excesivo, de la incomodidad del manejo y otras circunstancias y pasarse a lo pequeñito y liviano: mensajes, correos, tweets y otras insignificancias que ya circulan en mayoría aplastante por las esferas del poder entre políticos y comunicadores. Pero no hay mal que por bien no venga y así nos libramos de tanto discurso estéril, de tanta soflama inútil y demás excesos verbales que son síntomas de la cansina incontinencia expresiva.

Los diccionarios, pues, están a la baja. Pongamos frente a uno de ellos a un estudiante y veremos los sofocos y malos tragos que sufre para dar con el palabro de turno. Un verdadero suplicio. En cambio dejémoslo ir con el dedito a la pantallita y verán con qué presteza y rapidez se mueve; aunque eso sí, en este segundo caso la información es mísera. Vayamos a los datos: el número de palabras que actualmente registra el DRAE supera las noventa y tres mil. En cambio en el uso oral nos movemos entre las mil quinientas o dos mil y, en la franja de gente más culta, entre tres y cuatro mil quinientas. El diccionario, como libro de consulta, debe ayudarnos a reducir tan abismal distancia que, por cierto, va en clara tendencia al aumento.

Sobre los diccionarios pesa el peligro de su temprana inactualización. No bien lo compras, ya no está al día, pues el idioma no para de evolucionar y de ingresar nuevas palabras. Al respecto la informática ha contribuido enormemente a su elaboración, terreno en el que en lenguas como la nuestra gallega ha habido un extraordinario avance. En definitiva, tanto en la esfera del aprendizaje escolar como en la del uso general, contamos hoy con diccionarios etimológicos, de sinónimos y antónimos, plurilingües, literarios, médicos, filosóficos y un largo etcétera. Figuras como María Moliner, Juan Corominas, Ferrater Mora, Lázaro Carreter o el memorable Raimundo de Miguel nos han legado trabajos muy meritorios. Solo nos falta más espíritu activo, más curiosidad expresiva y más exigencia cultural para frecuentar estos utilísimos libros, que han sobrevivido al paso del tiempo como fuentes del saber.

19 mar 2021 / 01:00
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