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Dime que máscaras usas y te diré como eres

Que las mascarillas habían venido para quedarse una larga temporada era bastante obvio desde el principio. Una pandemia no se arregla con un par de cuarentenas y unas semanas de protección facial. Lo vieron los emprendedores que dirigieron su producción hacia este artículo sanitario, y lo vieron los diseñadores que se lanzaron a plasmar su imaginación en ellos. Con matrícula de honor, por cierto, porque las hay que gusten más o menos, pero no se puede negar que no se le ha sacado partido a este artículo, en principio, tan anodino. Si yo tuviese que hablar de su evolución en tan corto tiempo, lo tendría claro. Empezamos siendo unos expertos en niveles de filtración, y terminamos siendo unos coolhunting del diseño, a cada cual más rebuscado y más diferenciador. Y terminará siendo, tristemente, nuestro accesorio más personal, el que más nos identifica. Un dime qué mascarilla usas y te diré cómo eres. Y si no, al tiempo.

Hemos pasado de las corrientes quirúrgicas y las segurísimas FFP2, a las de tela lavable en los estampados más variados habidos y por haber, y nos hemos paseado el Pantone al completo, añadiendo el print a juego con el look, y los detalles que le den estilo, vease cadenas, botones o lentejuerío variado. Las buscamos con firma, personalizadas, ecológicas, llamativas, anodinas... en definitiva, hemos pasado de comprar una mascarilla que nos proteja del virus a una que vaya con nosotros.

Y en el camino, nos hemos hecho todo unos expertos en sistemas de filtrado y en trucos para alargar su durabilidad, que el confinamiento nos ha dado tiempo para empaparnos de códigos FFP, EPI, N95 o KN95, y nunca tanto hemos hablado de partículas y virus como ahora en el bar, porque ya se sabe que a los humanos, a poco que nos dejen, con dos conceptos básicos y escuchados con medio tímpano, nos da para convertirnos en expertos epidemiólogos e ingenieros casi de la Nasa.

ESTABA CLARO QUE UN ELEMENTO QUE TENDRÁ TAN LARGO RECORRIDO EN NUESTRAS VIDAS, más de lo que se creía en principio, o al menos yo, terminaría por tener muchas miradas puestas en él. Fue el caso de marcas como Under Armour, especializada en la innovación de tejidos tecnológicos para atletas, que se lanzó al diseño de una revolucionaria mascarilla de rendimiento para equipar a los deportistas en su vuelta al entrenamiento. Y dicho y hecho, la UA Sportsmask, reutilizable y resistente al agua, fue creada por el equipo de innovación de la compañía de Kevin Plank en un tiempo récord y está en la calle desde el pasado junio.

Ahora le ha tocado el turno a Cliu, la primera mascarilla transparente, segura, tecnológica, sostenible e inclusiva. Al menos, así se presenta este gadget made in Italy, pero con un español detrás, el diseñador Álvaro González. El artilugio en cuestión, se presenta en dos versiones, una de ellas con bluetooth, micrófono y sensores integrados para controlar el estado de la respiración y la calidad del aire, y una app en la que comprobar la batería del dispositivo, el porcentaje de uso de los filtros, la frecuencia cardíaca y la calidad de la respiración, además de información sobre la existencia de cualquier brote de covid-19 que haya alrededor.

La base de carga tiene una lámpara UV para matar todas las bacterias en un instante, por lo que la desinfecta a diario. Y por cierto, es transparente y con un sistema antivaho para no empañarse. ¿Alguien da más? Porque a mí, que soy de letras, me parece casi de ciencia ficción; es curioso que los mismos humanos que somos capaces de crear cosas así e ir a la luna, todavía no hayamos podido atajar un virus.

Y por cierto, sí a la mascarilla reglamentaria y efectiva para todos y a todas horas si con eso controlamos el coronavirus. Pero de verdad alguien se cree que con lo que cuestan y sin subvención, ¿todo el mundo va a poder utilizarla como debería? Desechándola a sus cuatro horas de uso, etc, etc. Pues igual soy una agonías, pero visto como esta la situación, elige: mascarilla o pan.

La agenda cultural va
‘in crescendo’

Personalmente me reconforta ver que la agenda cultura y de ocio crece un poco más cada día. Yo ya me tengo apuntadas varias citas, como el concierto de Presumido, formado por Tarcy Ávila y Nacho Dafonte, el próximo 30 en el Playa Club de A Coruña. También me encanta que se esté celebrando la MIT de Ribadavia, que dirige Roberto Pascual, repleto de grandes nombres de la escena en 24 espectáculo y con Marta Pazos como premiada de honor, y el Sarria Sorrí, con Álex Clavero, Quique Matilla, Eva Soriano, David Amor, Oswaldo Digón, Alberte Montes o Pablo Meixe. Hay que reír.

Panderetas y conversas con Tanxugueiras
23 jul 2020 / 00:00
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