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{ COMPOSTELA EN FORMA }

Disfunción mitocondrial (II)

Prácticamente todas las células del cuerpo humano necesitan mitocondrias para vivir y auto-mantenerse. Trastornos metabólicos debilitantes y enfermedades atróficas tales como el síndrome de fatiga crónica, la fibromialgia, la esclerosis lateral amiotrófica o la sarcopenia se asocian con un recuento mitocondrial sumamente escueto. Los brazos o piernas que sufren fractura –creck!- y que no pueden ser movilizados durante largos períodos de tiempo, hacen decaer su nivel de mitocondrias (conjuntamente con las células musculares asociadas) hasta unos niveles mínimos e irrisorios, cosa perceptible una vez retirada la escayola. Por no citar a las personas gravemente desnutridas, que ya no tienen fuerzas para nada que no sea postergarse debido precisamente a la inexistencia de estos pequeños orgánulos, dentro de unas agónicas células.

Al otro lado de la balanza, con un nivel “a rebosar” de mitocondrias, nos topamos con los deportistas de élite y, concretamente, con los físico-constructivistas. Antaño, el mismo autor que firma este artículo perteneció a dicha falange de “guerreros espartanos” y, ¡por Zeus!, puedo dar buena fe de lo que hablo (foto). No existe cosa que desprenda más calor en el Universo conocido que un culturista de competición durmiendo en el catre: la explicación no es otra que un metabolismo de “locomotora” y un desbordante nivel de mitocondrias musculares, haciendo de las suyas a horas intempestivas: es lo que se conoce como “calor metabólico residual” o, como se conoce popularmente, “gustico del güeno”.

Por un lado, los culturistas tienen una masa muscular mucho más prolífica que un sujeto tipo, y dado que el tejido muscular es un tejido “metabólicamente activo” esto es, que consume mucha energía incluso en reposo, pues cuanto mayor sea su desarrollo mayor será la producción energética y la irradiación calorífica. Sin embargo, ya sea poca o mucha, la síntesis de energía (en forma de moléculas de ATP) lejos de ser 100% productiva y rendir con plena eficacia es bastante –digámoslo así- imperfecta, y no produce tantas moléculas energéticas como idealmente se esperaría de las mitocondrias, sino más bien se queda en torno al 50% de productividad. El resto de la energía se pierde, o más bien se disipa, en forma de calor metabólico... ¡es lo que tiene, ser mamífero y no depender del astro sol para poder calentarse! Ello explica que, cuando nos ponemos a hacer ejercicio, las mitocondrias también se ponen en marcha y gran parte de la energía producida se disipa como calor residual, elevando la temperatura del cuerpo y desencadenando los procesos de transpiración-sudoración.

Calorcito y energía, ¡genial!, ¡bien!... Si no fuese, por la pequeña fuga -o producción “colateral”- de oxidantes y radicales libres que acontece a cada rato en la periferia de la mitocondria, verdad. Como vimos, la producción energética de las mitocondrias es imperfecta, no sólo trabajando al 50% del máximo rendimiento sino que, además, en torno al 3% de tooodo ese oxígeno que se utiliza para que poder quemar los distintos sustratos energéticos (hidratos, grasas) acaba transformado en un oxígeno reactivo que hay que neutralizar oportunamente, tanto por ser un peligro en sí mismo como por el hecho de que puede generar una oleada oxi-corrosiva a través de la formación y propagación de radicales libres.

Cierto es, que nuestro body cuenta con múltiples cortafuegos antioxidantes, tales como la poderosa tríada enzimático-antioxidante compuesta por catalasa, superóxido dismutasa y glutatión peroxidasa; o hecha mano raudamente del dúo vitamínico E y C; o de los polifenoles de la dieta, de origen exclusivamente vegetal; o de los tioles antioxidantes endógenos tales como el ácido lipoico o el glutatión (éste último, el antioxidante maestro del cuerpo) pero, ¡ay!... en ocasiones la producción de tales radicales por parte de las mitocondrias-mitocondrianas es tal, que desborda las defensas antioxidantes del cuerpecillo (debido a un estilo de vida infumable, póngase por caso) que es entonces cuando aparecen los temibles efectos secundarios, tales como el estrés oxidativo-corrosivo; la baja productividad energético-calorífica (manos y pies fríos); o la fatiga; envejecimiento acelerado; migrañas crónicas; mutaciones en los genes... cáncer. Hete aquí la importancia de mantener unas organelas sanas y lozanas, no viejas y decrépitas, además de asegurarse un entorno celular, periférico, rico en antioxidantes (comiendo mucha fruta y verdura) que garanticen un bajo residuo oxidante por parte de las mitocondrias.

La moraleja de todo esto es simple y contundente: hacer ejercicio (1) y comer mucha fruta/verdura (2) duplica –en algunos casos triplica- el número de mitocondrias musculares, lo que permite no sólo disponer de un mayor nivel energético sino que, además, al aumentar la producción de calor residual nos faculta para adaptamos mejor al medio ambiente (adiós manitas frías) y a conseguir quemar muuuchas más calorías durante la jornada, previniendo así eficazmente el sobrepeso, la diabetes hasta cierto tipo de migrañas, ¡funciona!

También es cierto que existen suplementos dietéticos que, con mayor o menor fortuna, ayudan a potenciar esa salud mitocondriana, complementos tales como el magnesio (citrato, treonato), la coenzima-Q10, el ácido lipoico, la acetil-carnitina, la vitamina D, la melatonina... o mejor aún, la “vitamina PQQ” (acrónimo de pirroloquinolina quinona) dado que es la única sustancia “vitamínica” respaldada por la ciencia con la facultad de inducir la división de las mitocondrias ¡al actuar como coenzima vital para las bacterias! ¿¿Y qué son las mitocondrias, sino bacterias?? Exacto. Empero, eso sí, la PQQ es bastante cara y tarda un tiempecito en mostrar sus encantos.

Más recuerde, vuesa merced: los suplementos deberían ser la guinda del pastel (pastel = dieta + ejercicio) ¡no el pastel en sí mismo! Si uno espera que la pastillita de turno haga todo el efecto, pero tiradito en el sofá y sin mover un dedito... pues que espere sentado.

Mejor sería dejarse de fruslerías y hacer ejercicio en serio, idealmente algo de musculación: cuanto más músculo agasajemos más células musculares tendremos (fibras) y, por lo tanto, mayor número de organelas albergaremos en su interior. Levantar pesas es magnífico para duplicar el número de “centrales energéticas celulares”, es decir, mitocondrias. Por si fuera poco, también conseguiremos elevar el recuento de ribosomas, otros orgánulos celulares y que sirven para fabricar prótidos, mejorando con ello tanto la síntesis proteica como el recambio proteico... Además no hace falta estar como SC en la foto (tampoco yo lo estoy, ahora mismo) como para notar los salutíferos efectos, siendo suficiente con ir un par de veces por semana al gym. No hay excusas.

Y ya para acabar, reseñar que los ayunos intermitentes, de cuando en vez, ayudan con la división de mitocondrias: se ha descubierto que alargar los tiempos entre una ingesta y otra, o saltarse alguna que otra comida, favorece la biogénesis mitocondrial, es decir, duplica la división mitocondriana. Paradójicamente, comedirse en el yantar, lejos de debilitarnos, ¡nos fortalece! Y ojo, que también entrenar en ayunas, con el glucógeno bajo mínimos, asimismo favorece la división de mitocondrias y la sensación de energía sostenida.

EL OBJETO DE ESTE ARTÍCULO ES SÓLO ORIENTATIVO. CONSULTA CON TU MÉDICO Y/O ESPECIALISTA CUALQUIER CAMBIO EN TU DIETA O ENTRENAMIENTO

27 feb 2022 / 01:00
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