Mourelo
Uno de los primeros textos que leí de Suso Mourelo se llamaba Sólo escribió lluvia. Lo hizo en 1988 para un suplemento muy poco común de esta casa que se llamaba La Noche, y que recogía, entre otras muchas cosas, la herencia intelectual de aquel veterano vespertino que pertenecía a lo más canónico de la prensa gallega de cualquier tiempo. Un diario en el que, por cierto, uno podía leer con frecuencia a Raimundo García Domínguez, Borobó, a don Ramón Otero Pedrayo o a Cunqueiro.
Tuve oportunidad de leerle aquella gema con el corazón, e, incluso, de ilustrársela como se merecía.
En el curso del tiempo, Mourelo se convirtió en un aventurero. O quizás, como diría London, en un viajero astral. Pero el entrenamiento fue muy duro. Lo realizó en un programa de Nieves Herrero. ¿Qué mayor prueba, aparte de las propias de un marine en prácticas, que mantenerse vivo frente a la constante y despiadada presión del share...?
Fue entonces cuando pasó una época en China. El fruto de esa estancia habría de llamarse Adiós a China, y tenía dos versiones: una, la oficial, se editó en Espasa. La otra, la privada, nos la contó a los colegas. Yo no la repetiré más que en presencia de mi abogado (o de la pasma, y bajo tortura). Te lo juro, Susito.
Más tarde pergeñó una compleja y hermosa historia de losers. Era La frontera oeste, y fue a parar a Seix Barral.
Su última obra me ha transfigurado. Es Donde mueren los dioses. Viaje por el alma y por la piel de México. Lo ha sacado Gadir, la impecable editorial de Javier Santillán.
He ahí una perfecta muestra de buena literatura de viaje. La misma que practicaron don Lawrence Sterne, Washington Irving o Stendhal. La que, siguiendo un camino, consigue abrir otro, enriquecido con la mirada y la notoria experiencia acumulada de alguien que es un colector parabólico de lo delicado, lo raro, de alguien que sabe ver lo sublime allá donde ese esquivo valor ha plantado raíces. En este caso, seguía la senda de la Kahlo, de Aub o de Rulfo. Lo vemos dialogar en un pueblo perdido y nos encontramos, ¡oh, milagro!, con el escenario, punto por punto, de Luvina, la perla negra de El llano en llamas...
De la memoria de Porfirio Díaz al "skyline de chiringuitos playeros", Suso nos va brindando -con tequila- una visión a medio camino entre lo nuevo y lo obsesivamente tradicional. Sí, la Santa Muerte, por ejemplo.
Como todo gran narrador, nos fascina, nos entretiene y nos hace soñar. Feliz él, que ha hecho el camino que a mí me habría gustado recorrer hace ya muchos años. Desde que oí por vez primera al Trío Calaveras...
SÁBATO
Se nos ha ido Ernesto Sábato, a punto de cumplir el siglo. Cuánto nos habría gustado haber hablado con él un poco más (aquí lo vimos; ya estaba muy cansado). Un abrazo muy fuerte, maestro.