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El Extramundi y los papeles de Iria Flavia: una segunda vida para los ‘Papeles de Son Armadans’

En el bachillerato se me atragantó La familia de Pascual Duarte. Tanto, que el día del examen que me hicieron sobre el libro, literalmente quedé debiendo puntos. Durante esta pequeña investigación me reafirmo (por el momento) en dos cosas: la primera es que nadie cuida los libros que no son suyos y la segunda, es que Camilo José Cela se hartaba de decir que el lenguaje de un periodista debía (y debe) ser sencillo. Pero todos sabemos que en casa del herrero, cuchillo de palo. Todavía me sigue costando procesar tantos términos extravagantes (y a veces inventados) dentro de sus artículos, aunque esta vez intento no leerlos como una imposición, sino que me dedico a disfrutarlos. Ahí radica la diferencia de atragantarme leyéndolos o no.

El Extramundi y los papeles de Iria Flavia fue una revista trimestral que nació en 1995 y “murió” en 2002, ya que tras la muerte de Camilo José Cela se continuaron publicando números hasta 2011. La suscripción anual en las primeras épocas de su tirada costaba 6000 pesetas y los lectores la recibían en sus casas con el inicio de cada estación. Pero para hablar de cómo se fraguó la idea de crear El Extramundi (así era conocida de forma abreviada) hay que remontarse a la etapa mallorquina en la vida de Cela, cuando fundó los Papeles de Son Armadans (1956-1979), aquella revista que duró veinticuatro años y publicó más números que meses tuvo de vida.

El de Iria Flavia recibió una oferta de una universidad norteamericana a principios de los años 80 para acoger todo el legado de su obra y fue cuando se le ocurrió impulsar esa idea, pero en su pueblo. Esa propuesta y las ganas de volver a recuperar la ilusión de aunar textos de escritores relevantes junto a los suyos para darle una segunda vida (como hiciera con la anterior revista), provocó que naciese El Extramundi y los papeles de Iria Flavia, a la cual bautizó con el nombre de dos de las aldeas padronesas. Título que escogió (quizás) observando lo que se veía desde su casa. Así comenzaba el primer número de la revista:

A la otra orilla del Sar, a la banda de estribor del río que también llaman do Arcebispo, se enseña la aldea de Extramundi, que no está fuera del mundo aunque lo pregone, se ve desde mi casa de Iria, con su pazo do Vinculeiro que semeja un hidalgo en derrota y dulcemente zaherido por el esplín, sus nieblas que van del gris perla al gris merengo, sus coles airosas y menestrales, sus fantasmas del uno o el otro sexo, sus gallinas portuguesas, sus gatos muertos atigrados, rubios o blanquinegros, a los gatos negros los habita el demonio y se van a dormir más allá del Santiaguiño del Monte”.

La esencia continuó siendo la misma y la revista era prácticamente (por no decir igual) a la que la precedió. El objetivo que tenía el novelista se cumplió, rememorando así las alegrías que le había dado los Papeles de Son Armadans y el trabajo que le costó sacarla adelante en época de censura.

Por fuera recordará inevitablemente, también con gratitud a su memoria, a los Papeles de Son Armadans, aquella revista que duró veinticuatro años y publicó más números que meses tuvo de vida, y me llenaría de gozo lo que no es probable: que, a igualdad de duraciones, yo la siguiese dirigiendo en el 2010, a mis ciento tres años de vida. Para mí tengo que para entonces sería razonable que estuviese ya muerto y enterrado o, al menos, algo cansado y ligeramente harto”.

Cela continuó siendo Cela, y en el prólogo del primer número de la revista, volvía a dejar claro que no se doblegaría ante nadie.

Lo que procuro decir es que en El Extramundi voy a ser diáfano e intransigente, también irónico y hasta pudiera ser que caritativo, con las vergüenzas literarias españolas: los administradores de la cultura que conceden o niegan el pan y la sal, los ciento cincuenta novelistas de la incubadora a la que se le fundieron los plomos, la Academia y sus prestidigitaciones de efectos retroactivos, la caridad entendida como el nutricio guano de la inspiración, las diáfanas motivaciones de los cómplices de la merienda de negros del Premio Cervantes, etc. Y no sigo con la lista porque, bien mirado, no merecería la pena y porque con los convites de los bautizos tampoco sería prudente abusar ni agobiar”.

Pero todo hay que decirlo. Mientras publicaba El Extramundi, el país ya no estaba bajo el franquismo y ya se había pasado por un proceso de transición democrática. España comenzaba a ser mucho más progresista, por lo que el padronés no tuvo que sortear los diferentes obstáculos de la censura (como sí que lo hizo con los Papeles de Son Armadans) en los que se ahondará en la siguiente publicación. Continuará

Por Marta Rey Castaño

22 dic 2021 / 01:00
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