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El viaje perfecto

    Una de estas noches, perdido entre artículos y libros, reapareció ante mis ojos una definición a la que posiblemente no había prestado suficiente atención anteriormente. Se trataba de lo que la Organización Mundial de la Salud entiende por esa palabra a la que precisamente se encomienda: la salud. Al parecer, leía, “la salud debe ser un estado de perfecto (completo) bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.

    Me pregunté si alguna vez en la vida me habría yo encontrado en semejante estado de perfección... Desde luego en ese momento el cansancio que sentía no era demasiado compatible con semejante idealización.

    Después me planteé si alguna vez habría estado libre de “afecciones” (del latín afecctio; es decir, “acción y afecto de sentir una emoción hacia alguien o algo”), y con alivio y alegría me respondí que no. Afortunadamente sigo siendo una persona y no un mueble. Y fue entonces cuando empecé a darle vueltas a la idea de que lo único que podría equipararse a esa definición sería, paradójicamente, la muerte.

    Tengo entendido que cuando uno está muerto ya nada le afecta... Y aunque todo esto pueda parecer una exageración, o una manera de rebuscar el significado de las palabras, no deja de tener su importancia práctica, sobre todo cuando compruebo en la consulta, día a día, las consecuencias en forma de frustración, impotencia, rabia y reproches contra uno mismo. Bombardeados constantemente por ideas similares, en las que se nos insiste en la obligatoriedad, en el deber, como si de un mandato moral se tratara, de tener salud (ese tipo de salud que pretende la perfección), asumiendo que se puede vivir sin conflictos ni problemas, que cualquier aspecto físico y/o psíquico puede y debe ser gestionado con la tecnología adecuada, llegamos a interiorizar, ansiosa y patológicamente, que cualquier desviación de esa imposible perfección es peligrosa (y debe ser tratada cuanto antes).

    Si uno está afectado, si tiene desequilibrios, es que hace algo mal, o no hace lo suficiente, creándose así un caldo de cultivo “perfecto” para consumir compulsivamente productos de salud (en sus múltiples variantes) y estar paradójicamente cada vez más desequilibrado.

    No deberíamos perder de vista que en realidad la salud no es exactamente un objetivo, que nunca lo ha sido ni lo podrá ser, sino más bien una (inseparable) compañera de viaje.

    05 may 2021 / 01:00
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