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¿En qué creen los yihadistas?

la religión islámica se alza sobre cinco pilares: la Shahadah, que es una declaración de fe en que no hay más Dios que Allah y que Mahoma es su último y definitivo profeta; la Salat, o la oración cotidiana en sus horas litúrgicas; la Zakat, o práctica de la caridad y ayuda a los más necesitados; el Sawn, ayuno en el mes de Ramadan; y el Hajj, o peregrinación a la Meca. Para los teólogos musulmanes estos cinco pilares son fundamentales para que sobre ellos se sostenga la fe, y la práctica de todos y cada uno de ellos se considera como una devoción religiosa esencial.

Como puede observarse la Yihhad no es uno de los pilares del islam, y sin embargo posee una gran importania teológica y es un componente esencial para comprender su historia. Y no sería una exageración afirmar que para muchos la Yihhad puede llegar a ser más importante que los cinco pilares, porque muchos de los que la practican piensan que pueden dejar de cumplir con ellos mientras que estén llevando a cabo su misión bélica.

A comienzos de la historia islámica la Yihhad fue básicamente el medio mediante el que se logró una gran expansión militar, que, partiendo de la península Arábiga, llegó hasta los mismos montes Pirineos. Estamos ante la sucesión de grandes campañas de conquista, como tantas otras que hubo a lo largo de la historia. Y así fue durante los cuatro califatos que se sucedieron tras la muerte de Mahoma, y en los de los omeyas y los abbasidas. Ese proceso de expansión consistió en lo siguiente. En primer lugar se llevaba a cabo un proceso de predicación con el fin de conseguir la conversión de los pueblos residentes en las zonas conquistadas. Y si esa conversión no tenia éxito, entonces se utilizaban las armas con el fin de lograrla.

SE daban tres opciones a escoger por parte del Ejército conquistador: la primera sería la conversión voluntaria; y si así era, la tierra conquistada pasaba a formar parte del territorio del islam. En segundo lugar se imponía a los no creyentes un impuesto de capitación personal, llamado Jizya, que fue el que pagaron judíos, cristianos y los demás pueblos no conversos. Y por último, si no se aceptaban ni la conversión ni el tributo, entonces se hacía la declaración de guerra contra los infieles. En eso es en lo que consistía la Yihhad.

Como las dos primeras de estas opciones no fueron aceptadas en muchos países conquistados, se llevó a cabo la guerra santa, que además de ofrecer recompensas materiales con sus victorias, otorgaba numerosos beneficios religiosos a los combatientes. Así si morían en combate iban directamente al paraíso y se les perdonaban todos sus pecados. Para los vencedores supervivientes había generosos repartos del botín, ya fuese en tierras o en esclavos de los dos sexos. Se podría afirmar que para los combatientes de la guerra santa, para los mujahideen, la victoria, ya sea en este mundo o en el futuro, estaba siempre garantizaba.

En la actualidad, tal y como se enseña la doctrina islámica en algunas madrasas, o escuelas religiosas asociadas a las mezquitas, se defiende la idea de que el islam está en peligro y que cada mujahid (es decir quien lleve a cabo la Yihhad), tiene la obligación de defender al islam y luego contribuir a su difusión, ya sea mediante la predicación o la acción guerrera. Y se cree que esos nuevos guerreros del islam recibirán las mismas recompensas que en los tiempos primigenios de la historia de su religión. Es decir, que si mueren serán mártires en el sendero de Dios y serán merecedores de un lugar privilegiado en el paraíso. Y es que la creencia en una vida futura, común a las tres grandes religións monoteístas, es la clave que nos permite comprender la mentalidad del yihadista.

Él cree que la muerte no es el final, sino el comienzo de un nuevo camino, porque no tiene ninguna duda acerca de la existencia de la vida eterna; una vida en la que tendrá acceso a todos aquellos placeres de los que su religión lo había privado en este mundo, muchos de los cuales son considerados en la tierra como parte inaceptable de la “ vida secular”. Ese mismo yihadista creerá también que si no cumple con su deber de defender al islam, Dios lo castigará por no haber cumplido sus mandamientos.

Es bien sabido que países como Afganistán y Pakistán son dos grandes núcleos de formación de yihadistas, que han venido siendo instruidos como tales desde hace tres décadas en sus centros religiosos. Los teóricos de la Yihhad saben ver bien cuáles son los déficits de la vida de sus discípulos y consiguen hacerles creer que todo lo que a ellos les falta se lo han arrebatado otras religiones y otros países, consiguiendo de este modo inculcar en ellos el odio. Además les enseñan que esta vida es muy breve y transitoria y que, por mucho que podamos disfrutar en ella, no será nada comparado con los placeres que nos tiene reservada la vida futura –muchos de los cuales serían pecado en esta–, a cambio de nuestras privaciones y sufrimientos en esta tierra.

La principal misión de los predicadores de las teorías yihadistas es inculcar el odio más radical contra determinadas personas y pueblos. Como ha explicado muy bien Enrique Salgado en su libro Radiografía del odio, (Guadarrama, Madrid, 1969) solo hay dos emociones que pueden conducirnos hasta nuestra inmolación, o autodestrucción: el amor y el odio. En otros términos podemos sacrificarnos por nuestro amor o nuestro odio a los demás con el mismo fervor o intensidad, destruyendo a quien amamos u odiamos, e intentando evitar destruirnos a nosotros.

Un yihadista que se ha visto privado muchas veces de aquello que le permite satisfacer sus necesidades básicas cree que solo podrá satisfacerlas a placer en una vida futura. Por eso la miseria, la desigualdad, el caos social y la violencia generalizada serán los motores de un odio, que será manipulado por quienes inculcan a sus fieles que la causa principal de su miseria es el desprecio de los demás a su religión. Es esta mezcla de anhelo por la vida ideal en el paraíso y de odio contra aquellos a los que se considera responsables de la miseria de este mundo lo que lleva al creyente a la Yihhad y con ella a su propia autodestrucción.

En la actualidad los teólogos islamistas no dejan de señalar que la Yihhad no forma parte de la religión musulmana, porque no aparece como tal en el Corán. Y es cierto, pero también lo es que ocultan que fue el principal medio de difusión e imposición del islam. Los defensores de la misma se basan en versos como éstos: Combatid contra ellos hasta que dejen de induciros a apostatar y se rinda culto a Dios. Si cesan, no hay más hostilidades que contra los impíos (Corán, 2: 193).O bien: Combatid por Dios contra quienes combatan contra vosotros, pero no os excedáis. Dios no ama a los que se exceden. Matadlos donde deis con ellos, y expulsadlos de donde os hayan expulsado. Tentar es más grave que matar. No combatáis junto a la Mezquita Sagrada, a no ser que os ataquen allí. Así que, si combaten contra vosotros, matadlos: ésa es la retribución de los infieles (Corán, 2: 190-191). O: Cuando sostengáis, pues, un encuentro con los infieles, descargad los golpes en el cuello hasta someterlos. Entonces, atadlos fuertemente. Luego, devolvedles la libertad, de gracia o mediante rescate, hasta que cese la guerra. ¡Es así como debéis hacer! Si Dios quisiera, se defendería de ellos, pero quiere probaros a unos por medio de otros. No dejará que se pierdan las obras de los que hayan caído por Dios. (Corán, 47:4).

Hoy más que nunca es imprescindible que los teólogos musulmanes reconozcan que la Yihhad sí que tiene una base religiosa y es muy peligrosa para la humanidad y para quienes la practican. Y que muchos terroristas suicidas se forman en las escuelas religiosas, en las que han sufrido abusos, sexuales por ejemplo. El abuso sexual por parte de los clérigos –sean de la religión que sea– genera en la víctima un sentimiento de auto-desprecio, que es mayor cuando además se inculca la idea de que la víctima es un pecador, sucio, repugnante e indigno del perdón divino, a menos que se purifique inmolándose en la Yihhad.

12 ene 2021 / 00:00
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