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“Es maltrato psicológico forzar a un hijo a responder a quién quiere más”

Que un niño sufre tras la separación de sus padres es un hecho al que hay que darle la importancia que se merece. ¿Podemos decir que vive un duelo?

Depende de la edad. El duelo implica pérdida, en el caso de una separación lo que se pierde es la experiencia o vivencia de unidad familiar. Un niño menor de 5 años apenas retiene recuerdos de su vida con ambos progenitores, por tanto en la construcción de la memoria a largo plazo de su infancia, seguramente lo hará en base a dos hogares, el de ambos progenitores. La vivencia de pérdida en menores de 3 años es casi nula. A partir de 5 años tienen recuerdos familiares de unión. Cuanto más mayores sean, más recuerdos de unión familiar y por tanto mayor será el sentimiento de pérdida, más agudo será el duelo.

¿Llega a vivir en ese caso un conflicto de lealtades?

Hay que desvincular el fenómeno del conflicto de lealtades (CL) del duelo. La pérdida no tiene como consecuencia el CL: es el amor lo que provoca el CL (en edades muy tempranas –antes de los 5 años–, es el apego).

El CL es un dilema amoroso. El hijo siente que debe conservar el afecto de su padre y de su madre ya que depende de ellos para vivir. En su necesidad de “conservar” dicho vínculo, desarrolla de forma natural conductas de compensación y disimulo para garantizarlo. Cuando con el tiempo observe que el afecto con el progenitor no se ha visto comprometido, dichas conductas se extinguirán.

El CL es una reacción natural de los humanos vinculados estrechamente con otros seres que son significativos en nuestra vida. En los contextos de ruptura se hace más evidente esta conducta en los menores. Podemos decir que es un mecanismo defensivo natural y reactivo a una situación de cambio que puede “amenazar el vínculo” con los progenitores.

Algo diferente es el CL no reactivo, el patológico, que no tiene un desarrollo natural en el menor, sino que es promovido y mantenido por la conducta y actitud de un tercero. En el caso de un menor, por uno de sus progenitores.

Entonces, hay un conflicto de lealtades natural y otro patológico. ¿Puede explicarnos las diferencias?

Efectivamente. El CL tiene como síntomas clave en el hijo: 1) la resistencia a separarse de un progenitor (en el intercambio de visitas, por ejemplo), 2) el disimulo del afecto hacia un progenitor cuando está en presencia del otro; y 3) decir mentiras u omitir información deliberadamente sobre sus progenitores.

En el CL reactivo (o normal) estas conductas acostumbran a aparecer en las primeras semanas tras la separación conyugal, pueden alargarse algunos meses según la estabilidad logística que le ofrece el nuevo contexto familiar y se van debilitando con el tiempo hasta que deja de comportarse así.

En cambio, en el CL patológico estas conductas pueden aparecer pasado un tiempo de la separación conyugal, generalmente cuando hay cambios significativos en la vida de alguno de los progenitores (nueva pareja, cambio de casa, nacimiento de un hermano, una nueva sentencia judicial, por poner algunos ejemplos). Este CL aparece de repente cuando el hijo nunca antes se había comportado así, y las conductas se van radicalizando con el paso del tiempo. Además, es importante señalar que este tipo de CL, a diferencia del reactivo, afecta más a un progenitor que a otro, es decir, el hijo se mostrará más frío emocionalmente con uno de sus progenitores, no con ambos, y contra aquel fabricará más fabulaciones y mentiras.

Me gustaría que nos aclarara dos conceptos que creo que son importantes: ‘permiso’ y ‘mandato’.

Permiso y mandato son conceptos desarrollados por la escuela humanista de la Psicología. Son equivalentes a “mensajes” que las personas se envían unas a otras sin ser plenamente conscientes de que los están enviando. Porque son mensajes sutiles, que más que transmitirse vía oral se transmiten con el lenguaje corporal y con las actitudes. El permiso es un mensaje que facilita hacer algo; el mandato es un mensaje imperativo que prohíbe hacer algo. Los permisos y mandatos son leíbles a edades muy tempranas, ya que el hijo hace un escrutinio continuamente a sus progenitores para conocer los deseos de estos y satisfacerlos de alguna manera si así conserva el vínculo con ellos.

Si un padre le dice a su hijo: “Este es el finde con tu madre, te llevaré a su casa a las 10”, pero al hijo le parece que no es una acción que satisfaga a su padre, captará el mensaje silencioso que está detrás de tal afirmación, o sea, el mandato: “No me gusta que vayas con tu madre”. Tal mandato puede provocar una tremenda pataleta del niño en el momento del intercambio de visitas.

Añadí el adjetivo emocional a los conceptos permiso y mandato para señalar que no se trata de permisos conductuales, sino desiderativos, por tanto condicionan principalmente los deseos y afectos del niño.

La pregunta aparentemente inocente de... ‘¿quieres más a papá o a mamá?’ puede hacerle daño al menor, ¿verdad?

Absolutamente sí. Es una pregunta que invita al hijo a que resuelva su dilema emocional de forma explícita y además informe de ello. Hacer esta pregunta debe considerarse una conducta de maltrato psicológico explícito hacia el menor. En el momento en que un hijo se ve forzado a contestarla y, por tanto, a elegir el progenitor favorito, se verá empujado a actuar en consecuencia y a enfriar su respuesta emocional hacia el progenitor no favorito, hasta el punto de anular su afecto hacia este.

Cuando un niño anula su afecto hacia un progenitor, anula una parte de sí mismo, de su propia identidad. El niño se lastima a sí mismo sin ser consciente de ello, aplaudido por el otro progenitor.

¿Se utilizan adecuadamente los conceptos ‘conflicto de lealtades’ y ‘alienación parental’?

En torno al CL y la alienación parental, existe una pluralidad de conceptos, todos ellos interesantes y bien intencionados, para intentar describir de varias formas el fenómeno de manipulación de un hijo. Es normal que muchos de estos conceptos se solapen o se utilicen indistintamente, la ciencia está actualmente en el camino de designar conductas y formalizar un vocabulario común para todos.

CL no es sinónimo de alienación parental (AP), aunque muchas veces se usan como sinónimos y puedo entender por qué. Pero siendo rigurosos, deberíamos decir que el CL patológico, en su grado más agudo, empuja al niño a elegir entre ambos progenitores y romper el lazo afectivo con uno de ellos. Es en este punto cuando deberíamos hablar de alienación parental.

Pongamos el ejemplo siguiente: “Cuando el niño disimula el afecto hacia uno de los progenitores y, sobre todo, de forma abrupta, habiendo sido la relación maravillosa”, ¿qué puede estar ocurriendo?

Se abren muchas hipótesis de trabajo, no hay que descartar ninguna, y por lo tanto también debe incluirse también la hipótesis de CL patológico, algo que con frecuencia se olvida hacer en muchas periciales. Una buena exploración pericial debe ser capaz de incluir todas las hipótesis posibles y llegar a un diagnóstico diferencial.

Hablemos de una separación muy traumática, donde uno de los progenitores hace lo posible por excluir al otro de los afectos de los hijos. ¿Qué daños pueden sufrir a medio o largo plazo los menores? ¿Cómo le puede afectar a sus relaciones?

Correcto, la AP no deja de ser una forma de autólisis emocional de propio niño. Para responder con exactitud esta pregunta, cabría antes distinguir entre progenitores alienadores (o alienantes) de tipo A y de tipo B. No hay un único perfil de progenitor alienador, la diferencia entre ellos estriba en su estilo de crianza, es decir, en la manera como ejerce su manipulación y envía sus mensajes mandato al hijo. Resumiendo, hay niños alienados que llevan una vida aparentemente sana en sus relaciones sociales y en su vida académica, incluso esta puede haber mejorado, eso es algo que despista a psicólogos y juristas, ya que los efectos adversos de la AP no los vivirá hasta la edad adulta, con confusión en sus relaciones sociales y de pareja, baja autoestima y dificultades para la crianza. Otros niños, en cambio, el desorden emocional se hace notar desde el primer momento, con conductas regresivas, agresividad con impulsividad, consumo de tóxicos a temprana edad, fracaso escolar y predelincuencia.

¿Este problema tan grave se puede resolver con mediación o psicoterapia o puede agravar la ‘enfermedad’?

Es muy importante proponer el recurso de ayuda más adecuado para cada caso. La mediación es un instrumento potente, pero en casos de CL patólógico, ya no digo AP, no es capaz de afinar, por la propia metodología de trabajo, a actitudes y conductas a modificar en los progenitores, especialmente en el progenitor alienador. Es útil para acordar dónde y cómo serán los intercambios de las visitas, por ejemplo, pero no lo es tanto para indicarle a un progenitor el contenido de una llamada de teléfono, por ejemplo.

La coordinación parental está más pensada para este propósito, ya que por procedimiento tiene las herramientas para llegar a detectar conductas inapropiadas de los progenitores y corregir estilos de crianza desestabilizadores para el hijo. La terapia familiar es obligada en casos de AP, ya que implica restaurar el vínculo parento-filial a la vez que detectar las conductas desiderativas (y por tanto ocultas) del progenitor manipulador.

Protección

Entonces, ¿en circunstancias excepcionales es recomendable la evitación total del niño hacia uno de los ambientes familiares cuando existe un conflicto de lealtades patológico? "En casos de AP, donde la pericial (por fin) ha podido probar el maltrato psicológico que ejerce el progenitor manipulador, el siguiente paso más obvio es alejar a los menores de tal maltrato. Las opciones de cambio de custodia o suspensión temporal de custodia son variadas según cada caso, pero en todas la prioridad es la protección del hijo de su propio progenitor negligente".

Pero esa medida no debe de ser fácil. ¿Acaso los profesionales se atreven a excluir a uno de los progenitores cuando el maltrato es ‘solo’ psicológico? "Sí que ven la necesidad de hacerlo, pero la simbiosis o identificación que existe entre el hijo alienado y el progenitor alienador es tan grande que les hace dudar de poder romperlo, como si con tal ruptura pudiera ser perjudicial para el menor, cuando lo que se rompe es un lazo patológico entre ambos, algo necesario de romper. Muchas veces se evita actuar de forma contundente para evitar 'males mayores' en el menor, y se pierde de vista que ese mal mayor ya está hecho".

19 mar 2021 / 13:03
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