Santiago
+15° C
Actualizado
sábado, 10 febrero 2024
18:07
h

Eva y la serpiente

Después de la Segunda Guerra Mundial muchos círculos intelectuales se preguntaban azorados cómo fue posible el asesinato de once millones de humanos en manos de los nazis solo por el hecho de no entrar en la norma de su sistema. Muchos encontraban la respuesta en un choque de fuerzas entre gobiernos fascistas y comunistas; otros pensaban, e incluso prometían, que cuando los problemas económicos en el mundo se enmendaran, no se volverían a ver sucesos de tal magnitud. Sin embargo, a mediados del siglo XX, ya con Hitler y Stalin muertos, el mundo prometía ser menos violento, promesa que no se cumplió, ya que las innumerables guerras, sublevaciones y enfrentamientos de finales del siglo XX y principios del siglo XXI, nos han demostrado que los mecanismos de poder siguen su propia lógica y sobrepasan las lógicas económicas.

Como escritor, en este texto lo que me atañe es observar las prácticas sociales en su conjunto y cómo funcionan a manera de tecnologías de la invención de la verdad (Foucault 1999), las cuales se materializan a través de mitos fundacionales, marcos jurídicos y médicos de cada Estado. Lo que es interesante observar de estas tecnologías es que siempre han estado dentro de marcos sumamente normativos; por ejemplo, existen dos tecnologías primarias de la creación de la verdad: una es nuestro hogar; otra es el colegio. En ambas máquinas formamos nuestra concepción del mundo, pues es dentro de ellas que aprendemos a diferenciar entre clase, raza y sexo. Es decir, lo que nos enseñan en nuestro hogar y colegio nos crea una realidad dentro de un marco médico-jurídico-histórico que se representa en la institución del Estado y en sus mecanismos para asegurar su permanencia.

Las manifestaciones feministas a nivel mundial de los años 2019 y 2020 pusieron en evidencia un enfrentamiento de verdades: por un lado la realidad de mujeres que se han encontrado sometidas durante miles de años dentro de un sistema obsoleto; y por el otro, el discurso generalizado y simple de que todas las leyes jurídicas actuales se inclinan hacia las mujeres. Este discurso se desmorona al observar las estadísticas alrededor de la mujer, y nos damos cuenta de que a pesar de ello los feminicidios siguen siendo una constante. Según datos globales de la ONU solo en el 2017 fueron asesinadas 50.000 mujeres en todo el mundo a manos de parejas íntimas o miembros de su familia (ONU, 2019). Sabemos que los datos sobre feminicidios son muy recientes y poco precisos, pero si pudiéramos hacer un acumulado global e histórico, solo desde mediados del siglo XIX al presente, ¿qué tan cerca estaríamos de las once millones de muertes en los campos de concentración?

La razón fundamental de estas muertes son las lógicas que entienden a la mujer dentro de un marco de subordinación, pues aquellos a los que se les asignó el sexo masculino como una ficción política (Preciado, El País, 2019) en el momento de nacer reclaman miles de años de historia de masculinidad, que van desde el Adán misericordioso y su costilla sagrada, pasando por la Eva idiota que cayó en el engaño de la serpiente, y culmina en el himen intacto de la María resignada; esto aunado a los conceptos establecidos en la academia médica en el siglo XIX que acuñaron, por ejemplo, el concepto de feminización a todos aquellos hombres tuberculosos que perdían su masculinidad, y a Alejandro Dumas hijo que utilizó este concepto para referirse a los hombres que luchaban por los derechos políticos de las mujeres (Preciado, 2013), así como la introducción de las lógicas económicas dentro de los procesos de gestión de salud y producción que integraron los conceptos de estadística y media creando una noción de cuerpo que sirvió como norma a partir de los cuales se fundó un aparato disciplinario, el cual inventó construcciones semiótico-políticas que alimentaron las técnicas, prácticas y aparatos de verificación de la verdad, y que “fueron ligando a los individuos en un proceso de producción (...) en función de una norma determinada”. (Foucault, 1999).

Es así que estos productores de verdad tienen una relación directa con los procesos que construyen el concepto de cuerpo y cómo se entiende dentro del entramado político. Es decir que todo cuerpo anormal que entrara en la taxonomía médica del siglo XIX, y que iba desde el tuberculoso, pasando por el homosexual y culminando con el feminista,―solo por mencionar algunos, deberían ser eliminados en beneficio del cuerpo normal y sano que representa la mayoría de la población. Es ahí que, entre la lógica económica y médica, el cuerpo patológico no puede ni debe integrarse en la producción de la máquina por tener un defecto, pues puede disminuir el valor de la producción. Es decir, que toda aquella mujer u hombre que se identificara con lo femenino no debería integrarse al sistema, pues representa un ente patológico cuya inestabilidad podría afectar al Estado.

Por lo tanto debemos comenzar a leer los distintos movimientos y manifestaciones feministas y LGTBIQ ―radicales para algunos, es decir, que salen de la norma―, para entenderlos como una crítica a los discursos y técnicas establecidas de los gobiernos que cuestionan los aparatos de verificación de la verdad, y actúan como un ente de fuerza que choca frente a las prácticas de gobierno normalizadas. Debemos recordar que históricamente a los cuerpos patológicos se les ha caracterizado por tener poco acceso a las posiciones de poder. Es así que solo basta acudir a las estadísticas de la mujer y su relación con el poder en España y Galicia (IGE), para observar a través de sus techos de cristales y saber cuáles y cuántas son las posiciones de poder que las mujeres ostentan, y después de ver tales estadísticas preguntarnos si esas posiciones son otorgadas por los partidos dentro de una lógica de conveniencia electoral, o porque realmente se crean en un ambiente de equidad de género, entendiendo a los partidos políticos desde su entramado interno ―no en sus estatutos― es decir, desde todas aquellas negociaciones y decisiones privadas que se realizan a puerta cerrada alrededor de las mujeres y que comienzan en los hogares, pasan por las reuniones y terminan en las instituciones y que se sostienen en los símbolos culturales de lo femenino y las normas que ellas deben cumplir en sociedad (Millet, 2017), generando un entorpecimiento del acceso de las mujeres a los puntos más altos de poder, los cuales se encuentran en su mayoría en manos masculinas.

Es así que, cuando comprendamos que el sistema como lo conocemos, está agotado y que la norma va en contra del ser humano pues lo subordina, daña y violenta, es que podremos cruzar los límites del sistema y las atrocidades no se repetirán constantemente.

  • Ver comentarios
Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
TEMAS
Tema marcado como favorito
Selecciona los que más te interesen y verás todas las noticias relacionadas con ellos en Mi Correo Gallego.