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Feliz cumple

    llegaste hace seis años, con esfuerzo, cruzado, ya entrada la noche aunque no sabría decirte la hora. Demasiada tensión; el silencio, el pánico, la ambulancia, los médicos, más médicos, la unidad de neonatos, las máquinas y la madrugada negra, profunda y calurosa, asfixiante, de principios de junio, cayendo sobre nosotros. Te hablé, te canté y te observé a través del cristal durante cuatro eternos días. Por fin pudo venir mamá. Y abriste los ojos, lloraste a pleno pulmón, soltaste la angustia y te abrazaste (te abrazamos, te llamamos) a la vida. A los veinte días aterrizaste en casa. Al año te desplazabas a trompicones por el pasillo mientras pedías ananás, que para ti significaban plátanos. A los dos años aló y alá pasaron a ser abuelo y abuela y el “no” tu primer signo de subjetividad. Te dejé por primera vez un par de horas en la guardería mientras me gritabas papá no me abandones llenándome de una angustia que no conocía. A los tres empezaste el cole e hiciste tus dos primeros grandes pequeños amigos: Fer y Ricardo. A los cuatro te vimos actuar en el conservatorio histórico, bajo la batuta de tu querida profe Esther, y se nos caía la baba. A los cinco le contabas a Gonzalo y Margarita, de la tienda de comestibles del barrio, que habías tenido que quedarte en casa un par de meses por un bichejo invisible que te iba a impedir juntar a todos tus amigos para celebrar el cumpleaños: “pero cuando la vacuna lo mate los invitaré a una superfiesta”. Los años seguirán pasando, y puede que un día las antiguas celebraciones de cumpleaños se conviertan en una aplicación que simule el apagado de las velas mientras el homenajeado sopla en un sensor, aislado en un habitáculo, a la vez que unos cuantos electrodos le estimulan el área tegmental ventral... Espero, sin embargo, que tú aún puedas recordar, narrar, contar una historia (tu historia), una que te revuelva y te evoque todo tipo de sensaciones y emociones: la presencia, el calor, la piel pegada a la piel, el aliento... El olor de la hierba recién cortada, el murmullo del río, el rostro de tus padres embobados, el alboroto de tus primas riendo, tus amigos saltando y corriendo, tus abuelos y tíos entregándote todo su cariño. El mundo está ahí, esperándote (esperándonos), quizás algo más extraño y temeroso, más inhóspito, nervioso, hostil... Como la noche en que llegaste. Y volverán a ser el amor y el deseo; el canto, el tacto, el afecto pegado a la piel, lo que nos permitirá levantarnos, una y otra vez... Como será también lo que nos volverá a abrazar, de nuevo, a la vida. De la misma manera que un día hace ya seis años te llamaron (el amor y el deseo), por tu nombre: Manuel.

    26 jun 2020 / 00:26
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