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‘g’ de ‘globo’ (III)

    EL OBJETO DE ESTE ARTÍCULO ES SÓLO ORIENTATIVO. CONSULTA CON TU MÉDICO

    Y/O ESPECIALISTA CUALQUIER CAMBIO EN TU DIETA O ENTRENAMIENTO

    DÍCESE DEL ATASCAMIENTO del estómago... que se niega a hacer el meneíto, vamos. A veces, la gastroparesia irrumpe como efecto rebote de una enfermedad de pronóstico más grave, como vimos con todo lujo de detalles en los anteriores capítulos. Pero en la mayoría de las ocasiones, la gastroparesia aparece de una forma mucho más sibilina debido a las reiteradas, y nefastas, ingestas alimentarias. Desde que nos aseguraron que era bueno, eso de comer cinco veces al día –cuales gallinas camperas-, el pobre estómago nuestro, otrora plegadito y acostumbrado a lidiar con los ayunos-hambrunas, actualmente se hincha e inflama al recibir comida (que digo, bazofia) a cada minuto.

    A este tipo de gastroparesia crónica de bajo grado gusto llamar yo “síndrome de las cinco bazofias”, e igualmente está catalogado como uno de los grandes males que asolan nuestro mundo civilizado, junto con la inflamación silenciosa, el estrés oxidativo, el edema y la resistencia a la insulina. Digo más: cuando existe un exceso de peso de tan solo 10 ó 15 kilitos, nuestras tripas dejan ya de funcionar como debieran y es entonces que se comienza a padecer de estreñimiento crónico, alternado a veces con diarrea... ¿le suena de algo?

    Además no sólo es el estómago, el que cae con todo el equipo, sino el intestino en toda su extensión. Y que se retrase el desalojo de alimentos, a su paso a través del tubo digestivo, cosa mala es. En primer lugar, los tóxicos fraguados por las bacterias putrefactivas se hacinan en la luz al demorarse los movimientos peristálticos del intestino, lo que pone a los venenos más tiempo en contacto con la mucosa intestinal, irritándola; eso, cuando las toxinas no se absorben directamente, pasando a la sangre portal y de ahí, al hígado: comienza la sobrecarga hepática y la endotoxemia (envenenamiento de la sangre). En segundo lugar, los movimientos ondulantes (peristálticos) que acontecen de forma fisiológica, entre comidas y al menos una vez al día, cuya finalidad es la limpieza del intestino delgado al drenar el exceso de bacterias hacia el colon, deja de operar. ¿Por qué deja de funcionar, dicho mecanismo? Fácil: porque si bien aún no hemos desalojado el estómago, de la primera comida, que le metemos otra. Se solapan los tiempos digestivos, aposentándose comida nueva con otra a medio digerir, de la misma forma que los platos sucios se apilan unos encima de otros. Esto favorece la aparición de una patología funesta: el SIBO, o sobrecrecimiento bacteriano en partes altas del intestino.

    El SIBO nos indica que, efectivamente, la pereza de nuestras tripas ha llevado a que el bolo alimenticio (ahora quilo) halla pasado más tiempo en las partes altas del tubo digestivo (duodeno, yeyuno) donde apenas deberían existir microbios; pero ahora, con la comida colapsada, las bacterias y levaduras se vienen arriba, poniéndose moradas de azúcares, grasas... y aparece la Candida o el Helicobacter. Piénsese que, desde tiempos inmemoriales, nuestro cuerpo ha confinado –prácticamente- a todas sus bacterias comensales más abajo, al colon, porque el contrato que en su día establecimos con ellas (hace millones de años) estipulaba que sí, que les daríamos cobijo en nuestros fueros internos, pero a condición de que no nos robasen nuestro sustento y que se alimentasen de restos desaprovechables para nosotros, léase las fibras vegetales y cartílagos animales. En cualquier caso, rece usted por no desencadenar un SIBO de arqueas metanogénicas, porque sino... (PREEET!)

    Y hablando de fibras vegetales: hágase usted un favor y coma usted más fruta y verdura fresca, ande. Se precisa una cantidad mínima de fibras solubles-fermentables, everyday, para que tanto el estómago como intestino se muevan gozosamente, así como para dar sustento a las bacterias amigables que tenemos más abajo, en el colon. Es gracias a esta flora intestinal, de talento fermentativo-antiinflamatorio, que nosotros absorbemos preciadas sales, agua y vitaminas, así como ácidos grasos de cadena corta que desinflaman la mucosa, la nutren, a la vez que fortalecen nuestro sistema inmune.

    ¿Conclusión final? Pues que tanto la gastroparesia como la enteroparesia (o intestino bloqueado) se pueden prevenir 1/ dejando reposar más al estómago (los ayunos intermitentes vienen genial para desinflamar y volver a poner en marcha una tripa colapsada-perezosa); 2/ comiendo mucha –y sobre todo- fibra soluble y fermentable; 3/ hidratándose bien y por último 4/ amigo mío, menos plato... y más suela de zapato.

    Centrobenestarsantiago.com

    20 sep 2020 / 00:00
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