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|| La foto de la semana ||

Gracias a los que hacen que parezca que la vida fluye sola y de manera natural

Qué quieren que les diga. Yo no lo veo, no me imagino pidiendo vez para poder ir a la playa a darme un chapuzón.

Miren, es que no soy de esos que planifican pasar el día en el arena. Sencillamen-te te levantas por la mañana y de pronto ves al subir la persiana un sol esplendoroso y maravilloso que te está pidiendo a gritos que cojas el bañador, la toalla, una bolsa de patatas fritas y un par de cervezas frías y salgas corriendo para tumbarte plácidamente en la arena.

Cuando llegas extiendes la toalla, pones la sombrilla –si eres de los de piel de melocotón– y te tumbas a sentir los cálidos rayos del sol sobre tu piel, notar cómo te van tostando y proporcionándote ese toque de bronceado que en unos días te multiplicará el éxito en la discoteca.

Escuchas el rumor de las cercanas olas, te sacudes algunas de esas molestas arenas –sí, también–, y espantas alguna mosca cojonera.

Vaya, ni más ni menos que lo mismo que en el Tíbet y la religión budista denominan con mucha pompa meditar.

Pues eso, que casi alcanzas el Nirvana cuando se te empiezan a caer los ojillos, entras en un cierto duermevela allá sobre el mediodía mientras oyes como se aleja el graznido de las gaviotas.

¡Qué placidez! ¿Puede haber una felicidad mayor?

¡Sí!, que esos niños que acaban de llegar a la playa con la pelota se callen un poquito, que no griten de esa manera, que me van a romper la cabeza, y que se vayan más lejos con la pelotita.

¡Coño, qué me estáis salpicando de arena! A ver si vuestros padres se preocupan un poquito más de vosotros.

Y ahora todo eso me lo quieren quitar con la cita previa que estudian instaurar para ir a la playa en Galicia. Sí, algo así como el permiso que en la actualidad te dan para poder visitar la maravillosa escultura natural de las Catedrales.

Con la diferencia de que para acudir allí lo haces aprovechando que vas a pasar unos días a Asturias y que decides hacer una ruta por la Cornisa Cantábrica, con paradiñas en Tapia de Casarie-go, Ribadesella, Cangas de Onís, Laredo, San Vicente de la Barquera, Santander y más allá Castro Urdiales, Bilbao, San Sebastián.

Y todo ello regado con exquisitos vinos, maravillosas y ácidas sidrinas, quesos fuertes y olorosos, sabrosos chorizos al vino, cientos de tapas y tapas, etcétera, etcétera.

Ya ven a dónde me lleva esta reflexión, a reivindicar el más puro hedonismo.

Eso sí, sin cita previa, que no me veo avisando desde ninguna aplicación o web para que me digan a qué hora puede meterme en el agua y qué día puedo ir.

Eso de programar hasta lo improgramable me da llantina, una angustia existencial que me pone de los nervios.

No me imagino yo a los nudistas de Castro Baroña llegando en pelotas a la playa, con toalla, la crema solar y la certificación de que puedes poner las hortalizas–léase si se quiere, partes pudendas– al aire. Que podrás seguir haciendo el saludo al sol desnudo, pero después de hacer la correspondiente cola.

Tampoco sé cómo harán los turistas que vienen a Galicia, aunque no son de los de sol y playa, ya te digo yo si no van a querer tumbarse sobre nuestras doradas y finas arenas –les doy fe que pocas hay como las gallegas en el mundo– y refrescarse en nuestras inigualables y transparentes aguas.

Ya les digo, no sé si vendrán con un salvoconducto de visitante foráneo con privilegios especiales para disfrutar de la naturaleza galaica. Eso sí que no, ya que constitucionalmente no se me puede discriminar por lugar de nacimiento, religión, sexo, ideología política o cualquier otra condición, sea la que sea. ¡Coño!

¡Adónde vamos a parar!

¿Acaso hemos perdido todos la cabeza, nos hemos vuelto tolos?

Quiero volver a la playa, cuando me salga del higo, no cuando me lo digan o me den permiso. Si no, me quedo en la piscina tan tranquilito y tan cuqui, a lo chulito.

Ya me dirán cómo harán el papá o la mamá para pedir vez para ellos, los niños, la abuela y el abuelo, las mesas, la sombrilla, la nevera, las dillas y varias tumbonas...

¿Les van a dar media playa para poder pasar un estresante día playero?

Pues eso, que voy a ir a la playa cuando me dé la realísima gana.

buenos datos. Qué gran esperanza nos dan los últimos datos de contagios y fallecidos, que descienden a una velocidad casi de vértigo y que hace pocas semanas nos parecía imposible llegar a alcanzar. Eso sí, todos debemos poner de nuestra parte y mantener las más mínimas normas de prudencia, distancia, cuidado y prevención, por nuestro propio bien y el de los demás.

los irracionales. Sí, ellos son los que nos preocupan. Esos que se creen por encima del bien y del mal, esos que se apelotonan en las terrazas, que acaban peleándose por un sitio; esos mismos que les da igual la fase de desescalada en la que estén, que van a seguir haciendo lo que les salga del higo, sin importarle un pimiento el prójimo. Esa gente sí que me da miedo, mucho miedo.

Han pasado a un segundo plano informativamente, los Telediarios ya no hablan de nuestros sanitarios, de todos aquellos que continúan siendo fundamentales para sobrevivir dignamente a esta terrible pandemia. Así que yo vuelvo a dedicarles un pequeño espacio, aunque sea éste, para que vean que muchos, la mayoría de los ciudadanos, no nos olvidamos unos de otros, de que seguimos pensando en la médico, el enfermero, el piloto de helicóptero, el conductor de la ambulancia, el panadero, el basurero, el tendero, el barrendero, el investigador, el químico, el camarero, las limpiadoras y tantos y tantos otros que con su callada labor logran que el mundo siga adelante y a nosotros nos parezca que la vida fluye sola, de forma natural. ¡Muchas gracias!

23 may 2020 / 21:03
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