Henry Moore, la plaza del Obradoiro, la escultura y sus lugares
han sido pocas las ocasiones en las que se han podido ver esculturas contemporáneas en la plaza del Obradoiro. Es difícil, casi imposible, competir con la grandeza de ese espacio, con la fachada principal de la Catedral, sin embargo, hubo un momento en el que se produjo el equilibrio y fue en 2016, cuando se instalaron por un periodo de medio año seis grandes piezas de bronce del escultor inglés Henry Moore (Castleford, Inglaterra, 1898- Much Hadham, 1986), que encontraron temporalmente en ese escenario un lugar insospechado.
Mantuvieron en todo momento su autonomía, sin que mermase su identidad y fuerza expresiva, estableciéndose en todo el conjunto un dialogo mágico y acompasado.
Las obras de Henry Moore nacieron señaladas por la naturaleza del origen pero, a pesar de ese carácter, en su vitalidad monumental se han adaptado a la convivencia con toda clase de urbes de diferentes razas; serenamente ubicadas en parques, jardines y plazas, asentadas permanentemente en sitios diversos sin inmutarse como si allí hubieran estado siempre; perceptible en ellas el nexo con el paisaje inglés, con el campo de ondulantes formas, manteniendo intacto su carácter insular.
El enlace con la naturaleza y la influencia de ésta en los principios de las esculturas se hacen ostensiblemente visibles en todo el conjunto de la Fundación Henry Moore, Studios& Gardens, en Perry Green, Hertfordshire, Reino Unido, la antigua casa, finca, jardín y talleres del escultor en donde se guardan además de esculturas, dibujos y maquetas, archivos documentales y biblioteca. Las grandes esculturas están repartidas, airosas, y con toda naturalidad en jardines y campos circundantes.
Talleres y jardines son puntos esenciales para el conocimiento y entendimiento del proceso creativo del escultor, al que le interesaron todas las formas de la naturaleza: piedras, rocas, huecos, arboles, raíces, nubes, montañas y grutas. Para la conformación de las obras aplicó diferentes materiales: el alabastro, la serpentina, el travertino, el Wonderstone de África y, a veces, las sencillas piedras del paisaje inglés. De sus temas: la madre y el hijo, la figura reclinada, los Chac Mool, inspirados en las figuras femeninas yucatecas de Chichen Itzá, evolucionan hasta convertirse en un conjunto de formas suavemente onduladas, que se ajustan a la peculiaridad geográfica del paisaje de su tierra natal.
Repasando en estos días la actualidad de las artes y los programas elaborados por las fundaciones y museos europeos de mayor cercanía, me han llamado la atención las propuestas que está ofreciendo para esta primavera-verano esa fundación y para los que quieran iniciarse en sus contenidos y visualizar por medio de ellos uno de los capítulos claves de la escultura del siglo XX. La visita a la casa taller de Moore, con su entorno idílico y espacioso, supone una experiencia única, recomendable para todo tipo de públicos, especialmente para niños y jóvenes.
De las actividades que anuncian, la más novedosa la ofrece el artista, ceramista y escritor Edmund de Waal, centrada en una original exposición que invita a explorar la condición táctil y la iconografía de la mano en la obra de Moore. Con el sugerente título The living hand estará disponible desde el 19 de mayo hasta el 31 de octubre, desvelando lo que el escultor creía acerca de la importancia de la experiencia táctil “como dimensión estética de la escultura”.
Y ahondando en ese concepto, sumándose a la tendencia que está imperando en estos tiempos en centros museísticos, cuyo objetivo es devolver a la actualidad trayectorias históricas, el Museo Novecento de Florencia tiene abierta hasta mediados del mes de julio la exposición Henry Moore, los dibujos del escultor. En ella, además de subrayar la importancia de la relación entre escultura y dibujo, se recuerdan y celebran los lazos afectivos del artista con la ciudad y la Toscana.