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In-competencias

    a veces el encuentro con lo inesperado, incluso con lo traumático, puede ser una oportunidad de pensamiento, y quizás de desarrollo. El modelo cognitivista dominante, que equipara mente y ser humano a una especie de máquina/robot ha calado tan hondo, que hemos acabado asimilando, sin tan siquiera cuestionarlo, que aprendemos sin choque, sin necesidad de pensar, sin afectos, sin emociones, en una especie de aséptico trasvase de datos de una aplicación o de un recipiente a otro. Como si copiásemos y pegásemos archivos.

    Basta con leer las declaraciones de los responsables de educación, en la llamada preparación del curso siguiente (de éste ya mejor ni hablar...) para comprobar que una y otra vez se resalta la necesidad de desarrollar, de tener disponibles a través de plataformas virtuales, todas las actividades y contenidos que se puedan para los alumnos... Se trata de que estén entretenidos grabando datos (aunque al final los que están hartos y desesperados son los padres).

    Insiste este enfoque que lo que importan son las competencias y los contenidos de esas competencias, es decir, un aprendizaje mecánico, una forma obsesiva de hacerme con el saber que en el fondo busca protegerme, defenderme, creerme poderoso, superior, con la ilusión, siempre frustrante (y caldo de cultivo de agresividad) de vencer en esta competición (de competencias) y de llenar un vacío imposible de colmar.

    La figura fundamental del proceso de aprendizaje, el vehículo transferencial de la enseñanza, el que provocará (o no) que prenda la llama de la curiosidad, queda relegado a una función que consiste básicamente en colgar apuntes y ejercicios en la aplicación web de turno. Afortunada-mente sigue habiendo maestros y profesores que se resisten a ser “usados” de esta manera.

    El alumno, por lo general, vomitará los contenidos en una nueva performance de anorexia/bulimia mental, y todos contentos. Aprender, hacerse preguntas, desear saber, pensar... ¿para qué? Pero luego pediremos responsabilidad individual...

    Y uno se pregunta hasta qué punto se puede ser responsable sin antes pasar por el proceso necesariamente traumático del pensamiento, de indagar sobre mí, sobre el otro, sobre mis conductas y las suyas, sobre su origen, sobre cómo afecta lo que hago o no hago a la gente que me rodea, sobre el mundo que me precede y que ahora habito, sobre el mundo que un día dejaré y que otros habitarán...

    Y para responderme a semejantes tonterías busco en el mar de contenidos de Google y punto, para qué perder el tiempo.

    22 may 2020 / 00:04
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