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Iniciativas provechosas

Era por estas fechas y aconteció en tierras mediterráneas, en Escornalbou (Tarragona). ¿Alguien ahora pensaría irse de vacaciones a aprender cuestiones de liturgia y ensayar canto gregoriano?

A poco que buscase, me saldrían docenas de tutoriales, clases on-line, sesiones en zoom, blogs y cosas parecidas, sin moverme de casa. Y asunto arreglado. Pero ¿dónde queda el encanto de hacer un largo viaje, de esos de los que uno guarda tantos recuerdos, residir en un destartalado monasterio y pasar una semana al más puro espíritu frailuno? Hay experiencias que solo vale la pena vivirlas, para luego recordarlas y compartirlas.

Me llegó la invitación a través del musicólogo Francesc Bonastre Beltrán (1944-2017).

Casi éramos tantos alumnos como profesores. Un privilegio al que creo que supimos sacarle partido. Salvo eso, pocos más lujos había en aquel lugar alejado del mundanal ruido.

El día de trabajo comenzaba temprano, emulando la vida monacal. Íbamos a la capilla adosada al castillo-monasterio. Cantábamos las primeras Horas del Oficio Divino, en ese lugar sacro, aunque desacralizado desde hacía tiempo. Cual aprendices, nuestros latinajos y líneas melódicas diferían mucho de ser perfectas. Entre risas, vueltas y revueltas, la seriedad conventual se nos iba de las manos.

Durante las clases nada de bromas ni dislates. Teníamos escaso margen de tiempo para abordar el repertorio propio del Triduo Sacro, además de hacer preguntas y saciar nuestra ansia de aprender de tan prestigioso profesorado.

La mayoría de alumnos eran catalanes. Solo dos éramos extranjeros. Eso no fue motivo de desavenencia ni dio lugar a debate o incomodidad alguna. Al contrario. Por ser extranjeros cuidaron sobremanera de nosotros. Ocupamos las mejores habitaciones. Para acceder a la mía, tras subir y bajar por varios laberintos -estaba precedida de sala y antesala- me encontraba con una cama con dosel, un mullido colchón (¿estilo monacal/medieval hecho de hojas de varios tipos?), un aderezo de sillones aterciopelados y algunas cosas más de las llamadas “de época”.

En esa habitación cuasi palaciega era el lugar en el que menos tiempo estaba. No había muchas horas de solaz ni descanso. Además, era el sitio más frío en el que creo haber estado. Si alguna estufa había en aquel destartalado edificio se hallaba en las improvisadas aulas. En la capilla incluso se colaba un gélido aire, entrando por las rendijas del tejado o por la mampostería desgastada por el tiempo.

En ese lugar, y en presencia de autoridades y gentes de los alrededores, exhibimos nuestra sapiencia durante los Oficios del Jueves y Viernes Santo. No hubo eucaristía propiamente dicha -no estaba permitida- ni tampoco el rito de la Pasión de Cristo, pero sí homilía que, por deferencia con los dos extranjeros, fue en castellano, algo que no gustó demasiado a los asistentes, para qué vamos a engañarnos.

Llegó el Sábado Santo con su Vigilia y el regocijo de celebrar la nueva Pascua. Cantamos de nuevo en la capilla y para terminar la noche y emprender la ya inminente despedida, tuvimos una amena cena.

Lo que resta de esta imborrable experiencia se diluye en recuerdos de apresurados pasos para llegar a tiempo de coger los escasos medios de transporte, so pena de tener que quedarse compartiendo vida con los fantasmas de Escornalbou, en espera de ser rescatados desde lo alto de las torres del castillo.

Visto de entonces a esta parte, nada de lo vivido lo doy por perdido ni por mal pasado.

Las enseñanzas fueron muchas. Las cuestiones académicas, aprovechadas al límite. La experiencia personal, inmejorable.

En nuestros monasterios compostelanos y en una ciudad universitaria con tanto patrimonio centenario, experiencias de este tipo serían encomiables.

¿Tiene sentido impulsar hoy una actividad que algunos considerarían casi trasnochada? Yo no lo dudo. Y expertos hay que lo corroboran.

Así responde el intérprete e investigador Ismael Fernández de la Cuesta, uno de sus mayores adalides, a una pregunta semejante:

[El gregoriano] Es una cura para el alma y el cuerpo, tengo experiencias extraordinarias de ello.

Muchas anemias espirituales que luego llegan también al cuerpo encuentran curación en esta música, en la que se experimentaron y se concretaron los elementos de la tecnología musical que hoy utilizamos.

En los años noventa fue todo un fenómeno sociológico con los discos que salieron del monasterio de Silos.

Lo que más me agradaría (...) es tener voz para pedir a los jóvenes músicos que se dediquen a recuperar el patrimonio inmaterial y no lo tomen como realidad inamovible, sino como algo vivo que forme parte de su vida.

Hice hincapié en Santiago en dónde podrían desarrollarse esas sesiones. No obstante, Galicia tiene sobrados conventos y monasterios que, como vemos, se reactivan constantemente para acoger todo tipo de iniciativas. Esta sería una de ellas.

28 abr 2022 / 01:00
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