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José Mª Besteiro presentó su biografía sobre Cunqueiro

El productor televisivo y periodista especializado en audiovisual ofrece en su nuevo libro una visión muy personal sobre el destacado autor mindoniense

José María Besteiro, productor televisivo y periodista especializado en audiovisual, presenta hoy, desde las 12.30 horas, desde A Coruña en streaming, a través de Faceboock, Youtube y la web de EL CORREO GALLEGO, su último libro Un hombre que se parecía a Cunqueiro. Se trata de una curiosa biografía del escritor gallego Álvaro Cunqueiro, realizada desde un punto de vista muy personal y narrada en primera persona.

A continuación extraemos unos fragmentos de la novedosa biografía: “Álvaro Cunqueiro fue una presencia permanente en mi infancia, pues salía en los periódicos a menudo y había ambientado su libro Merlín e familia en el pazo de mis tíos de Cachán, aquella casona a la que Felipe de Amancia se acercó con nueve años recién cumplidos para servir al mago Merlín y que se encontraba a menos de cien metros de la casa donde nací y viví hasta los diez años.

Lo que yo no sabía por entonces es que el mago no era Merlín, sino Cunqueiro. Allí me llevaba mi padre de visita todos los domingos para jugar a las cartas con mi abuelo José María y con el tío Moirón, que era el primo hermano más querido del escritor de Mondoñedo y se había casado con Cándida, la hermana de mi abuelo.

Los cuatro hijos de Moirón, por su parte, eran los hermanos que mi madre no había tenido, porque era hija única, de manera que fueron siempre nuestros parientes más cercanos y queridos. Cunqueiro, tras una larga cura de silencio y retiro después de la negra sombra de la posguerra, era ya por entonces un escritor famoso y reconocido. Había ganado el Premio Godó de Periodismo en 1967 por un artículo dedicado a Sánchez Mazas, y el Nadal en 1969 con Un hombre que se parecía a Orestes.

La prensa, cuyos recortes coleccionábamos y guardábamos como oro en paño cada vez que salía una noticia suya, así como los ejemplares del Sábado Gráfico donde publicaba todas las semanas, le daba trato de héroe nacional y hasta había quien lo citaba como futuro premio Nobel.

En su infancia, Álvaro había venido mucho a Miranda de vacaciones, incluso en una ocasión se vio obligado a pasar una larga temporada allí por culpa de una epidemia de tifus en su Mondoñedo natal. De hecho, en algún artículo recuerda cómo iba a la taberna del Rulo, en As Rodrigas, a echar cuentas cuando era un niño espigadillo y feble, y narra la noche en que cerca del pazo vio también con los ojos abiertos como cuncas a un mensajero del rey Herodes que iba camino de Finisterre con el terrible mandato.

Pues bien, en mis años de pantalones cortos, Cunqueiro todavía regresaba a la casa de sus abuelos maternos para disfrutar truchadas con amigos como Castroviejo, Molina y Del Riego, y para celebrar las fiestas patronales de San Pedro y San Pablo. Cuando yo supe de su existencia, sin embargo, ya había abandonado Mondoñedo y vivía en Vigo, donde dirigía el periódico local. El uso de seudónimos relacionados con la familia (Patricio Mor o Benito Moirón, entre otros) y las muchas veces que cita a nuestro tío Moirón y las estancias del pazo en sus escritos dan fe del enorme aprecio que sentía por sus parientes de Cachán y por aquel hogar donde nació su abuela”.

“Yo no jugaba todavía a la brisca ni al tute cabrón, o me aburría muy pronto cuando lo hacía, pero también era un niño estirado y feble, y me gustaba ir con mi padre de la mano para visitar aquella casa mágica que olía a incienso y membrillo. De su exterior me fascinaban los magnolios y las camelias, los árboles de frutas exóticas y los perros de caza que mi tío utilizaba para su deporte favorito, unos galgos afilados como flechas que sabían latín porque sus dueños, o sea, los tíos curas de Cunqueiro, les daban órdenes en esa lengua. De su interior me encantaba un salón enorme amueblado con mecedoras de bambú y divanes de terciopelo rojo, y en cuyas paredes colgaban cuadros de los ilustres antepasados de la familia, pero, sobre todas las cosas, me tenía enamorado una pajarera de madera que estaba en el ángulo oscuro y que parecía la maqueta de una catedral transparente. La había construido Manuel María Moirón, un hermano de la abuela de Cunqueiro que era sordomudo.

También pasaba muchas horas en unas galerías acristaladas que daban al jardín y que hoy ya no existen, pero que en aquella época albergaban una librería y un tocadiscos que fue el primero que vi en mi vida y donde ponía hasta rayarlos los famosos vinilos que regalaba Fundador
–la marca que anunciaba su coñac con la modelo Nico subida a un caballo y cabalgando por la playa–. Ahí, en esa librería, fue donde descubrí Merlín e familia. Cunqueiro cuenta: De pronto, un día me cae en las manos algo que me va a producir verdadero estupor: François de Villon, especialmente la ‘Balada de las damas del tiempo pasado’.

Ese mismo estupor fue el que yo sentí aquella tarde en que estaba curioseando las portadas de los discos, y de repente, apoyado en la mesa camilla, descubrí el libro del mago del que me había hablado mi abuelo.

Comencé a leerlo como quien come cerezas, y tras descubrir en él las magias del hombre que había venido volando desde Bretaña, empecé a reconocer un paisaje que me resultaba muy familiar: el campo de las colmenas, los molinos del Pontigo, el viento de Meira, el reloj de sol de la Rancaña, el Castro, que era el Castro de La Corona (famoso porque según mi abuelo allí había un tesoro oculto desde el tiempo de los moros), las herrerías del Villar (que no eran del Villar, sino de Ferreiravella, igual que los mazos, lo cual me permitió intuir que en la literatura se podían cambiar las cosas de sitio), y por supuesto, la mansión del mago Merlín, que era la misma donde yo estaba, y que, como es obvio, hizo que dentro del libro me sintiese como en casa.

Pero el flash definitivo, la revelación seminal, la tuve al descubrir que Felipe de Amancia, el criado de Merlín que hace de narrador y cuenta la historia, dormía con una manta de franjas verdes, que por ambos lados tenía escrita en letras coloradas la palabra David.

Entonces di un brinco y viví mi gran epifanía, porque yo tenía la misma manta en mi cama, que se la había comprado mi abuelo a los maragatos de Astorga, y me tapaba todas las noches con ella.

En ese momento salí corriendo del pazo con el libro en mi cartera de colegial, agarré mi bicicleta BH y no paré de pedalear hasta que llegué a mi casa y le enseñé el milagro a mi madre. El corazón me palpitaba como si llevase un gorrión en el pecho, y por un momento sentí que yo también podía ser Felipe de Amancia, o sea, Álvaro Cunqueiro, es decir, Alvarito, que es como le llamaba mi abuelo porque lo había conocido cuando el fabuloso fabulador era un niño”.

22 abr 2021 / 19:05
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