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ENTREVISTA
Nadia Verástegui. Escritora y enfermera

“La anorexia siempre ha estado de lado. ¿Dónde se habla sin tapujos de la enfermedad?”

Que levante la mano quien no ha sido preso de la mente alguna vez en su vida. Cuesta reconocerlo, ¿verdad? Pues no debería ser así. Del mismo modo “que vamos al dentista o acudimos a nuestro centro de salud cada vez que estamos resfriados, lo normal sería pedir ayuda psicológica sin sentirte juzgado”. Este es uno de los mensajes que trasmite Nadia Verástegui en su libro ‘Todos los desastres que me llevaron hasta mí’ (Caligrama), una obra que es “una confesión, un desahogo, pero también es un mensaje de aliento y esperanza”.

Nadia, en qué momento empezaste a sentir que tu imagen no te gustaba.

Al comenzar el instituto. Ahí empecé a fijarme más en mi aspecto, en el resto de chicas, a centrar mi atención en el físico y darle una importancia que, hasta el momento, para mí carecía de ella.

¿Cómo definirías tu forma de ser antes de la enfermedad? ¿Había algún motivo que la desencadenara?

Era risueña, alegre, entusiasta... La enfermedad se come tu personalidad y tu alegría.

La gota que colmó el vaso fue una relación tóxica. Una alta exigencia y ser tan cuadriculada hace que cuando algo se sale de tus planes u objetivos y te produce desestabilidad emocional e inseguridad, no sabes cómo gestionarlo. Todo lo que no podía controlar en mi vida, lo volcaba al control de la comida y el peso.

No te aceptabas, veías una Nadia distorsionada en el espejo. ¿Qué sentías?

Asco, frustración y una enorme tristeza. Y por mucho que bajara de peso, la sensación era la misma: no me gustaba lo que veía.

¿Cuándo empezaste a ver que tu vida y la de tu familia se desmoronaba?

Con 18 años, cuando finalmente tuve que contarlo. No podía más. Llevaba desde los catorce fingiendo que todo iba bien, que seguía siendo la misma. Un día, hablando con mi madre por teléfono, me dio un ataque de ansiedad y le confesé que tenía problemas con la comida. A las cuatro horas, los tenía en el portal de mi piso (de la ciudad donde estudiaba) y volví a casa de mis padres para ponerme en tratamiento. Fue duro aquel momento.

La mente puede llegar a ser el peor enemigo de uno mismo. ¿Cómo te preparaste para luchar contra ella y tenerla a raya?

Me ayudaron en la UTCA (Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria) del Hospital General de Ciudad Real, donde me trataron. Ellos te enseñan y te dan pautas, es muy importante ponerse en manos de profesionales.

Siempre que pienso en la anorexia, me viene a la cabeza la imagen de un ovillo de lana, aquello es tu mente estando enferma y poquito a poco has de ir deshaciendo la madeja. Deshaciendo falsas creencias, rituales y entreteniendo a la mente. Por ejemplo, para no centrar mi atención en la sensación de hinchazón tras cada comida, después del reposo obligatorio, hacía algo, lo que sea, leer, planchar, llamar a alguien por teléfono... y si mi mente me ordenaba vomitar, no pisaba el baño o incluso salía de casa para evitar la tentación. Si a mi mente le avergonzaba enseñar las piernas, me ponía un bonito vestido. Hacer lo contrario a lo que te dicta, porque en ese momento, ella es tu enemiga.

Es una enfermedad mental, y eso hace que siga estigmatizada. No es justo.

No es justo y no es sano. Durante años (incluso después del alta) te sientes avergonzada, te culpas, porque la sociedad se encarga de mandarte un mensaje claro: ‘No comes porque no quieres’, y no es así, es tu mente la que coge las riendas. También porque si acudes al psicólogo resulta ser que estás ‘loca’. Y no, deberíamos cuidar nuestra salud mental al igual que vamos al dentista o acudimos a nuestro centro cada vez que estamos resfriados. Lo normal sería pedir ayuda sin sentirte juzgada.

Cuando decides abrirte y contar tu historia, cada vez lo haces con más naturalidad y vas normalizando el hecho de hablar de salud mental, de acudir a profesionales. Resulta liberador.

¿Podríamos decir que vivías en una cárcel?

Sí, la cárcel era mi propia mente.

¿Qué vamos a percibir en Todos los desastres que me llevaron hasta mí (Caligrama)?

Que se puede. Que es maravilloso encontrarse a una misma, querernos, respetarnos y vivir en armonía con nuestro propósito de vida. Que el dolor se puede transformar en el motor que impulse tus sueños. Que hay sueños de todos los tamaños y da igual qué talla gastes, si la de tu corazón es XXL. Que en verdad, es la risa y la naturalidad lo que nos hace guapas y que no se necesita mucho más que nuestra personalidad para conquistar a alguien, aunque el mundo se empeñe en enseñarnos lo contrario.

El título me parece muy significativo... ¿Escribir es una terapia para ti?

Sí, me ayuda a entender cómo me siento, a sacar fuera todo eso que normalmente ni siquiera nos atrevemos a verbalizar. Nunca me ha gustado, pero reconozco que eso ha cambiado desde el momento en el que me di cuenta de que podía servir de ayuda a otras personas.

He leído que “el valor literario de este libro está en lo poético de los párrafos, en unos mensajes sencillos que rebosan valentía”.

Son los mensajes que quiero que lleguen al lector.

¿Cómo crees que podríamos mejorar los medios de comunicación para no influir negativamente en la autoimagen corporal?

Dejando atrás estereotipos.

Aplaudo a las marcas que por fin están comenzando con el cambio y en sus anuncios puedo sentirme identificada con cuerpos como el mío y el del 99,9 % de la población, es decir, con estrías, celulitis y distintos pesos.

Aplaudiré también el día que la bajada de peso de una cantante no sea noticia. Cuando veo a una artista, me interesa su talento, independientemente de lo que marque su báscula.

¿Piensas que ahora se habla mucho más de otras patologías (no me refiero a la covid-19) y que la anorexia está ahora un poco de lado?

Siempre ha estado de lado. ¿Dónde se habla sin tapujos de la enfermedad? ¿Se habla de ella en las aulas? ¿Hay un plan firme de prevención y detección precoz? ¿Qué medio se hace eco del aumento de casos? ¿Se hace hincapié en la autoimagen y la autoestima de los jóvenes? Hay mucho por hacer todavía.

Estudiaste Enfermería... está claro que sabes cómo dar apoyo a las personas que lo necesitan. ¿Trabajas en estos momentos tan delicados, Nadia?

Sí y no. Trabajo a merced de un sistema que dice necesitar más enfermeras que nunca, pero al descolgar el teléfono siguen ofreciéndote la misma clase de contratos basura. Hago guardias, trabajo meses sueltos, pero también me tiro semanas enteras con los uniformes colgados en el armario y esa es la realidad. Es una lástima todo lo que está ocurriendo y la forma en la que se está gestionando. Realmente me da pena, pero solo irá bien el día que esté gestionada por alguien que, de verdad, de corazón, sienta lo que significa trabajar a pie de cama con la vida y la muerte. Y eso solo se valora si te has puesto el uniforme y ves la Sanidad como un engranaje donde cada eslabón es imprescindible.

Ahora, haciendo un poco de balance, qué les dirías a quienes están sufriendo esta enfermedad y a sus familiares.

Que el camino no es fácil, pero al final hay mucha vida. Que se puede salir de ese infierno, aunque ahora solo divisen oscuridad y no sepan muy bien cómo actuar. Que acudan siempre a profesionales. Y que, por supuesto, también cuenten conmigo.

Su primera novela

La editorial Caligrama publica Todos los desastres que me llevaron hasta mí. La lucha y la cura han marcado la literatura de Nadia Verástegui, que con 14 años se vio inmersa en el infierno de la anorexia y que años más tarde comenzó a escribir para reflejar su experiencia y su mensaje de aliento y esperanza. El libro es un viaje hasta el centro de la propia autora quien refleja cómo debió ganarle a la mente y aprender a convivir siempre alerta.

Nació en Ciudad Real en 1991. Estudió enfermería en Cuenca, ciudad que ama desde entonces. Sus primeros contactos con la literatura fue a través de la poesía y la prosa poética. Todos los desastres que me llevaron hasta mí es su primera novela. Actualmente reside en Las Torres de Cotillas, Murcia, desde donde sigue escribiendo.

24 nov 2020 / 00:00
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