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La censura religiosa en las universidades del mundo islámico (I)

En el mundo musulmán la educación correspondió tradicionalmente a las mezquitas, y en los niveles superiores a las madrasas, Hawzas, Dar-al Hefaz y Dar-al Uloms, centros todos ellos dedicados al estudio del Corán y los demás textos religiosos. Madrasa significa literalmente “lugar de estudio”, y esa palabra designa a los centros dedicados al estudio del Corán, los hadices (o dichos) del Profeta y la jurisprudencia de carácter religioso. En el islam chiita se utiliza la palabra Hawza para denominar a un tipo de centros muy semejantes a las madrasas. En un principio las madrasas nacieron espontáneamente como agrupaciones de estudiantes en torno a un líder religioso, alrededor del cual se hacían reuniones en determinados lugares. Pero poco a poco se fueron haciendo más grandes y pasaron a estar financiadas mediante donaciones voluntarias. Los estudiantes de cada madrasa se convertían normalmente en sus futuros profesores, o ulemas.

Los estudiantes recibían en ellas una formación que en árabe se denomina ilm, que abarcaba diferentes materias cursadas en años sucesivos. Y esta formación era lo que se entendía como conocimiento y debía servir para comprender las realidades más profundas y transcendentes. Como su equivalente en el Antiguo Testamento, yada, la educación ilm presuponía que el alumno podía alcanzar un conocimiento más profundo de su propia persona, ampliar el ámbito de su conciencia y poder llegar a ser así un buen siervo de Dios.

La educación superior no estaba regulada y por eso los eruditos, ulama, conservaron a lo largo de los siglos una independencia absoluta, y solo muy tardíamente esa educación se institucionalizó y nacieron así las madrasas. Nacieron como centros de Dar-al Hefaz, lo que literalmente significa “la casa de la memoria”, porque en ellas se estudiaba de memoria el Corán y las diferentes formas en las que se lo puede recitar; pero también eran Dar-al Uloms, lo que significa “casa de los conocimientos” y normalmente designa a las escuelas en las que, además del Corán, la teología, la interpretación del Corán y sus hadices, se enseñan otras materias como la oratoria y el arte de predicar. La diferencia entre las primeras y las segundas es que estas últimas tienen un carácter más oficial y están financiadas por los gobiernos. Por último, hay también otros tipos de madrasa, que están unidas a una mezquita, en las que se aúnan la práctica de la oración y los estudios. Esas son denominadas Al-jaami, que es exactamente la palabra que en árabe se traduciría como universidad.

Si queremos comprender cómo es la influencia que actualmente la religión ejerce sobre las universidades en el mundo islámico, deberemos tener en cuenta que el concepto de secular, incluso en su sentido más elemental que establece la diferenciación entre la religión y el estado, no ha calado en absoluto en los países islámicos. La única excepción fue la de Turquía, pero en los últimos años también en ella ha tenido lugar un proceso de islamización, organizado y controlado por la Dirección General de Asuntos Religiosos (Fundación Diyanet), que se dedica a difundir un determinado tipo de panislamismo mezclado con el panturquismo, concediendo becas a estudiantes de países islámicos más pobres, como Afganistán.

Es muy importante tener en cuenta que ha habido un gran incremento del número de madrasas en los países islámicos, como Irán, Arabia Saudí y tantos otros, que tienen Gobiernos autoritarios y están dirigiendo mediante estructuras monolíticas. En Paquistán, por ejemplo, había más de 10.000 madrasas en el año 2006, y también hay miles de ellas en Afganistán, lo que pone de manifiesto la imposibilidad del secularismo en la mayor parte de los países musulmanes. Como todos esos estados se definen como islámicos, la religión controla todos los aspectos de la vida privada y público y, por supuesto, todas las escuelas y universidades. Los estados islámicos no solo inculcan la enseñanza de la religión en las madrasas y otros centros similares, sino que consiguen su legitimidad básicamente mediante la religión, que configura las identidades sociales dominantes y logra que nada quede en el individuo fuera de su control en todos y cada uno de los aspectos de su vida. De la religión dimanan las leyes y las normas de todo tipo, que dicen a cada cual lo que debe hacer, lo que no debe hacer, cómo hacerlo, cómo relacionarse socialmente, qué ropa llevar, cómo comer... Y como en los estados islámicos las personas no son más que súbditos del gobierno, consecuentemente son los líderes religiosos quienes deciden cómo deben ser educados. La religión controlará así todo el sistema educativo.

Pero esto no ocurre solo en las madrasas, sino también en las escuelas de enseñanza media y en las universidades de la mayoría de los países musulmanes, que siguen estando centradas en torno a la religión. No importa el campo de estudio del que se trate. En todos los casos hay que cursar materias de carácter religioso. En un grado de tres o cuatro años hay entre 10 y 16 créditos obligatorios de estudios islámicos, tales como la teología, el estudio del Corán y otras materias de tipo religioso.

En muchos países islámicos cuando un estudiante inicia sus estudios debe firmar un contrato, o acuerdo, mediante el que se compromete a respetar y obedecer la ley islámica y todos los mandamientos religiosos del islam. Puede parecer que este documento no tenga mucha importancia, pero en realidad sí que la tiene, y mucha, porque limita muchísimo la libertad de expresión dentro de las universidades. Mediante este acuerdo se pueden poner límites al estudio de cualquier materia o ciencia que contradiga al islam, de las que no se puede ni siquiera hablar. Si se hace mención de la teoría de la evolución, por ejemplo, hay que añadir que es falsa y carece de validez, porque contradice las narraciones del Corán y de otros textos islámicos.

En las universidades las clases de religión son obligatorias, y el método con el que se imparten es el mismo que se utiliza en las madrasas, y consiste en aprender recitando en voz alta los textos, hasta que se consigue sabérselos de memoria. Lo que importa es saber esos textos de memoria, no comprender lo que dicen. Gracias a este método, que es el más usual en las universidades y en las madrasas, se consigue asfixiar cualquier clase de originalidad y talento creativo. Esa es la misión básica de los profesores: conseguir evitar que sus alumnos puedan llegar a pensar por sí mismos y formarse como personas.

Al no existir ni la libertad de pensamiento ni la libertad de expresión, lo que pasa es que muchos estudiantes se convierten en sumisos receptores de todas y cada una de las reglas que les van imponiendo los gobernantes de sus propias universidades. Es de entre esos estudiantes pasivos y conformistas de donde se reclutarán las próximas generaciones de profesores universitarios, que volverán a aceptar e imponer a sus alumnos las mismas normas y las mismas reglas. Y así se reproducirán la autocensura y el silencio. Únicamente pequeños grupos de estudiantes deciden asumir el riesgo que les puede suponer rebelarse contra el sistema. Y eso les suele comportar caer en el aislamiento, cuando no la expulsión de su universidad. Una universidad que se niega a enseñarles a leer, pensar y ver las cosas bajo una perspectiva crítica y abierta.

(Continuará)

17 feb 2021 / 01:00
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