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La conquista de la naturaleza

    ¿qué nos hace ser humanos? La reciente noticia sobre la creación de una quimera de humano y mono (un organismo producido en un laboratorio con células de las dos especies) ha vuelto a situar la pregunta por la naturaleza humana, con perdón del coronavirus y las elecciones madrileñas, en el centro del debate internacional. El experimento, liderado por el científico español Juan Carlos Izpisúa y llevado a cabo en China por su laxa legislación en materia de bioética, invita a la reflexión sobre cuáles deben de ser los límites de la ciencia y las consecuencias de este tipo de experimentos.

    La percepción que la sociedad tiene de la vida humana y hasta dónde se puede modificar ésta sin que pierda su esencia están en el fondo de la cuestión. Dentro de esta concepción entran la razón, la palabra, la dignidad, la libertad o el alma. Mediante estos conceptos nos damos cuenta de que el ser humano no puede ser reducido a meros procesos materiales, ni por lo tanto ser un producto elaborado de manera intencional, algo que atentaría contra nuestra propia naturaleza.

    Una de las particularidades del cientifismo moderno es considerar como cierto únicamente aquello que podemos demostrar de manera empírica. Es por ello que en ocasiones puede llegar a olvidarse que el ser de la persona se configura a través de un desarrollo basado en lo orgánico y no limitado a ello. Perdiendo esto de vista, la técnica científica corre el riesgo de, en su afán de controlar la naturaleza para el desarrollo social, convertir también al hombre en parte de esa naturaleza moldeable para conseguir determinados fines. Es decir, que el ser humano pase también a ser objeto de la ciencia en su peor sentido, y no solamente sujeto, provocando una profunda deshumanización de la disciplina.

    En el Convenio Europeo Sobre Derechos Humanos y Biomedicina de 1997 (al que se le han añadido más adelante protocolos adicionales) se pueden leer algunas claves para prevenir experimentos de este tipo. En primer lugar que el bienestar del ser humano debe prevalecer sobre el interés exclusivo de la sociedad. En segundo, que solo podrán realizarse intervenciones sobre el genoma humano por razones preventivas. Por último, la prohibición de constituir embriones humanos para su experimentación. Uno de los problemas del caso Izpisúa es que no se ha llevado a cabo dentro de las fronteras europeas (aunque para sorpresa de muchos ha contado con una financiación parcial de la Universidad Católica San Antonio de Murcia). Por otra parte, ¿puede considerarse humano un ser que tiene solo la mitad de sus células humanas?¿en qué porcentaje de células se considera ya ser humano?

    El peligro que se corre con estos avances es el de instrumentalizar la vida humana. En una época en la que la razón y la libertad están en primer plano, la falta de una ética común a nivel internacional puede provocar que recaiga sobre una sola persona la decisión sobre qué es y qué no es una vida humana. Ante a una concepción material del hombre, no parece complicado un pérdida de rumbo social al servicio de determinados intereses individuales.

    La quimera llevada a cabo por Izpisúa se justifica poniendo como finalidad el tratamiento de determinadas enfermedades. Sin embargo, no dejan de ser inquietante las posibles consecuencias que podría tener. Son reveladoras estas líneas que el escritor inglés C.S. Lewis escribió en 1943 en su libro La abolición del hombre, que pueden hacer referencia a descubrimientos como éste: “La conquista de la naturaleza por parte del hombre se revela, en el momento de su consumación, como la conquista del hombre por parte de la naturaleza. Todas las aparentes derrotas de la naturaleza no han sido más que retiradas tácticas”.

    10 may 2021 / 01:00
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