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ENTREVISTA
Darío Villanueva Prieto. Profesor emérito de la USC

“La endogamia es como el colesterol: la hay mala, pero también la hay buena”

“Desde mi renuncia a seguir como director de la RAE y mi jubilación mi vida no ha cambiado sino para bien, aunque me abruma la mala conciencia de que no hacer nada sea mi única manera de arrimar el hombro para salir de la terrible pandemia que tantas vidas y proyectos está destruyendo. No me afecta ningún síndrome de abstinencia. No me faltan tribunas para expresarme cuando conviene, como esta que ECG me ofrece tan generosamente como siempre. Y ahora ya no son, como en muchos casos antes, intervenciones obligadas por razón de mi cargo. La libertad de poder hablar a título exclusivamente personal he comenzado a volcarla en el título de mi libro que Espasa pondrá en las librerías el 3 de marzo próximo: Morderse la lengua. Foto: Xoán Rey (EFE //Diseño: Miguel Rodríguez Taboada

¿Podemos decir que la primera parte de este libro es una autobiografía marcada por excelentes filólogos?

La subtitulo Confesiones híbridas, recordando el título que Agustín de Hipona le puso a la primera autobiografía reconocida como tal en nuestra cultura, y añadiendo un adjetivo que no miente, porque incluyo en ellas lo intelectual, lo universitario, lo académico y lo personal. Como se explica en una nota preliminar, todo viene de una petición que mis compañeros del área de Teoría de la literatura y Literatura comparada me hicieron con motivo de mi jubilación por edad. Por eso he querido también, en cierto modo, trazar una especie de autobiografía de la implantación de estos estudios en la Universidad de Santiago, proceso en el que me cupo un papel activo pero que cuajó definitivamente gracias al concurso de alumnos míos, hoy ya reputados catedráticos y profesores, junto a otros procedentes de otras universidades que se han incorporado plenamente a nuestro proyecto.

A propósito de las Universidades españolas, se habla mucho de endogamia, y yo siempre he defendido que la endogamia es como el colesterol: la hay mala, pero también la hay buena. Históricamente hablando, a veces la USC adoleció de ser una universidad de paso, en la que no arraigaban equipos dirigidos por catedráticos que si venían aquí era como quien sube el primer escalón para irse luego, casi siempre, a la durante mucho tiempo denominada Universidad central. Nosotros fuimos endogámicos para quedarnos con nuestros mejores alumnos, y exogámicos para fichar a jóvenes promesas procedentes de otras canteras. Y siempre contando con lo que usted dice: el magisterio y el apoyo, a distancia pero también presencial, de extraordinarios filólogos.

Hago, así, mi homenaje sobre a todo a dos de la USC: Carmen Bobes Naves y Enrique Moreno Báez. Y a varios no pertenecientes a ella, como Emilio Alarcos Llorach de Oviedo, Fernando Lázaro Carreter, de Salamanca y luego las universidades de Madrid, Ricardo Gullón de Chicago y Claudio Guillén, de Harvard. Y no me olvidé tampoco de Alonso Zamora Vicente, que en los años cuarenta fue catedrático en Santiago, y del escritor y profesor en Puerto Rico y USA Francisco Ayala.

¿Alguna vez ha pensado qué sería de usted si no hubiese tenido la ocasión de aprender de ellos? ¿En cierto modo, ¿han marcado su trayectoria?

Sin duda alguna. Por eso me ha sido de gran utilidad dar respuesta a la petición de mi gente aprovechando el confinamiento para poner en orden mis recuerdos y reflexionar sobre ellos. Las cosas, cuando suceden, son imprevistas, pueden parecer aleatorias o incluso caóticas; solo escribiéndolas cobran su sentido cabal. Esa es la gran utilidad que tienen las “confesiones” o autobiografías. Creo sinceramente que eso es lo que me ha sucedido a mí escribiendo este libro para el que eché mano del título clásico de Hesíodo: De los trabajos y los días. Solo le añadí otra palabra, que igualmente es muy expresiva por sí misma: Filologías.

¿Hoy quién podría estar a la altura de insignes maestros de la filología hispánica, como Emilio Alarcos, Manuel Alvar o Fernando Lázaro Carreter? Recuerdo que en EGB mis libros de Lengua llevaban la autoría de don Fernando. Y teníamos como referencia la gramática de don Emilio.

Aparte de mi valoración personal, lo interesante sería contar, María, con testimonios personales como el de usted a propósito de Alarcos, Alvar o Lázaro Carreter. Estoy seguro de que ya los hay y los habrá a propósito de mi compañero de la USC y la RAE Guillermo Rojo, de Pascual, de Bosque, de Álvarez de Miranda, de Salvador Gutiérrez, de Paz Bataner, de Inés Fernández Ordóñez... y de varios más que sería prolijo enumerar.

Ricardo Gullón también ha sido importante para usted. Siempre lo ha tenido presente y lo ha homenajeado siempre que ha tenido oportunidad. ¿Puede que sea poco conocido para el público generalista? Háblenos un poco sobre su figura.

Su personalidad humana e intelectual ejerció sobre mí un influjo intensísimo desde el año 1973 hasta su muerte. Un magisterio iniciado, además, como algunos amores en períodos de guerra, epistolarmente.

Cuando reviso la colección de cartas que nos cruzamos me doy cuenta de cómo a lo largo de ese epistolario hay algo así como una dirección a distancia de mis trabajos, advirtiendo lo que de bueno mi mentor veía en ellos, pero también avisando de lo que era perfeccionable. No me cuesta reconocer, en modo alguno, que estas apreciaciones, tan generosas por su parte, incidieron en el desarrollo posterior de mi propia trayectoria.

Ricardo Gullón fue un hombre apasionado por la escritura y el cultivo de las Humanidades en su sentido más trascendente. En él, la vocación literaria fue imperiosa e ineludible: se impuso sobre otra profesión –la de fiscal– igualmente sentida sin embargo como propia, que abandonó para convertirse en profesor y dedicarse por completo al estudio y la investigación. En todo caso, era fundamentalmente un hombre de letras. La suya se nos muestra como una vocación temprana y apasionada por la literatura que hizo de él un infatigable lector. A la vez, se convirtió en un no menos esforzado promotor de actividades y empresas culturales. Y por más de medio siglo, fue amigo de las figuras más importantes en la literatura española e hispanoamericana. Ese vitalismo, acaso una de sus prendas más sobresalientes, lo llevó a conocer como nadie la literatura y a sus cultivadores,y a vivir la creación literaria y crítica cosmopolitamente

Grandes fueron los valores de Ricardo Gullón como maestro. Lo fue en Texas, Chicago, Puerto Rico y otras Universidades americanas; en España, en la Internacional Menéndez Pelayo y varias más, entre ellas la USC, en las que profesó con gran acogida durante los veranos o en conferencias especiales. Hay que destacar esa sintonía de don Ricardo con los jóvenes, que hizo de él el extraordinario mentor que fue tanto para algunos escritores como para profesores y críticos que hoy ya peinamos canas (o, incluso, nos hemos jubilado ya).

¿Puede compartir con los lectores alguna de sus vivencias personales que aparecen en el libro?

Puedo compartirlas todas con los que lo lean. Pero adelantaré que entre las que me parecen más enjundiosas son las que tienen que ver con el impenitente viajero que he sido, en lo que quiero entrever la herencia de mi abuelo Darío que cruzó el océano hacia La Habana apenas adolescente, y volvió muy a tiempo de crear en Vilalba la familia a la que pertenezco. En los años ochenta mi tierra de promisión fue los Estados Unidos, adonde nunca he dejado, año a año, de volver. Siempre, claro está, Europa, con especial sintonía con Portugal, Francia, Italia y Amberes. En África, sobre todo Egipto. Pero también Corea, Filipinas, Japón y Australia. De todos modos, con el nuevo milenio lo que USA había significado para mí veinte años antes empezó a repetirse con la China actual.

¿Quién o qué es responsable de que la mujer siga teniendo poca presencia en la RAE, profesor?

En mi opinión, que hice pública frecuentemente durante mi etapa como director, el mayor error que la RAE cometió en sus trescientos años de historia fue rechazar a mediados del XIX a la escritora hispanocubana Gertrudis Gómez de Avellaneda con el argumento de mal pagador de que no estaba prevista en los estatutos académicos la incorporación de mujeres. Tampoco estaba estipulado lo contrario, y de hecho en el siglo XVIII hubo una, doña Isidra de Guzmán y de la Cerda, también conocida como “la doctora de Acalá” pues fue la primera mujer en conseguir también este título. Poseía una erudición asombrosa, pero se malogró por su muerte prematura a los 36 años.

Lo peor es que cuando Emilia Pardo Bazán, que como escritora e intelectual no desmerecía ante ninguno de los varones más ilustres de su época, se postuló como candidata, para lo que contaba con el apoyo de distinguidos académicos, la RAE le contesto con el mismo inconsistente y ridículo argumento que a doña Gertrudis. Y así, hubo que esperar hasta 1979 para que entrara la poeta Carmen Conde, un año antes, por cierto, que la primera “inmortal” francesa, que fue ni más ni menos Marguerite Yourcenar

Entre esa fecha y 2000 fueron en total incorporadas a la RAE otras cuatro académicas. Y en los años en que fui secretario y director, entraron seis. La desproporción sigue siendo, sin embargo evidente, y espero que se vaya neutralizando. Para ello es necesario que las vacantes sean cubiertas por nuevas filólogas, escritoras o intelectuales, a las que la corporación tiene que votar mayoritariamente. Yo lo hice, por ejemplo, con dos candidatas recientes que no fueron finalmente elegidas.

En cuanto a mujeres, María Moliner quizá sea una de las grandes referencia en filología hispánica, y no digamos ya como lexicógrafa. ¿Fue un error que no haya sido elegida académica?

El caso de María Moliner fue muy desafortunado. Contaba con muchos apoyos dentro de la RAE y con el reconocimiento generalizado de su labor lexicográfica. Pero compitió con el mejor lingüista español del momento, al que en mi libro reconozco también como maestro, Emilio Alarcos Llorach. Sin duda alguna hubiese obtenido su sillón en un nuevo intento, que desafortunadamente no se llegó a producir porque doña María padeció una enfermedad que la apartó de la actividad intelectual.

¿Hay muchas zancadillas en la RAE?

Formar parte de la Academia representó para mí toda una regalía. No me refiero a nada material, ni tan siquiera al beneficio de una prestigiosa distinción, muy efectiva a efectos sociales en España e Hispanoamérica. Lo más importante para mí es que la Academia, haciendo honor a su nombre y a sus orígenes, te permite estar en contacto continuo con otros cuarentaicinco miembros, de todos los cuales, desde mi ingreso, no he dejado de aprender, amén de contar con la amistad generosa y leal de la mayoría de ellos, caracterizados por la nobleza de sus comportamientos.

Ello no se desdibuja por alguna experiencia deplorable que hube de asumir. Por ejemplo, que el vicedirector y el censor, cuyas respectivas misiones son ayudar al director y velar por el cumplimento de los estatutos y el reglamento académico, en el pleno que siguió en octubre de 2018 al primero del curso en el que anuncié mi renuncia a ser candidato a la reelección prevista para diciembre, propusieran sorpresivamente una modificación urgente de nuestras disposiciones reglamentarias para proceder a la inmediata elección de un nuevo director. Su propuesta fue tajantemente rechazada por la corporación.

Al igual que a principios de los años ochenta del siglo pasado mi primera visita a los Estados Unidos –el país al que más veces he viajado y en el que, entre los extranjeros, más tiempo he vivido– representó la apertura de un nuevo horizonte vital e intelectual, algo semejante me ha ocurrido con China desde comienzos del presente milenio. Y de aquella “década catastrófica” –así calificada hoy por el propio Partido Comunista– de la “Gran revolución cultural proletaria” desencadenada por el líder Mao Zedong en 1966 y vigente hasta su muerte en 1976, conservo una noción que lejos de resultarme excéntrica me ha ayudado a veces a comprender circunstancias y situaciones difíciles en mi propio entorno. Me refiero al hecho asombroso de cómo fue capaz de poner patas arriba –para mal– toda una nación de más de mil millones de personas la llamada “banda de los cuatro”, encabezada por la mujer de Mao Jiang Qing, secundada por Yao Wenyuan, Zhang Chunqiao y Wang Hongwen. Imaginemos lo que esto podría representar en la vida de un grupo humano de, por poner un ejemplo al azar, menos de cincuenta personas.

De no admitir casi ningún cambio en el idioma, ahora parece que la RAE está dando un giro a su vida admitiendo numerosos términos. Ni Juanillo ni Juanón, ¿no cree?

Habría que matizar mucho esta afirmación. La Academia va siempre un paso por detrás de la realidad social y sus expresiones lingüísticas, y estaremos de acuerdo en que actualmente la evolución de la sociedad es frenética y los contactos entre los países y las culturas más intensos que nunca. Pensemos tan solo en los desarrollos tecnológicos de la sociedad digital de la información y la comunicación. Pero para estar a la altura de semejante reto, la RAE cuenta con poderosos instrumentos completamente nuevos. Su informatización empezó en los años ochenta del pasado siglo y a mí, como secretario primero y director después, me cupo intervenir activamente durante nueve años en el proceso de su digitalización. Por otra parte, la política que aplica se define como “panhispánica”. Los españoles representamos tan solo un ocho por ciento de los hablantes totales del castellano.

En cuanto a la incorporación de nuevas palabras, y la revisión constante de las que ya están en DEL (Diccionario de la Lengua Española), las decisiones son siempre consensuadas con las otras 23 academias existentes en Asia, África y América, y nunca son arbitrarias, sino rigurosamente documentadas de acuerdo con dos criterios: intensidad y dispersión geográfica en el uso. Y para ello contamos con un instrumento excepcional que dirige precisamente mi compañero de la USC Guillermo Rojo: el Corpus del español del siglo XXI. Se trata de una base de datos lingüística que se incrementa cada año con veinticinco millones de formas procedentes solo en un 30% de fuentes españolas. No se trata de 25 millones de palabras distintas: ninguna lengua dispone de semejante caudal léxico. Son realizaciones de las palabras ya existentes, incluyendo las de nuevo cuño o neologismos, registradas con su contexto y tomadas de fuentes orales (radio, TV, cine, canciones...) y escritas (economía, literatura, política, ciencia, medicina, tecnología, etc.). Este corpus posee ya más de 300 millones de entradas, correspondientes solo al español del siglo XXI.

Por favor, espero que no acepte la idea absurda del lenguaje inclusivo, que utiliza “x”, “@” o “e” en lugar del plural, es decir, “todxs”, “tod@s” o “todes”.

Me complace estar de acuerdo en esto con usted, María. Hay un tango que me parece de gran actualidad, pese a que su letrista, Enrique Santos Discépolo, lo escribió en el siglo pasado. Me refiero a “Cambalache”, que incluye unos versos que vienen muy al caso: ¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón!

Le voy a confesar que en algunos institutos se dedican a dar lecciones de ‘pseudoigualdad’ y a adoctrinar a los alumnos con ideas como la de la pregunta anterior. Incluso hay profesores de Lengua Española que en clase enseñan y desean que los estudiantes se expresen de ese modo, ya que manifiestan que el castellano es machista. Además, recuerdo que usted dijo: “El problema es confundir la gramática con el machismo”. Y estoy completamente de acuerdo.

Sin embargo, yo creo que la gran mayoría de mis compañeros profesores militan heroicamente en la defensa de la razón, de ese “sentido común lingüístico” que también existe, del que la gramática, por decantación de siglos, es expresión máxima.

En marzo de 2012, ante la proliferación de guías de lenguaje no sexista publicadas desde 1987 por organismos públicos como consejerías o universidades, por sindicatos, oenegés y otras corporaciones, el pleno de la RAE hizo suyo por unanimidad un amplio informe del académico Ignacio Bosque, ponente de la Nueva Gramática de la Lengua Española publicada en 2009.

En él, Bosque escribía: «Se ha señalado en varias ocasiones que los textos a los que me refiero contienen recomendaciones que contravienen no solo normas de la Real Academia Española y la Asociación de Academias, sino también de varias gramáticas normativas, así como de numerosas guías de estilo elaboradas en los últimos años por muy diversos medios de comunicación. En ciertos casos, las propuestas de las guías de lenguaje no sexista conculcan aspectos gramaticales o léxicos firmemente asentados en nuestro sistema lingüístico, o bien anulan distinciones y matices que deberían explicar en sus clases de Lengua los profesores de Enseñanza Media, lo que introduce en cierta manera un conflicto de competencias».

Este documento titulado “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer” provocó un alud de comentarios, valoraciones y reacciones en la prensa y en las redes sociales. Parte de estos comentarios fueron de rechazo, un repudio por lo general no fundamentado en argumentos lingüísticos sino en pulsiones ideológicas, cuando no puramente emocionales. Tanto fue así, que el 6 de marzo de 2012 se hizo público un manifiesto de apoyo a Ignacio Bosque titulado “Acerca de la discriminación de la mujer y de los lingüistas en la sociedad”, promovido por cuatro especialistas en la materia menores de cuarenta años, un profesor de la Universidad de Tromsø en Noruega, y tres profesoras de Zaragoza, Alcalá y Kent, en el Reino Unido. Este manifiesto, en fechas posteriores a su publicación, llegaría a ser firmado por quinientos lingüistas, asimismo hombres y mujeres de muy diversa procedencia.

Ahora está muy de actualidad la RAE, con las nuevas incorporaciones al diccionario. La verdad es que está tomando otro ritmo, ha acelerado el paso. ¿Le gusta cómo lo está haciendo?

¡Cómo no me va a gustar habiendo sido yo como director el que comenzó con todas estas iniciativas que usted menciona! Acuda a las hemerotecas y verá que desde 2015 impulsé la incorporación anual al DEL en su versión electrónica de acceso gratuito, que conmigo llegó a tener ochenta millones de consultas cada mes procedentes de todo el mundo, de unas 3000 nuevas palabras o modificaciones de las ya existentes. Me congratulo del que el ritmo que imprimí en esa etapa continúe, y ojalá se incremente.

Me preocupa, sin embargo, la pérdida de ritmo en uno de los proyectos más ambiciosos que abordé en la línea de mi mantra preferido: “la RAE de los nativos digitales”. Me refiero a la plataforma digital de servicios lingüísticos Enclave RAE, una poderosa herramienta de nuevo cuño para el conocimiento, la enseñanza, el estudio y la investigación del español. Contando con ella, estamos en condiciones de colaborar eficazmente en el buen desarrollo y el éxito final del ambicioso nuevo programa curricular que ha abierto en la República Popular China la posibilidad de que millones de escolares preuniversitarios accedan al estudio de nuestra lengua hablada por 570 millones de personas en todo el mundo. Y así después de establecer relaciones firmes con un socio chino con garantías, SISU, acrónimo de Shanghái International Studies University, el 28 de noviembre de ese año 2018 firmamos en el Palacio de la Moncloa, ante el presidente chino Xi Jinping y el español, Pedro Sánchez, acompañados de sus respectivas delegaciones ministeriales y gran número de empresarios de ambos países, un “Acuerdo de cooperación estratégica para la promoción por RAE Gestión en China de la plataforma de servicios lingüísticos Enclave RAE y la construcción del Centro conjunto de investigación idiomático-cultural entre España y China”.

Su primera conferencia pública fue con solo 25 años, y a ella asistieron Francisco Ayala, Torrente Ballester, Camilo José Cela, Vicente Soto y Juan Benet. ¡Madre mía!

Creo que es de aplicación a lo que usted dice una de las convicciones que la vida ha acabado por aportarme. Cuando comenzaba alguna aventura o empresa, era muy inexperto, y esto era malo. Pero lo compensaba con una considerable inconsciencia, mi bendita inconsciencia. Y pasado el tiempo, iba ganando en experiencia, ¡magnífico!, pero me hacía cada vez más consciente de mis actos, decisiones y responsabilidades, cosa en extremo fatal.

Esa inconsciencia es el que explica mi osadía de inexperto irresponsable cuando, ante el propio escritor, sus insignes colegas, los míos no menos ilustres, los organizadores del acontecimiento y un nutridísimo auditorio, tomé la palabra para hablar de Juan Benet en la más importante fundación cultural española. Mucho me emociona ahora escuchar en su página web el testimonio sonoro de lo que fue aquella sesión vespertina: las voces de Juan Benet y de Martínez Cachero, ya fallecidos, y la mía propia, exponiendo de corrido mis razones primero, dialogando después con ambos. Benet, con el que había pasado la tarde anterior platicando en su despacho de la constructora MZOV en la calle Ayala, bien atendidos por Johnnie Walker, me trató con condescendencia, y no me desautorizó, pese a su acreditada fama de “comecríticos”. Desde entonces, aparte de seguir siendo como estudioso uno de los más asiduos a su obra, mantuvimos una amistad invariable, intensificada casualmente por el hecho de su matrimonio con Blanca Andreu, con la que mi mujer tenía lazos familiares y a la que yo conocía desde mucho antes de su éxito literario logrado con el premio Adonais concedido a De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall.

Crisis de las humanidades. ¿Cómo la resolvemos? ¿No sería mejor promover la unión con la ciencia? Debemos dejar atrás las etiquetas “yo soy de letras” o “tú eres de ciencias”, ¿no cree?

Por supuesto, a estos efectos hoy todos concordamos en la suma irrenunciable de lo que Lord Snow denominaba “las dos culturas”: la humanística y la científica, en una conferencia de hace cincuenta años en Oxford. Lo triste es que hoy contamos con un sistema educativo más amplio y consistente que nunca antes, y la enseñanza preuniversitaria es obligatoria. Hay muchas cosas que enseñar, pero entre lo más básico está la lengua o lenguas propias de los alumnos, que son el instrumento inexcusable para el acceso a los demás conocimientos y para ejercer como un ciudadano cabal, sujeto de derechos y obligaciones. Es un error tender, educativamente hablando, a la especialización desde muy pronto. La sociedad exigirá cada vez más una formación continua a lo largo de nuestras vidas, pero los fundamentos humanísticos y científicos (el lenguaje matemático, la composición y leyes de la naturaleza, etc.) deben ser prioritarios en cuanto a su adquisición de una vez y para siempre.

Teoría de la Literatura. ¿Qué tiene de filosófica? Hay que tener la mente muy abierta.

El primer gran tratado sobre la literatura lo escribió un filósofo, Aristóteles, y lo tituló Poética, lo que significa algo así como “tratado acerca de la creación”. Antes de estudiar las obras en cualquier lengua en que estén escritas hay que tener bien claras dos cuestiones: ¿qué es en realidad un texto literario? Es decir, una cuestión ontológica. Y luego viene la segunda pregunta: ¿Cómo se accede al conocimiento de ese ente que es la novela, el drama o el poema? Y esto es epistemología.

06 dic 2020 / 00:00
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