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La pérdida

    el momento de la despedida de un ser querido, del abrazo o del beso final, puede ser tan doloroso y aterrador que el simple hecho de pensarlo nos perturba. Lo vivido en estos meses ha puesto sobre la mesa de nuestras consultas algo que no es nuevo pero que lamentablemente sí se ha vuelto más cotidiano; algo que puede llegar a ser aún más difícil de aceptar y de elaborar que la propia pérdida: la despedida sin despedida.

    No voy a describir ni a reorganizar, ni tampoco a etiquetar con nuevos nombres las supuestas fases del duelo para aleccionar sobre las maneras normativas y adecuadas de sufrir. Me llega con los dos términos que utilicé antes: aceptar y elaborar (para a su vez mandarlos a tomar viento...)

    Porque, ¿cómo se acepta, por mucha resiliencia y capacidad simbólica que uno tenga, ese vacío brutal que ha quedado tras algo así? ¿Cómo se acepta que no haya podido decirte adiós? ¿Qué clase de elaboración puedo hacer sobre algo que casi ni puedo nombrar, sobre algo que no tuvo lugar? ¿Cómo quedarme y contarme (contarte) todos estos recuerdos, todos estos agradecimientos y reproches? ¿Cómo saco toda esta rabia que llevo dentro? ¿Cómo seguir sin seguir ahí atrapado eternamente?

    Y sin embargo, habitualmente, seguimos; cabalgando o arrastrando ese dolor como malamente podemos, mirándolo y remirándolo desde todos los lados y ópticas posibles e imposibles, reinventándolo en pasados que podrían haber sido y que ya nunca serán; lo lloramos, callamos, golpeamos, drogamos, pervertimos, maldecimos, ignoramos... y lo volvemos a negar, y a llorar, y a golpear, y a callar... y todo lo que a uno se le pueda ocurrir que se hace con algo que bajo ningún concepto podríamos haber pensado que nos ocurriría. No a nosotros. Hasta que un día puede que uno se sorprenda recuperando, reintegrando algo de ese pasado perdido para siempre, en el presente, de otro modo, en una apertura hacia el futuro, en un dinamismo constante. Y entonces me doy cuenta que llevo todo este tiempo aprendiendo a convivir con aquello casi innombrable que un día literalmente me destruyó, y que aquello, a lo que ya puedo llamar pérdida (o como me dé la gana) empieza a tener un lugar, un espacio, en mí. Pero cómo pesa, y cómo duele.

    15 jul 2020 / 00:00
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