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Lances y destino de don Quijote

aunque les prometía yo en la anterior “tendencia” hablar del Gobierno, lo he pensado mejor y, como de sabios es rectificar, dejaré la iniciativa para otro momento. Las aguas del Manzanares, aunque no son precisamente las del Amazonas, van revueltas y no está el horno para bollos. Además, ya saben ustedes aquello de que “al buen callar llaman Sancho”, y aquello otro de que “peor será meneallo”. No será por falta de avisos. En mis años de profesor de Literatura Española he tenido que frecuentar el libro que nos cuenta las andanzas y desventuras protagonizadas por el Ingenioso Hidalgo manchego Alonso Quijano “el bueno”, que pasó las de Caín por lugares y caminos de la geografía española aludida con frecuencia como “la piel de toro” (perífrasis que no les recomiendo, busquen un sinónimo, no vaya a ser...). El Quijote español y universal de recomendada lectura por el Ministerio de Educación de turno; empeño este, benemérito, pero vano. Hoy, el 23 de abril homenajea a don Miguel de Cervantes y a su vapuleado héroe con una democrática lectura de su libro por la ciudadanía; unas líneas apenas, que leer cansa mucho.

El personal, por vergüenza (de esta queda poca), sigue afirmando haber leído la novela; el estudiante, avispado y ventajista, busca subterfugios para no leerla. Recuerdo a este respecto a un alumno que en la Librería Alonso, de Lugo, solicitó a la librera “un resumen de El Quijote”, formulando su petición con ejemplar laconismo. No iba el pícaro desencaminado, pues mi amigo y admirado Arcadio López-Casanova acababa de publicar una didáctica antología del libro. Envalentonado por el éxito obtenido volvió el estudiante a la carga, esta vez con “Un libro de Lenin sexto (V.I.)”, solicitud, esta, que sembró de perplejidad el rostro de la señora librera.

La cosa fue que el peticionario confundió las iniciales del nombre del jerarca soviético con los correspondientes números romanos y así metió la pata hasta el corvejón. Le pudo la soberbia. Otro colega suyo, en un examen de literatura puesto por mí, a la pregunta “Calderón de la Barca, vida y obra”, respondió rápido como el rayo. “Este era del Atlético de Madrid”. Créanme que no recuerdo en mi vida momento en que me sintiera más inútil y burlado; tal vez por ello tardé en descubrir el disparate de los apellidos y la consiguiente confusión deportivo–teatral.

El Quijote es, entre muchas más cosas, un libro de humor y un texto paródico–burlesco escrito en tiempos de ocaso, de penuria, con una España magullada y vencida tras un agotador esfuerzo histórico. Don Quijote, burlado hasta la saciedad y vencido una y otra vez, se mantiene como un héroe potencial, intencional: no triunfa, nunca lo hace, pero siempre se levanta y se repone: le queda la intención, pero le fallan las fuerzas. Luego le llega el abandono en la lucha por defender sus ideales; los de su corazón (Dulcinea) y los de sus valores (justicia, libertad, igualdad, bondad, etc) por los que ha luchado hasta el agotamiento. Pero como “En los nidos de antaño no hay pájaros hogaño”, ya no quedan entuertos ni agravios que combatir, ni caminos que transitar. El desencanto está servido y el esfuerzo derrotado.

Tiene nuestro hidalgo una plena confianza en Dios que siempre reitera y por eso Sancho lo ve más como predicador que como caballero andante. Dios guía a don Quijote porque ama a todos y “llueve sobre los justos y los injustos” y hace que el sol caliente para todos, burladores y burlados; venteros y duques, pastores o presidiarios. A todos guarda. A todos quiere.

23 abr 2021 / 01:00
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