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María Corredoyra, entre recuerdos y aniversarios

    en este año de recuerdos, aniversarios y reconocimientos, estamos asistiendo a la reactualización de mujeres históricas de Galicia: Emilia Pardo Bazán, Concepción Arenal, Lolita Díaz Baliño y Xela Arias. Todas ellas son objeto de interés y sus vidas vuelven a cobrar un nuevo sentido unidas por el presente.

    La Biblioteca de Galicia, da Cidade da Cultura, las está recordando últimamente por medio de exposiciones documentales bibliográficas, y en la Biblioteca Nacional de Madrid se puede comprobar la cercanía y empatía que despierta en estos días la pensadora, abogada y adelantada feminista nacida en Ferrol, cuya trayectoria e intereses se reflejan en la exposición: Concepción Arenal: la pasión humanista, 1820- 1893.

    Sirva por tanto la ocasión para el acercamiento a esta extraordinaria mujer que sobrepasó todos los límites que la sociedad de su tiempo le impuso y cristalizó sus ideas en hechos; y, en ese ejercicio de aproximación a épocas lejanas, otras mujeres fueron capaces de trascender mas allá de su tiempo. Deteniéndonos en el terreno de las bellas artes, en ese año 1893, que marca el final de la existencia de Concepción Arenal, nace en A Coruña la pintora María del Carmen Corredoyra y Ruiz de Baro (1893-1970).

    Escasamente conocida en la actualidad tuvo por el contrario en su vida un claro reconocimiento por sus valores como artista, también por la valentía y decisión para afrontar una carrera en solitario con firmeza y, desde el interés temprano, en perseguir una formación solida con intenciones de largo alcance que no eran otras que dar salida a su talento, canalizándolo a favor de la creación artística. Acostumbrada a firmar en los primeros años de su vida de pintora, como María Corredoyra, de raíces lucenses, destaca al igual que su cercano pariente Xesús Corredoyra, unos años mayor que ella, por sus cualidades para el dibujo y la pintura.

    Su primer profesor fue el pintor valenciano Enrique Saborit y su formación tendrá continuidad en Madrid, en los talleres de Eduardo Chicharro y José María López Mezquita, en los primeros años del siglo pasado. Podemos hacernos una idea de las dificultades existentes y las trabas sociales que ralentizaban o imposibilitaban el progreso de las mujeres con ideas propias e intenciones como ella, y el acceso al mundo educativo y profesional; esas dificultades las iría solventando.

    Comprobamos los resultados de sus empeños al seguir sus pasos y los primeros logros que consigue siendo muy joven. Sorprendentemente, María Corredoyra tiene una marcada presencia en casi todas las Exposiciones Regionales que se organizaban en Galicia: en el Palacio Municipal de A Coruña (1917), el Ateneo de Vigo (1924) en el Colegio de San Clemente de Santiago de Compostela (1926), y en otras ocasiones en el exterior, en Madrid y Buenos Aires, o en espacios de culto como la Sala Witcomb de la capital argentina.

    Es por tanto, un hecho constatado el reconocimiento público de esta artista en la década de los veinte y mediados de los treinta, cuando cultivaba una pintura colorista y acentuadamente popular, de índole regionalista y daba la medida de su valor junto a las escasas pintoras existentes: Elena Olmos, Lolita Díaz Baliño, Elvira Santiso, Oria García Ramírez y Montserrat Rodríguez, con las que compartía visibilidad en el escenario artístico y en donde, sin duda, destacaba por la consistencia de una obra de acusada personalidad.

    En su evolución, seguramente por motivos de la entrega continuada a la pintura, la introspección y soledad que demanda la creación artística, entendiendo las dificultades que le pudieron acarrear su independencia y libertad, también las ventajas para la consolidación de una vida imaginativa.

    Su obra experimenta poco a poco una transformación a consecuencia de una evolución que se hace más visible a partir de 1935; las escenas creadas pasan a incluirse en mayor medida y en los temas, los espacios interiores, recintos vacios de iglesias y monasterios, se puede percibir un clima de espiritualidad y belleza que ha marcado líneas a seguir en otras artistas que se sintieron cautivadas por el misterio de los lugares en los que habita el olvido y el silencio.

    Fue Elena Gago la que mejor supo definir en años posteriores, por medio de sus escenas de marcado acento geométrico, la poética de los lugares inhabitados que había iniciado María Corredoyra. Y aunque en las últimas décadas de su existencia su estrella se fue apagando, era el signo de los tiempos para las mujeres que, como ella, habían dejado atrás la juventud y su pintura no suscitaba el interés de antaño. Las circunstancias cambian y seguramente llegara para ella un nuevo presente.

    08 mar 2021 / 01:00
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