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Entrevista

María Oruña: “En las redes sólo hablo de mis libros. Y de mi perro, que tiene más ‘likes’ que yo”

La escritora viguesa se consolida como autora del ‘noir’ con Galicia y Cantabria como escenarios en sus últimas obras y referencias a la novela negra clásica de principios del siglo XX

A Coruña. La trayectoria de María Oruña (Vigo, 1976) es fulgurante. En unos pocos años ha conseguido hacerse con un lugar de privilegio entre los escritores de novela negra, o, como ella prefiere llamarla, novela de misterio. Porque los misterios van allá donde va María Oruña.

La serie de novelas Los libros del Puerto Escondido, publicados en su totalidad por Destino, alcanzó un éxito rápido entre sus crecientes lectores, que se acostumbraron fácilmente a los paisajes cántabros de Oruña, una tierra que conoce tan bien como su Vigo natal. Su entrada en el género negro nos descubrió a una autora de múltiples influencias, que dominaba muy bien los ingredientes básicos de toda receta que se precie en el menú de la literatura criminal.

Y así llegó también, como es uso y costumbre en este género, la creación de un detective o inspector al que terminas cogiendo cariño, que termina siendo como parte de la familia: Valentina Redondo. Con un apellido que es, en realidad, un homenaje literario a otra autora de éxito, Dolores Redondo, Oruña crea un personaje fieramente humano, que vive entre la pasión por descubrir el mal y sus propias turbulencias emocionales. La teniente Redondo no defrauda, dotada de un instinto especial para reconocer los recovecos del crimen. Ahora, tras un breve paréntesis que nos llevó a San Estevo de Ribas de Sil, en la Ribeira Sacra, con El bosque de los cuatro vientos, otra novela que bebe de las geografías y los misterios locales, Oruña nos devuelve a Cantabria, esta vez en un homenaje muy claro a Agatha Christie, una de sus guías literarias. Lo que la marea esconde, también en Destino, ha alcanzado ya gran éxito en las semanas que lleva en las librerías.

Esta vez, con la acción situada en el mismo corazón de Santander y en el Palacio de la Magdalena, la autora viguesa nos presenta una de esas historias que se hicieron tan populares a principios del siglo pasado, las llamadas novelas de la habitación cerrada. Un crimen aparentemente sin solución posible, el de Judith Pombo, empresaria y responsable del Real Club de Tenis, sirve de punto de partida para una trama trepidante, coral, cargada de medias verdades y odios soterrados, y que se desarrolla ante el lector con esa misma técnica tan habitual en la propia Agatha Christie, basada en la observación de los personajes cuando coinciden en el mismo lugar, en los pequeños detalles que revelan errores sutiles.

El oficio de escritor depende de muchos aspectos, pero, desde luego, de la disciplina y el tesón. Y ninguna de esas dos cosas te ha faltado nunca. Imagino que ahora, ya consolidada dentro del género, y con un buen número de lectores, las dudas que puedan surgir al comienzo habrán desaparecido.

Bueno, siempre tienes un poco el síndrome del impostor. Cuando no te atreves a decir si eres escritora, a llamarte como tal. Te da incluso un poco de vergüenza. Estuve dos años o más titubeando, cuando me preguntaban qué hacía, a qué me dedicaba... (risas). Pero llega un momento en el que dices “ya está bien, claro que los soy. Con lo que curro, con las horas que meto en esto, sin duda lo soy”. Porque esto da mucho trabajo, eh... La parte buena es que haya interés en los lectores y que tantos periodistas encontréis que merece la pena hablar de lo que una pueda escribir.

Ha pasado exactamente un año desde que hablamos en la presentación de El bosque de los cuatro vientos, esa novela situada en la Ribeira Sacra. Me imagino que ya entonces estabas con esta nueva historia del Puerto Escondido entre manos.

Bueno, lo que pasa es que la novela de la Ribeira Sacra estaba preparada para salir unos seis meses antes. Sí, cuando apareció en agosto, ya tenía Lo que esconde la marea prácticamente terminada. Y ya estaba empezando a escribir la siguiente... Siempre sé lo que voy a hacer a continuación, y me pongo de inmediato a ello. Respiro cuatro o cinco días y sigo. Es que esto va así.

Con la inmersión que nos has hecho a lo largo de estos años en los parajes de Cantabria, que ya es como tu plató, me pregunto si no fue un poco esquizofrénico saltar a Galicia y de pronto volver de nuevo a Cantabria en la nueva novela...

No, no. No hay problema. Escribo sin parar, pero no dos historias a la vez. Suelo dedicar unos catorce meses a una novela. Y aunque tenga una idea nueva, no me pongo con ella. El bosque era más pausada, y esta nueva novela es más eléctrica. Muy distintas.

Entonces El bosque de los cuatro vientos fue como un paréntesis relajante...

¡En absoluto! Me cuesta mucho crear, es una gestión agotadora. El esfuerzo mental al terminar una novela me deja exhausta. También es verdad que intento ponerme un listón de calidad alto, dejarlo todo muy bien hilado, muy bien trenzado. En la novela negra, además, por razones obvias, es importante. Siempre es un reto personal. El bosque tenía sus cosas, la ambientación de la época, etc. Era diferente de lo que había hecho hasta entonces. Y esta historia (Lo que la marea esconde) es un homenaje a las novelas de principios de siglo, lo que implica mantener ciertos rasgos, cierto estilo, los planos aéreos... el lenguaje efectista...

¿Cuántas horas puedes llegar a escribir al día?

Hay escritores que necesitan escribir todos los días. Yo no. En absoluto. Seguramente es algo raro. Cuando estoy investigando o documentándome no escribo nada. Y llegado el momento, hay días que puedo llegar a las diez horas. Aunque claro, todo depende...

Vamos, que no tienes una estación favorita, ni nada de eso. El verano, por ejemplo...

No, por Dios. No. Esto es profesional, nada que ver con que la inspiración venga por el sol o la lluvia. Te encierras en tu despacho y escribes. No hay otra. Eso sí, intento respetar los fines de semana, porque también tengo una familia.

Ya supongo que lo de marcarte un número de palabras diarias, tampoco te gusta demasiado.

Nada de nada. Yo no sé cuánto tiempo voy a escribir hoy, ni cuántas palabras. Veo autores que se ponen objetivos: “hoy tenía previsto escribir cinco mil palabras, o diez mil”, dicen. Yo no podría hacerlo. Eso me alucina muchísimo. Yo escribo por tramos, por escenas. No sé cuántas palabras tendrá cada escena.

También te has apuntado a ese fenómeno tan de hoy de estar conectada con el lector a través de las redes. Podríamos llamarlo fenómeno fan. Tienes muchísimos seguidores. Tú eres una escritora joven, pero, en mi opinión, tu literatura se mueve en parámetros clásicos. ¿Cómo se logra toda esa conexión con lectores de cualquier edad? ¿Te encuentras cómoda con estas nuevas formas de comunicación que ofrece la tecnología o lo haces porque, digamos, hay que hacerlo?

No suelen hacerme esta pregunta. Llevo todo eso con mucho equilibrio y mucha prudencia. Pongo límites. Digo buenos días en Twitter, pongo algunas fotos. Pero nunca hablo de nada que no sea literatura ni expongo jamás a mi familia. No creo que sea relevante que el lector sepa cosas de mi vida personal. Pero de mi vida literaria, lo que sea. También hago juegos... hoy en Instagram me he disfrazado de tenista asesina... De mi familia solo muestro a mi perro, que lleva el doble de likes que yo...

Es que la literatura parece cada vez más pendiente de la imagen, no sé si como estrategia comercial. Va a llegar un momento en el que lo importante, que es lo que está escrito por el autor, parezca accesorio.

No sólo en las redes sociales. Hay novelas que comienzas a leerlas y ves que están ya pensadas, desde la primera línea, para ser llevadas a la pantalla. O que encierran esa idea. No es mi caso.

¿Cómo ha sido volver con la teniente Valentina Redondo? ¿Es una zona de confort o de vértigo?

Un poco ambas cosas. Ya sabes en qué campo juegas, eso sí. Pero es un personaje que tienes que desarrollar siempre, porque hay nuevos lectores que no lo conocen. En cada novela hay algo nuevo sobre ella, va evolucionando. Y yo lo noto. Claro, cuando está Valentina, te sientes menos libre, hay parámetros que tienes que mantener.

Bueno, pues imagina a Agatha Christie con Miss Marple o Poirot...

Claro, claro. Es típico de este género. Pero realmente ninguno de los detectives o inspectores es monolítico... Todos cambiamos. Así que hay un terreno en el que puedes desarrollar nuevas posibilidades.

Aquí, crímenes aparte en la bahía de Santander, está el encuentro de Valentina de nuevo con Oliver. Para el que no conozca su trayectoria vital, digamos que regresa su pasado y su conflicto, y sus tristezas y frustraciones.

Yo soy más bien buenrrollista. Pero claro, la vida da sus giros. Todo parece encauzado, y de repente... Es realismo puro. Hay que dejar abierto un camino de esperanza. Además de resolver los misterios, me interesan que estas novelas hablen de las sombras que tenemos, del oleaje de la vida. Son seres humanos en una trama y a todos les pasa algo. Como a nosotros.

La novela tiene mucho de juego, con esa atmósfera de Cluedo, de Diez negritos. Y con la referencia a El misterio del cuarto amarillo, de Leroux, publicada en 1907.

Claro, todo eso está ahí. Volví a leer todas esas novelas y muchas más. Gastón Leroux me reconcilió con el género. Yo no quería escribir una novela como las de antes, porque ya no somos los mismos. Homenajeo a todos, pero con una visión actual. Y sí, desde luego, he pretendido divertir. Me parece interesante implicar al lector en el juego de descubrir no sólo quién es el asesino, sino cómo se llevó a cabo el asesinato.

Es cierto que las novelas de habitación cerrada se hicieron muy populares a principios del siglo pasado, incluso en los periódicos.

Sí, mucho. Tenemos muchos ejemplos y suponían un reto para el lector. Me atraía recrear esa atmosfera en un entorno como el de la Magdalena, que después de todo fue un palacio pensado para un rey... Y estas novelas tenían siempre cierto aire elevado, o aristocrático, tanto los personajes buenos como los malos... Por eso me pareció bien incluir una goleta, que es donde sucede el crimen de Judith, y el propio palacio, y, en fin, un ambiente más bien refinado.

Son los ingredientes típicos de este tipo de novelas, pero también de grandes historias de la literatura: el sexo, el poder y el dinero.

Yo me inventé un término para eso: la idiosincrasia del crimen. Ahí está Judith Pombo, rica, ambiciosa, narcisista, arrogante... en fin, tiene los ingredientes esperables en este tipo de historias. Pero me pregunto hasta qué punto ella es la única responsable de ser como es. Es la malvada, sí, pero tampoco dejo de pensar si hubiera sido considerada igual en caso de ser un hombre. Quizás su éxito no fue bien visto por algunos, algo que sucede a menudo. Todos tenemos nuestro punto de culpa en la sociedad.

Ya que seguimos en pandemia: ¿vivimos un tiempo de máscaras?

Nunca hemos abandonado la impostura. Ese querer aparentar... Instagram te ofrece muchos ejemplos. Demostrar que tienes planes muy geniales, uno tras otro, y lo divertido y original que eres todo el tiempo... ¡Qué pereza! En fin, espero no tener que utilizar esos métodos para promocionar mi literatura (risas).

21 ago 2021 / 00:01
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