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Marta Traba: argentina de Galicia

En 1983 hubo en la sierra de Madrid un accidente aéreo en el que murieron varios escritores hispanoamericanos que iban a Colombia a un congreso. El mexicano Jorge Ibargüengoitia, el peruano Manuel Scorza, la argentina Marta Traba y su esposo, el uruguayo Ángel Rama, figuraban entre las víctimas. Marta Traba (Buenos Aires, 1930) pertenecía, como hija de padres gallegos emigrados en la capital, al impresionante contingente de compatriotas nuestros que contribuyeron decisivamente a crear el país. Junto a ella figuran César Aira, Francisco y Aurora Bernárdez y los más recientes Eduardo Musli y Claudia Piñeiro. Marta se formó en Historia del Arte en Buenos Aires y París y ejerció en Bogotá como catedrática de la citada disciplina. En la capital colombiana vivió el primero de sus exilios, escribió numerosos estudios, ensayos y artículos sobre temas artísticos y fundó el Museo de Arte Moderno de Bogotá. En los años sesenta vivió, también exiliada, en Barcelona, donde Seix-Barral publicó su novela Los laberintos insolados (1967).

En el terreno literario Marta Traba cultivó la lírica, el relato y, sobre todo, la novela. En este último sobresale Las ceremonias del verano (1966), que recibió el Premio de Novela de la Casa de las Américas de La Habana y la editorial Montesinos la publicó en Barcelona en 1983. Este título acaba de aparecer entre nosotros en Ed. Firmamento (2021), por cierto sin el prólogo de Mario Benedetti que llevaba en su edición cubana de 1966. Vinculada, especialmente, a la vida cultural, intelectual, política y universitaria de Colombia, fue en términos de Estética una innovadora, pero también un espíritu profundamente crítico que se ocupó de los problemas de la mujer. Con Galicia no tuvo relación conocida pero aparecen recuerdos de infancia y familiares en las páginas de Las ceremonias del verano. Su obra como crítica e historiadora del Arte gozó de amplia atención; y la misma o mayor obtuvo, en la crítica literaria uruguaya, su esposo Ángel Rama.

Las ceremonias del verano es una novela iniciática. Una novela técnicamente experimental con una disposición fuertemente dislocada de su plano expresivo que evoluciona cuarteado, referido por una conciencia distorsionada, caotizante, dispersa. Se trata de un bloque textual compuesto por cuatro apartados y consistente en un gran despliegue verbal, intenso y hasta vertiginoso, impulsado por lo onírico, el irracionalismo y el visionarismo, lo fantástico y hasta lo mágico. La mujer –una mujer– es aquí hilo conductor y parte de la materia narrativa, que es sobre todo de naturaleza espacial (escenarios, sitios, lugares de París, Italia, Colombia) donde confluyen naturaleza y urbe. La historia es pura fragmentación inconexa de sucesos, momentos, indagaciones íntimas y la particular ruta viajera (interior y exterior) de la narradora, protagonista, audaz e iconoclasta, rebelde y desafiante, rupturista, en cuya voz ensaya la escritora, con fuerza y brillantez, el monólogo interior dislocado, que alcanza aquí momentos muy conseguidos. No olvidemos, sin embargo, que Las ceremonias del verano es novela para lectores ya forjados y puede ser buena piedra de toque para madurar en el oficio de leer. Vencer la dificultad tiene su compensación. Compensa. Pero requiere su sacrificio.

24 dic 2021 / 01:00
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