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Memoria y lectura de Carmen Laforet

En 1945, cuando España procuraba salir del pavoroso marasmo de la Guerra Civil (1936–1939), una desconocida, novel escritora catalana, Carmen Laforet, sorprendía a la depauperada sociedad cultural del país ganando con su novela Nada (Destino, 1945), el Premio Nadal en su primera convocatoria. Tras ella se distinguía En el pueblo hay caras nuevas (Destino, 1949) del escritor tudense Xosé Mª Álvarez Blázquez. El premio homenajeaba a Eugenio Nadal, profesor y periodista, redactor de la barcelonesa editorial Destino. El panorama literario y cultural español era un terreno yermo, un espacio vigilado; cercado por un activo dispositivo de censura (política, religioso–moral, etc), empobrecido por la muerte o el exilio, aislado por los que serían países vencedores en la II Guerra Mundial y devastado por el hambre, la miseria, la escasez generalizada y graves dificultades de todo tipo.

Nada, escrita en Madrid, sorprendió por ser una novela valiente, atrevida, insólita en una temprana y crudísima posguerra. Fue, en aquel 1945, la más vendida del año, alcanzó en el mismo tres ediciones y recibió el Premio Fastenrath de la RAE. La crítica (en la que oficiaban A. Vilanova, Fernández Almagro, F. Indurain o Torrente Ballester entre otros) fue en general positiva incluso entre algunos representantes de la censura. La acerada dureza del lenguaje narrativo, la desoladora cosmovisión que solo al final abre una salida, la constancia e hiperbolización de factores como el frío, la suciedad, la violencia, los traumas psíquicos y hasta la locura llamaron la atención al crear, en la decrépita y asfixiante casona de la calle Aribau, un escenario desquiciado que derriba a todos los personajes de la familia de Andrea salvo a ella, a quien somete a un terrible aprendizaje físico y psíquico que está a punto de destruirla.

La fuerza, la tensión, el nivel de dolor y sufrimiento que registran sucesos, escenarios y personajes impresionan vivamente. La imagen de un vivir inclemente y de unas relaciones humanas que pasan por el reiterado maltrato, y llegan a la locura y el suicidio incluso resultan terribles. Solo las pinceladas a los vástagos de una alienada alta burguesía que consigue superar la situación, alivian algo la opresiva andadura de una historia que dibuja un itinerario circular, en espiral, recurrente por el que se despeña una acción narrativa que va en un in crescendo agobiante.

Escrita con acierto en primera persona y dotada de unos personajes de gran solidez, trágicos y atormentados, Nada y en ella Carmen Laforet, abrieron camino a otras escritoras a partir de aquellos años cuarenta. De ellas recordamos a Ana Mª Matute, Elena Quiroga, Concha Castroviejo, Dolores Medio, Carmen Martín Gaite o Eulalia Galvarriato.

En Nada el tiempo externo, un año, es correlato del curso universitario que cumple Andrea y cuyo transcurso representa un contrapunto al cerrado recinto de la casa, que funciona como un doble eje de atracción y rechazo, actuando además como fuerza hostil frente a los personajes. El presente vivido es aquí testigo y víctima del pasado evocado a través del miedo ,la frustración, la degradación moral y el cúmulo de males que sumen todo en un vacío, en una nada radical por la que la escritora solo deja pasar, al fin, una mínima y fría luz. Gran novela, ayer y hoy.

08 oct 2021 / 01:00
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