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Mioquinas: el músculo es mucho más que un pedazo de carne (I)

CUANDO EMPECÉ A ESTUDIAR las ciencias de la nutrición y de la salud (allá, por el pleistoceno inferior) lo que me enseñaban los libros y los profesores era que cuando el aparato locomotor quería moverse, primero los músculos esqueléticos debían recibir un impulso eléctrico por parte del cerebro (el regulador maestro del cuerpo) órgano a través del cual y merced a unos cables muuuy largos llamados nervios periféricos mandaba un calambrito, lo que desencadenaba el movimiento. Más tarde aprendí que tanto la adrenalina, como la hormona del crecimiento o la insulina (entre otras) recorrían tooodas un largo camino a través de la sangre hasta llegar a los receptores de las fibras musculares, es decir las puertas de entrada celulares desde donde las hormonas accedían al interior del músculo obrando así sus efectos. Por último, también admiraba la forma en que los leucocitos (o glóbulos blancos), más flexibles que el hombre de goma del circo, apatrullaban el cuerpo entero con la intención de penetrar en los tejidos que lo componen, incluyendo el músculo estriado antedicho, muy especialmente en los aciagos momentos en los que éste recibía una magulladura, un corte o era presa de una infección.

Tratándose del músculo esquelético, pues, todo era de afuera-adentro, en lo que a la cadena de mando se refiere; es decir, el músculo era un mandao. ¿Qué quieres contraerte? Pues toma primero calambrito del cerebro. ¿Qué hay que ponerse a romper glucógeno, para conseguir más energía? Pues toma adrenalina, cortisol u hormona tiroidea. ¿Qué tienes agujetas tardías, provocadas por un duro entreno? Pues venga leucocitos para ayudarte en las labores de desescombro y reparación.

Claro, llega el momento en que uno se acaba creyendo que el bíceps, el cuádriceps o el dorsal ancho (todos ellos músculos esqueléticos) son solo eso, unas partes subordinadas del cuerpo, unos cachos de carne que simplemente obedecen las órdenes “superiores” del cerebro, o se someten a los antojos de las hormonas... ¿Conclusión? Pues que estos músculos estriados tan sólo están ahí porque forman parte del aparato locomotor (ese aparato que junto con los huesos y articulaciones posibilita nuestros movimientos-desplazamientos) y su único objetivo es aguardar pacientemente las órdenes que le llegan de los nervios periféricos, los químicos endocrinos o los glóbulos blancos... vamos, que son un pedazo de carne que se estira-contrae, que crece si los estimulas (o se atrofia en caso contrario) y que carece de toda personalidad propia, ¿verdad?

SOOOOHH... Cuidado. Párate. Quieto-parao.

Lo cierto es que con el cambio de siglo, también ha cambiado el paradigma muscular-estriado. El músculo esquelético de hecho es, agárrense, el mayor órgano endocrino del cuerpo o, al menos, el mayor órgano endocrino en las personas sanas y delgadas (cuya masa corporal magra ocupa la mayor parte de su cuerpo, alrededor del 40 %) porque tratándose de personas obesas -especialmente los casos mórbidos- el panículo adiposo toma el relevo, al ganarle en cantidad y/o extensión corporal a la masa magra.

Veamos, ambos tejidos liberan una especie de hormonas llamadas citoquinas gracias a las cuales se comunican con el resto del cuerpo: cerebro, hígado, páncreas, tejido adiposo (blanco y pardo), intestino, huesos e incluso microbiota intestinal. Pero mientras el tejido adiposo libera adipoquinas (la mayoría de ellas malas, como la resistina o el factor de necrosis tumoral-alfa) el tejido muscular secreta mioquinas (la mayoría de ellas buenas, como la iriscina o la interleuquina-6). De ahí que la lipoinflamación, es decir la inflamación crónica provocada por la gordura, yazca escondida detrás de múltiples trastornos de la obesidad tales como la hipertensión, resistencia a la insulina (prediabetes), dislipidemias (colesterol, triglicéridos), oxidación celular, inmunodepresión y cáncer, entre otros tantos menoscabos.

Nuestro cuerpo, en su armonía como un todo, se comunica de parte a parte (de norte a sur y de este a oeste) a través de los nervios (la vía rápida) y la secreción de químicos hormonales (la vía lenta). Cuando un organismo está sano-lozano sus partes constituyentes, por muy distantes que yazcan entre sí, son capaces de comunicarse “alto y claro” por lo cual el cuerpo entero furrula de las mil maravillas. Pues bien, un músculo esquelético que se ejercita todos los días -aunque sea el mínimo necesario- manda un mensaje a viva voz (a través de sus mioquinas) a su primo-hermano el músculo liso visceral, como diciéndole: “¿Ves? Yo me muevo, tú también deberías”; a lo cual las tripas lo gozan cuales renacuajos en la charca y hacen sus trabajitos mecánico-peristálticos, tanto es así que cada día, por la mañana temprano después del cafelito, al deportista nato ya le viene el calambrito que le conmina a sentarse en el trono, ¿a qué sí? ¡Ja!

Ojo, que cuando decimos que el músculo esquelético es el mayor órgano endocrino del cuerpo nos estamos refiriendo a su extensión total (40 % del peso corporal), no a una secreción loca de químicos, puesto que las mioquinas liberadas a la sangre son harto eficaces, sí, pero en concentraciones micro-molares (muy chiquititas); es por ello que hasta hace bien poco nada se sabía de estas hormonas, dada su naturaleza micro-molar y porque pasaban desapercibidas entre tantas proteínas que circulan por la sangre (albúmina, hemoglobina, transferrina, etc.).

La comunicación de las hormonas liberadas por el músculo-esquelético llega hasta los lugares o recovecos más insospechados: hablamos incluso de la existencia de un eje (bidireccional) intestino-músculo. En efecto, muchos divulgadores vanguardistas (entre ellos, un tal SC) afirman que, según las fuertes evidencias científicas, también la microbiota intestinal se comunica con nuestros musculitos, ¡y viceversa! Es decir, se esta teorizando con que existe una sintonía entre la musculatura sana-lozana y las bacterias primigenias intestinales vale decir, entre los músculos y la flora buena, ancestral, la que se alimenta exclusivamente de fibras dietéticas

. ¿Qué cómo lo sabemos? ¿Nunca se ha preguntado por qué cuando llevamos una buena temporadita haciendo ejercicio, nos decantamos mucho más en comer alimentos sanos (fruta, verdura, pescado, huevos) en detrimento de los ultraprocesados?; o al revés, ¿porqué cuando estamos enclaustrados en casa, confinados por la pandemia y sin mover un solo dedo, no paramos de engullir porquerías industriales? ¡Bingo! En el primer caso, las mioquinas liberadas por el ejercicio (especialmente la apelina y la irisina) interactúan con la microbiota ancestral, de una forma favorable y salutífera; mientras que, en el segundo escenario, las adipoquinas (malas-malísimas) secretadas ahora por el tejido adiposo, se hacen dueñas y señoras dirigiendo el cotarro metabólico y entablan una diabólica amistad con la flora perversa, putrefactiva, la cual crece a sus anchas ¡potenciándose el círculo vicioso!

Basta ya, ¿no le parece? Hay que aprender a “resetear” el cuerpo (¡PIN!), apretando el botón rojo de la homeostasia (equilibrio)... y el binomio ejercicio-dieta resulta crucial en todo esto. Proseguiremos en nuestra siguiente cita dominical, si a usted le placiese. Salud.

EL OBJETO DE ESTE ARTÍCULO ES SÓLO ORIENTATIVO. CONSULTA CON TU MÉDICO Y/O ESPECIALISTA CUALQUIER CAMBIO EN TU DIETA O ENTRENAMIENTO

21 feb 2021 / 01:00
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