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Mioquinas (III): irisina

    EL OBJETO DE ESTE ARTÍCULO ES SÓLO ORIENTATIVO. CONSULTA CON TU MÉDICO

    Y/O ESPECIALISTA CUALQUIER CAMBIO EN TU DIETA O ENTRENAMIENTO

    EL DOMINGO PASADO hablábamos de la IL-6, una proteína soluble que se libera de la musculatura cuando hacemos ejercicio y que posee actividad hormonal, obrando maravillosos efectos. Pues bien, hoy le toca el turno a la irisina, otra mioquina que posee vastos efectos fisiológicos positivos. Tomemos buena nota:

    Irisina. Esta mioquina, que es liberada por el músculo esquelético en respuesta al ejercicio físico, es posiblemente la mioquina más importante de todas ellas porque posee un virtud exclusiva: puede convertir el tejido adiposo blanco (tejido inerte, que sirve únicamente como depósito de energía) en tejido adiposo pardo (tejido activo, que regula la temperatura corporal al calentar la sangre); dicho fenómeno es conocido como “pardeamiento” y supone un incremento sustancial en el gasto energético diario del cuerpo, es decir, no solo eleva la temperatura corporal a modo de termostato sino que además ¡se consigue quemar más grasa por la cara bonita! De hecho, esta mioquina es tan eficaz a la hora de pardear la masa adiposa que ha sido propuesta por los científicos como un posible tratamiento potencial contra la obesidad.

    El éxito de esta mioquina a la hora de pardear al glotón del adipocito blanco es posible gracias a una proteína llamada termogenina (UCP-1) cuya expresión (síntesis) se ve aumentada en la membrana externa de las mitocondrias (las centrales energéticas celulares), efecto potenciado gracias a la irisina; lo cual concede a esta mioquina el título de “proteína termogénica”, que es lo mismo que decir proteína que estimula el metabolismo al aumentar la temperatura corporal. ¿Esta usted enclenque, pero quiere vivir muchos años? Pues empiece por encender su termostato, amigo mío, a ser posible 1 ó 2 graditos.

    Tanto el ejercicio aeróbico (fondo) como el anaeróbico (levantamiento de pesas) aumentan la expresión de la irisina en los musculitos, pero con una sutil diferencia: cuando se hacen pesas, además de secretar irisina por parte del músculo ¡también se secreta irisina por parte del tejido adiposo visceral! Es decir, parece ser que cuando levantamos pesas, pasito a pasito –suave, suavecito–, el tejido adiposo que rodea a las vísceras deja de ser nuestro enemigo para convertirse en nuestro aliado, porque al encogerse en vez de liberar adipoquinas malas (resistina, TNF, etc.) ¡comienza a liberar irisina! ¡Ja! Además, ahora sabemos con más certeza, todavía si cabe, que la práctica de la cultura física es el mejor deporte que se puede realizar si uno quiere vivir muchos años esbelto y totalmente funcional, porque con su práctica se materializa el doble propósito metabólico: se mantiene una buena proporción de masa magra (es decir, fuente productora de mioquinas buenas) al tiempo que se limita o controla el crecimiento del tejido adiposo visceral (que cuando es “pequeñito”, ayuda también liberando sus adipoquinas buenas).

    La irisina también es chachi-guachi a la hora de aumentar la sensibilidad a la hormona insulina y la pérdida de peso: se cree que activa a los transportadores de glucosa hacia la membrana de las células (que es donde trabajan y dejan pasar a la glucosa), y también puede ayudar con las labores de mantenimiento y reparación de los islotes beta del páncreas (los que producen insulina y los mismos que se atrofian con la diabetes); se piensa que esto es debido a que la irisina estimula a su vez a la betatrofina, la proteína encargada de regenerar las células beta-pancreáticas.

    Asimismo, también existen evidencias de que la irisina es capaz de proteger al cerebro de la degeneración de las neuronas, cosa típica de la edad, debido a que favorece la neurogénesis (formación de nuevas conexiones entre neuronas). Esto mismo, también lo hace el factor neurotrópico del cerebro, otra citoquina muscular secretada en respuesta al ejercicio; y espérese, que tanto una como otra ayudan a luchar contra la enfermedad de Alzheimer impidiendo que se acumulen los malvados péptidos amiloides, característicos de dicha enfermedad y que resultan ser tóxicos para las neuronas. De ahí la importancia de intentar hacer ejercicio hasta los últimos días de la vida útil, puesto que a medida que aumentan los años vividos, la secreción de irisina (y factor neurotrópico) es menor y esto es atribuido a la caquexia es decir, la pérdida de masa muscular que acompaña al envejecimiento.

    Ojo con respecto a las personas que quieran vivir muchos años y de forma plenamente funcional, porque la irisina parece que también es capaz de alargar los telómeros del ADN, al estimular la telomerasa (la proteína que los alarga y permite que el ADN se siga expresando); cuantos más largos los telómeros, más capacidad para resistir el paso del tiempo. ¡Ja! En efecto: las personas con los niveles de irisina más altos, son biológicamente más jóvenes que aquellas que los tienen más bajos. Punto y aparte.

    En cuanto al cáncer, la irisina tampoco se queda atrás: incrementa la apoptosis celular (suicidio de las células cancerígenas), impide que las células malignas atraviesen la matriz extracelular (el entramado bosque de fibras de colágeno y mucopolisacáridos que colinda las puertas celulares) y reduce la expresión de los genes cancerígenos que promueven la metástasis.

    Como acabamos de ver, la práctica de ejercicio resulta vital para estar sano-sanote: estos dos tipos de mioquinas nos han servido bien de ejemplo. El próximo día rematamos este interesante monográfico hablando de un salutífero péptido que es secretado (también en respuesta al ejercicio) no por el músculo esquelético-estriado ¡¡¡sino por el corazón!!! La pera en vinagre, chavales.

    07 mar 2021 / 01:00
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