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Ojito con abusar del aceite de girasol

Menudos dos añitos que llevamos, verdad, amigos: primero, y con la puñeta ésta del covid, asistimos atónitos al desabastecimiento de papel higiénico (cosa que todavía sigo sin comprender del todo-todo); al poco rato, y no sé a razón de qué, le tocó el turno al kit de supervivencia (linternas, pilas, hornillos de gas)... y ahora, para rizar el rizo y a colación de la tercera guerra mundial toca hacinar aceite refinado de girasol como si no existiese un mañana... litros, y litros, y litros... Pero mucho cuidadín con esta jugada, amigos.

Existen determinadas grasas en la naturaleza que además de ser comestibles poseen una facultad: pueden actuar como hormonas. Son las llamadas grasas poliinsaturadas. Se denominan así porque su “chasis” -compuesto por átomos de carbono- no está “saturado” con hidrógeno, cosa que sí les pasa a las grasas saturadas cuyo chasis o “esqueleto” está repletito de hidrógenos, los cuales impiden que tales lípidos se oxiden. De hecho, que una grasa esté saturada conlleva dos efectos: 1/ que no se oxida (al menos, con tanta facilidad como una poliinsaturada) y 2/ que no puede actuar como hormona.

Para que pueda convertirse en hormona, una grasa debe poseer ciertos atributos iniciales: debe ser bastante larga (cadenas de carbono con un mínimo de 20 átomos, de ahí pa´rriba) y además debe estar insaturada o poliinsaturada; es decir, poseer uno o varios puntos críticos en su estructura donde no haya hidrógenos para que ésta pueda ser susceptible de oxidarse y de convertirse -ahora sí- en una señora hormona: es entonces que irrumpe la prostaglandina de turno, o el eicosanoide (como apostillan los bioquímicos), mostrando sus efectos biológicos.

Pero según donde se hallen tales instauraciones, en la molécula en cuestión, las grasas poliinsaturadas pueden ser de dos tipos: las omega 3, que son las que nos venden como buenas, y las omega 6... de las que abusamos indolentemente, mecachis. Pero lo cierto es que ambas omegas son esenciales para nuestro metabolismo, pues mientras unas actúan como agentes antiinflamatorios las otras hacen exactamente lo contrario, ¡lo que faculta a nuestro organismo tanto a hacer frente a las infecciones y los traumatismos varios, como a seguir vivitos y coleando! Es decir-diciendo: sin los omega 6 que permiten desencadenar la fiebre y los mecanismos inflamatorios, los humanos estaríamos todos fritos desde hace millones de años. Donde hay un acelerador, tiene que haber un freno... ¡y viceversa!

El problema con los omega 6 no viene tanto del uso –que también- como del abuso. El dilema aparece con la desproporción tan grande que existe en la actualidad entre un tipo de ácidos grasos y sus contrapartes: existe un exceso dietético abrumador de omega 6 –inflamatorios- con respecto a los omega 3 –desinflamatorios-... ¡algunos expertos hablan de una proporción de 20 a 1, o más, de los primeros con respecto a los segundos! Es una burrada. Piénsese que en los tiempos prehistóricos la proporción entre ambos omegas rondaba en torno al fifty-fifty (ratio 1:1) dado que los omega-6 no existían como “aceites en bruto”, sino que se hallaban muuuy desperdigados en nuestra dieta..., pero encima nosotros, ignorantes del peligro que nos acecha, ahora no escatimamos en usar “concentrados” de omega-6 en forma de aceites refinados de semillas, sin ser conscientes de que seguimos poseyendo unos genes anclados en la prehistoria. ¡Peligro, inflamación! Nuestro metabolismo de primate sigue esperando, y precisando, una proporción paritaria entre ambos omegas o, al menos, no tan disparatada como lo es en la actualidad.

Claro, como las grasas omega 6 y las omega 3 compiten entre sí a la hora de utilizar el mismo tipo de enzimas (las llamadas delta-desaturasas) cuando existe un predominio de unas con respecto a las otras se genera una predisposición inflamatoria (omega 6) o bien una respuesta antiinflamatoria (omega 3) cosa, ésta última, que no suele darse salvo que alguien sea un esquimal de Groenlandia. Por esto mismo, en la tele salen vociferando que debes tomarte rápidamente las cápsulas de aceite de pescado para aliviar el reuma o las enfermedades del corazón..., cuando lo que tocaría, alma de cántaro, es comer menos ultraprocesados inflamatorios (entre ellos el aceite refinado de girasol) y priorizar la ingesta de pescados, mariscos y aceites antiinflamatorios como lo es el de oliva virgen.

Ya sé, ya sé que mucha gente utiliza el aceite de girasol para las llamadas “fritangas”, reservando el aceite de oliva –más caro- para “pijerías” tales como aliñar ensaladas. Pero es mi deber advertir del gran riesgo para la salud que esta ligereza conlleva; porque si ya es arriesgado en sí sobrepasar el cupo de omega 6 dentro del contexto de una dieta saludable, ¡imagínese el descalabro que se origina en el contexto de una dieta ultraprocesada, a rebosar de féculas inflamatorias! Es como echar gasolina al fuego. Si hay una cosa que le gusta al cáncer y a las enfermedades crónico-degenerativas (artritis, arteriosclerosis, degeneración macular) es un escenario infamatorio propiciado por las omega 6.

Lo mejor que podemos hacer para atajar la inflamación crónica de bajo grado es evitar –como si de la peste misma se tratara- todo tipo de aceites inflamatorios tales como el de girasol o el de maíz, tanto los que se dispensan en bidones para freír como los que se venden “camuflados” formando parte de conservas de pescado o de panes tostados. Digo más: cuando alguno de ustedes vea el dibujito de marras, ése que te ponen de un girasol en forma de corazón (que ya tiene guasa) impreso en el paquete que envuelve los cereales de desayuno o las galletas paleolíticas..., mejor échese a temblarblblblblbl.

Un consejo de amigo: corte el grifo radicalmente a la hora de pertrecharse con tales aceites inflamatorios y pásese al aceite de oliva, ¡aunque sea el refinado de 0.4 grados! Vale la pena rascarse el bolsillo: en el contexto de una dieta desequilibrada (es decir, en el 80 % de las ocasiones) con cada cucharadita de aceite refinado de girasol ¡sumamos 10 puntos inflamatorios, para nuestro organismo! Que ahí es nada. Y si alguien tiene la suerte de llegar a viejo y no sucumbir al cáncer o al infarto, que no se ponga a dar palmas tan rápido porque -muy seguramente- sufrirá en sus propias carnes tooodo un florilegio de males achacosos, así como la toma indiscriminada y concomitante de fármacos, por supuesto, para paliar tales achaques..., ya sabe de lo que hablo: pastillitas para la tensión, reuma, colesterol, enfermedades inflamatorias intestinales (el estreñimiento es un clásico), úlceras, glaucoma, piedras en la vesícula o en el riñón..., y un largo etcétera.

¿Conclusión? 1/ Más pescadito, 2/ Muchos menos “San Jacobos” y 3/ ¡Hola, aceitorro de oliva!

EL OBJETO DE ESTE ARTÍCULO ES SÓLO ORIENTATIVO. CONSULTA CON TU MÉDICO Y/O ESPECIALISTA CUALQUIER CAMBIO EN TU DIETA O ENTRENAMIENTO

17 abr 2022 / 01:00
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