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París, capital del mundo

SI ALGUIEN NOS PREGUNTASE por la ciudad de más encanto y atractivo, por la más recreada por artistas y visitada por gentes de todo el universo mundo... pocos dudarían en elegir París. París, la antigua Lutecia, la ciudad de la Luz, refugio de exiliados, desterrados y paraíso de los sueños de amor y libertad. París cosmopolita que bien valía una misa y fue para el ámbito hispánico un eficaz lenitivo contra desdichas, persecuciones y penurias de toda laya. París, siempre moderna, vanguardista, abierta al mundo, creativa y universal.

El versátil escritor José Esteban, que en los pasados años 70 apoyaba la colección La novela social española y nos permitía, no sin los residuos de la censura de la época, leer textos de Ramón J. Sender, Arturo Barea, César M. Arconada, José Díaz Fernández, M. Carranque de Ríos o José R. Arana que editaba la madrileña Turner; vuelve, decíamos, con un libro que es de carácter recopilatorio, de temática literaria (la literatura se retroalimenta de sí misma) de escritores españoles y, en menor medida, hispanoamericanos, para servirse de lo que en todos ellos fue una constante biográfica: su estancia en París, que fue también un lenitivo frente al exilio, sobre todo el motivado por nuestra pasada Guerra Civil (1936-1939) con sus trágicas circunstancias y dolorosísimas secuelas. Hoy, todavía entre rencores y afanes revanchistas, una minoría apoyada en el poder político, está reescribiendo el nuevo relato de los hechos con una cicatería y una tergiversación tan pasmosas como indignantes. Dicho queda, una vez más.

El libro de José Esteban (ensayista y estudioso, novelista y crítico) se titula Escritores españoles en París (Editorial Reino de Cordelia 2022) y, con toda razón, uno de los capítulos de su introducción se titula España, tierra de exilios; exilios (pero también emigraciones, destierros, persecuciones) que, en lo que atañe al refugio parisino, se dieron ya en el siglo XVIII, el siglo francés de la Enciclopedia, de las Luces y la Ilustración y del frustrado grupo de afrancesados españoles, para proseguir de forma aumentada y por tanto no corregida en los dos siguientes.

En la nómina seleccionada G. Marañón, P. Baroja, R. Gómez de la Serna, Unamuno, A. Machado, Blasco Ibáñez o Eugenio D’ors se integran en el grupo de los más ilustres y conocidos (en el que quiero citar al gran César Vallejo: “me moriré en París con aguacero...”, escribió en su premonitorio soneto el poeta peruano); otros como J. Mor de Fuentes, Carlos Fontaura, L. de Tapia o Carlos Esplá, menos conocidos, son retratados con no menor interés y común repertorio de anécdotas, circunstancias y situaciones que alivian y entretienen al lector en páginas no exentas de rigor, con abundante repertorio de citas textuales y acopio de recuerdos.

Ilustran, pues, estas páginas también amenas que contienen, además, no pocas facetas reveladoras y caracterizadas horas en la personalidad de los escritores. De los gallegos, E. Pardo Bazán, Lorenzo Varela, Julio Camba son los presentados. A lo dicho hay que añadir lo bien escrito, la bien elaborada prosa de estas casi 500 páginas de esmerado castellano, de notable riqueza léxica y solvente narratividad. No hay, en fin, libros insustituibles, pero este se acerca bastante a tal condición.

11 nov 2022 / 01:00
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