Santiago
+15° C
Actualizado
martes, 23 abril 2024
16:11
h

Rememorando al profesor Barreiro

No hará falta que pasen los años para ver su impronta en los múltiples frentes en los que ha lidiado en tan laboriosa, fecunda, brillante y, ya en parte valorada, trayectoria vital.

Su prestigio le avala. Pero ese estar entre los grandes, en altas esferas, aparentemente ajenas a lo cotidiano, no fue obstáculo para visualizar los más nimios detalles de lo próximo y cercano. Su talla intelectual, centrado y firmemente arraigado en sus ideales, seducían tanto como su franqueza, su clarividencia, intuición y mente despejada.

Glosar su personalidad y su aporte a la historia e instituciones de su amplia patria es tarea de otros. Como alumna, pero ante todo como aprendiz del delicado oficio de enseñar sin empalago, me limito a reseñar alguno de sus rasgos. Quizás otros se sientan identificados.

Sus clases en Xeografía e Historia transcurrían en un suspiro. Eran verdaderas master class pero sin atisbo de engolamiento ni lucimiento personal. Narraba hechos, entrelazaba sucesos, contaba anécdotas en las que era fácil sentirse reconocido o interpelado, porque al fin y al cabo hablaba de lo suyo y de lo nuestro, de un terreno bien trillado.

No era un profesor a la usanza. Iba a lo esencial, manteniendo el suspense, sin hacernos perder el hilo. Daba rodeos, pero con el fin de enriquecer su relato, desembocando en un final a veces sorpresivo. No éramos conscientes –al menos así lo he sentido– de hacernos “tragar” tanta información, cargada de reflexión y crítica, en absoluto improvisada, en tan poco tiempo.

Sabía mucho de Historia y cómo contar la Historia, con sus historias. Abordaba todo con rigor y con una fluidez y soltura que no era preciso apuntar nada: se quedaba grabado en la memoria, tal y cómo lo transmitía. No se dirigía a mecanógrafos, sino a personas, a alumnos que –no sé si lo pensaba, pero presiento que en su fuero interno estaba– deseaba que por sí mismos tomásemos nota de lo importante y lo irrelevante, si es que existe este concepto en cada historia. No narraba el pasado: cada hecho tenía vida y él contribuía, al relatarlo, a seguir construyendo eso que nunca acaba. No había historias cerradas.

Estaba al quite de todo, sin parecer que se enterara de nada. Él mismo decía, y me consta que no era mero comentario, que desde la tarima y sin mediar palabra, vislumbraba los intereses –o carencia de ellos– de su alumnado. Nos conocía sin ambages. Y, cierto es que, al acudir a su despacho, creo que nadie se sentía ante él como un extraño. Éramos parte de su peculiar familia. Incluso se paraba a indagar de dónde procedían nuestros apellidos y raíces, abrallándonos con parentescos que parecían inverosímiles y que, andando el tiempo y recabando datos, eran puras realidades.

Todos le debemos algo a quienes nos han formado por ese mero hecho de hacerlo. Algunos, además, nos han marcado. En este caso, además de lo dicho, puedo afirmar que agrandó mi vocación por la historia y por una Galicia vista con ojos de águila, con altura de miras, porque tratar de esta tierra no era solo hablar del “terruño”: era sumergirse en un extenso mundo inabarcable, sugerente, apasionante y, a la vez, familiar y muy humano.

Cuando andaba revolviendo en archivos y bibliotecas, si no fuera por sus orientaciones (siempre certeras) e incluso por sus aportaciones bibliográficas y documentales, mucho hubiese errado. El libreto de La Birba, de Goldoni musicado en Compostela por Chiodi, lo puso en mis manos para que lo estrujara y, aun no siendo tema gallego, pasase a ser parte de la historia musical de Santiago o, más bien, de toda una historia cultural, más allá de fronteras. Me puso sobre aviso de los músicos “trompas” de la Catedral, que dan nombre a la empinada rúa compostelana, me habló de Brunelli, otro relevante músico-empresario... Incluso me sugirió publicar estudios que yo misma pensaba que no tenían importancia y él se la daba sin saber yo muy bien porqué.

En fin, era generoso y pródigo en ideas, propositivo y resolutivo. Imposible prescindir de él en aquel curso veraniego Galicia e América: Música, Cultura e Sociedade Arredor do 98. Sin desmerecer a nadie, fue un reclamo que logró atraer más concurrentes que plazas ofertadas.

Profesor Barreiro, que así le llamaba: gracias por tanto a cambio de nada. Seguirá igual de vivo en mi mente y en sus escritos. Solo me queda una pena: no haberle hecho partícipe a tiempo de una historia que con tino y discreción asumió como propia. Sé que se le iluminaría la cara, o quizás le arrancaría una sonora carcajada, “si ahora le contara”. Tiempo habrá en la eternidad para historiarla... en galego, que é como se fala!

10 abr 2021 / 01:00
  • Ver comentarios
Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
TEMAS
Tema marcado como favorito
Selecciona los que más te interesen y verás todas las noticias relacionadas con ellos en Mi Correo Gallego.