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ENTREVISTA
Ángel Guerra. Biólogo y presidente de Agabi

“Sacar adelante un hogar es más difícil y valioso que dirigir una empresa”

Desde que el mundo existe, la lucha siempre ha estado entre el bien y el mal, pero “conviene recordar un principio fundamental: el bien existe primero y el mal es la ausencia o la negación del mismo”. Por eso, la manera en que nos relacionamos con el planeta es, “de alguna manera”, un reflejo de cómo nos tratamos a nosotros mismos. De ahí que la paz exterior que tanto deseamos algunos sea “una consecuencia de la paz interior, entre otras cosas porque nadie da lo que no tiene”.

A pesar de todo, y de todos, ¿ser bueno sigue mereciendo la pena?

Partiendo de que completamente bueno no hay nadie en este mundo, ser una persona que batalla diariamente por tener un corazón grande en el que quepan las necesidades materiales y espirituales de los demás, sobre todo de los que tiene más cerca, alguien generoso, honrado, templado, magnánimo, justo y responsable de cómo usa su libertad merece siempre la pena tanto personal como socialmente.

Esto es compatible con que sientan dentro de sí como “un ser viejo” que les tira para abajo y les susurra comodidades, egoísmos, infidelidades, y todo tipo de maldades. Luchar por ser bueno conduce a la relativa felicidad que se puede alcanzar en esta tierra; a eso de “hoy puedo dormir a pierna suelta porque tengo la conciencia tranquila”.

Esforzarse por ser personalmente bueno genera, además, sociedades sanas en las que hay oxígeno limpio donde los demás pueden respirar. ¿Qué quizá no vea a mi alrededor que haya muchos que quieran ser buenos? No importa. Sin embargo, no se puede confundir a una persona buena, que es consciente de sus limitaciones y que lucha esforzadamente por alcanzar ese ideal, con una persona bondadosa e incapaz de hacer el mal. Tampoco con una persona ingenua o sentimental. Y mucho menos con los que se han apuntado al buenismo.

Hoy más que nunca hay falta de alegría y de esperanza...

La mayoría de los sociólogos están de acuerdo en que una de las notas que define la sociedad actual es el individualismo. Se trata de una sobrevaloración del sujeto que ha debilitado los vínculos comunitarios, entre los que destaca el de la solidaridad. Este escenario, simultáneamente compatible con la globalización y las conexiones virtuales a través de las redes sociales, ha conducido a la indiferencia del otro, al rechazo de las reglas que regulan una sociedad, a la ausencia de querer comprometerse a largo plazo, a la inmediatez para conseguir sus objetivos sin importar las consecuencias, al relativismo (¡esta es mi verdad, la tuya guárdatela!) y al hedonismo.

Ante esa realidad cabe preguntarse; ¿es más feliz la sociedad actual en la que vivimos? Hay indicios suficientes para contestar negativamente a esta pregunta; entre otros, el incremento del índice de suicidios en la sociedad occidental, que muestran una total falta de esperanza en el presente y el futuro; los fenómenos de estrés y depresión como enfermedades modernas que quitan la paz y la alegría de las personas.

Hoy más que nunca se necesita alegría en nuestras sociedades, que tiene que ver con la certeza de sentirse querido en cualquier circunstancia.

¿Por qué necesitamos un ángel en nuestra vida, tal como refleja en su ensayo Un ángel online (Bubok)?

Para un católico formado en la piedad tradicional de la Iglesia, la devoción al ángel custodio o ángel de la guarda forma parte de la vida cotidiana. Somos muchos los que aprendimos de pequeños a aquellas sencillas y tiernas oraciones con las que nos confiábamos a nuestro ángel: Ángel de mi guarda, dulce compañía// no me dejes solo ni de noche ni de día// no me dejes sólo que me perdería.

Esa breve oración contesta al por qué necesitamos un ángel: nuestras vidas tienen un objetivo supraterrenal, el camino para llegar a él es arduo, la puerta para entrar en el cielo es angosta, hay muchos peligros y precisamos de un guía.

En el movimiento New Age se habla mucho de los ángeles, pero no como espíritus puros creados por Dios y guías de los hombres sino, de ordinario, como energías inmersas en campos energéticos y, por lo mismo, sumamente poderosos e influyentes. Estos seres suelen ser invocados de manera “arreligiosa”, como una ayuda para la relajación, con vistas a mejorar la toma de decisiones, o para el control de la propia vida personal y profesional.

Vivimos una crisis de valores, ¿pero acaso algún mandatario actual hace gala de ellos? ¿Qué referentes tenemos en este siglo?

Ciertamente, yo también considero que hay una crisis que afecta principalmente a una civilización occidental decadente. Me parece que lo que se quiere decir es que, por debajo de la crisis alimentaria, de las energías y financiera, y también por debajo de la recesión económica, ahora agudizada por la pandemia de la covid-19, hay algo más, bastante más, y más profundo.

La afirmación de que nos encontramos nada menos que ante un desastre ético sugiere que la mayoría de los valores vigentes y establecidos en nuestras sociedades ya no sirven. Son necesarios nuevos paradigmas y un cambio en el corazón de las gentes. Todo parece indicar que la crisis afecta al conjunto de conocimientos y costumbres, que constituye lo que suele definirse como civilización. No sé cómo ni cuándo saldremos de este bache, pero, como enseña la historia, seremos capaces de superarlo.

Me cuesta trabajo designar líderes actuales que nos puedan sacar de esta crisis, aunque sin duda los hay. Y si no son de nuestro entorno aparecerán en otros. La mediocridad que se observa entre quienes deberían ser nuestros referentes, y la indiferencia general de los ciudadanos no es óbice para que ya se estén produciendo movimientos civiles y antisistema entre los que hay valores positivos.

En su libro menciona a Gandhi, Madre Teresa, Luther King y Mandela, entre otros... ¿seres irrepetibles? Hay que recordar que, ante todo, sufrieron lo que no está escrito.

Verdaderamente fueron seres excepcionales, que sabían que “no hay ideal que se haga realidad sin sacrificio”. Pero creo que nos conviene recordar a menudo el ejemplo heroico, escondido, constante y silencioso de tanta gente corriente para sacar adelante su familia, su trabajo, su vida, en definitiva, con dignidad. Esos son también seres irrepetibles.

¿En qué momento una persona pierde su dignidad?

La dignidad humana hace referencia a su valor inherente por el simple hecho de serlo, en cuanto ser racional, dotado de libertad. Se trata de una cualidad consustancial al ser humano. No depende de ningún tipo de condicionamiento ni de diferencias étnicas, de sexo, de condición social o cualquier otro tipo. Se trata de una dignidad ontológica, diferente a la dignidad adquirida, que se define como el honor. La idea de dignidad personal nace en el origen del cristianismo. El hombre, al considerarse “creado a imagen y semejanza de Dios”, se considera un sujeto libre y por lo tanto responsable de sus actos. Los conceptos de libertad y responsabilidad aparecen indisolublemente unidos al de dignidad.

Por tanto, el hombre pierde su dignidad cuando es esclavizado, ya sea por otros o por sí mismo. También la pierde cuando, haciendo uso de una libertad mal entendida, deja de ser responsable de sus actos. Conviene puntualizar, que la dignidad no se pierde por padecer una discapacidad.

Me gusta ese alto en el camino que hace en su libro hablando de la gerontofobia y la cultura del descarte. Parece que en plena pandemia este horror cobra más protagonismo.

Lamentablemente, para muchos, los ancianos se han convertido en un peso muerto, que amenazan el Estado de bienestar de las familias y de la sociedad. Ocurre algo parecido con los discapacitados. Con esa perspectiva, es fácil que se vea al anciano o al minusválido como “un objeto”, que cuanta menos lata dé, mejor. Esas son a mi juicio, las razones más profundas de la gerontofobia y de la cultura del descarte, que lesionan gravemente la dignidad personal, y que durante la pandemia que estamos padeciendo se han agudizado, principalmente en el caso de los ancianos.

¿La familia siempre acaba siendo un foco de problemas, pero aun así hay que arriesgarse y darlo todo? ¿Se minusvalora la tarea de ser padres?

Actualmente, con balas de diferente calibre y desde distintas troneras, disparan contra la familia. Se impugna algo que ha constituido la unidad central de todas las sociedades, a excepción quizá de las basadas en el militarismo, como la espartana, o las fundamentadas en el comunismo, donde el Estado es su sustitutivo. Muchas voces, sin embargo, han salido en defensa de una realidad que está constituida naturalmente por madre, padre e hijos, cuando no también por abuelos y otros parientes cercanos.

Se dice ahora que hay muchos tipos de familia. Quizá eso sea cierto. Pero, sea cual sea la familia en la que estemos pensando, me atrevo a afirmar que una de sus características esenciales es “que mata”. Se equivocan, por lo tanto, a mi entender, quienes salen valedores de la familia asegurando que es afable, serena y pacífica. Podrá serlo en algunos momentos, pero con mayor frecuencia la familia es desabrida, inquietante y asesina. Ante esta realidad, muchos optan por huir, refugiándose en círculos pequeños donde pueden elegir sus compañeros.

La familia mata porque está viva. Sólo los muertos no matan. La familia asesina por la variedad brutal de sus componentes y por la multiplicidad y fuerza de sus exigencias. La familia mata para darnos la vida. Los que no lo vean así, mejor que no traten de formar una familia.

Efectivamente, creo que la función de los padres está minusvalorada. No se suele sentir la misma admiración que un empresario o una alta ejecutiva que por un padre o una madre de familia. Y esto es ridículo y, además, injusto. Sacar adelante un hogar es una empresa mucho más difícil y valiosa que dirigir una empresa.

Mentira y liberta

En ‘Un ángel online’, habla de la ‘libertad’, que parece corrompido. La sociedad está muy enferma... La pasión por la libertad, su exigencia por parte de personas y pueblos, es un signo positivo de nuestro tiempo. Esta característica del ser humano, que le permite amar, es mal conocida por muchos y en numerosos ambientes. Como ha señalado Ocáriz «con frecuencia pretendemos una ilusoria libertad sin límites, como meta última del progreso, mientras no pocas veces hay que lamentar también muchas formas de opresión». Creo que la mentira se enseñorea en muchas personas, y que hasta para algunos es un elemento aceptable en la política, olvidando aquello de que “la verdad os hará libres”. Sí, la sociedad muestra síntomas de estar enferma, pero el diagnóstico más certero es que es por falta de amor verdadero.

07 nov 2020 / 00:00
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